La habilidad de escribir
La miniserie “Chespirito: sin querer queriendo”, cuyo primer episodio fue subido a la plataforma Max la semana pasada, repasa la biografía del humorista mexicano Roberto Gómez Bolaños y, en esa dirección, también nos lleva de paseo por los usos y las costumbres del siglo veinte
J.C. Maraddón
Las novedades tecnológicas que nos sacuden día a día parecen haber exterminado todo vestigio de un tiempo pretérito, para arrancar de cero a partir de esas prestaciones para las que antes hacía falta realizar grandes esfuerzos, y que ahora resultan ser mucho más sencillas. Sin embargo, en muchos de los flamantes prodigios subsisten elementos que datan de una época remota y que, pese al vendaval que amenaza con llevarse puesto todo, todavía son necesarios, más allá de que su aspecto o su función puedan haber variado para adaptarse a una actualidad en la que lo vintage atrae por lo exótico, pero no porque sea útil.
Uno de los sobrevivientes que se resiste a ausentarse en algunos de los artefactos que cumplen funciones en este siglo veintiuno es el teclado, que en sus diversas formas continúa desempeñando el rol de facilitador de la escritura, de la misma manera que lo venía haciendo en aquella cada vez más lejana era analógica. Con leves variaciones según el idioma, no ha sufrido grandes cambios en su condición, al punto que si alguien se trasladase medio siglo en el tiempo y arribase al presente, podría teclear un texto en una notebook sin notar más que el cambio de soporte.
Y es que no cuesta mucho encontrar en las viejas máquinas de escribir el remoto antecedente de los teclados modernos, que con detalles de más o de menos, guardan una curiosa similitud formal con aquellos que fueron aporreados en oficinas y redacciones periodísticas a lo largo de por lo menos un siglo, hasta que entre los años ochenta y noventa fueron desplazados por los dispositivos digitales. Ese parentesco se cuenta así entre los pocos lazos que unen a ese mundo tipográfico con este, donde hasta para pedirle algo a la inteligencia artificial a veces hay que tipearlo.
Semejante perdurabilidad nos lleva a pensar en lo importante que fue para quienes debían poner algo por escrito, acceder al uso de ese aparato que dejaba de lado lo manuscrito, con caligrafías que a veces tornaban ilegible para su lectura eso que alguien se había tomado el trabajo de redactar a mano. Con la máquina de escribir, ese proceso se estandarizaba y la tinta estampada sobre el papel ya no dejaba lugar a las malas interpretaciones. La mecanografía pasó de ese modo a constituir un saber que se aprendía en academias, como requisito imprescindible para, entre otros, las aspirantes a secretarias.
La miniserie “Chespirito: sin querer queriendo”, cuyo primer episodio fue subido a la plataforma Max la semana pasada, repasa la biografía del humorista mexicano Roberto Gómez Bolaños y, en esa dirección, también nos lleva de paseo por los usos y las costumbres de la anterior centuria. Para alguien que, como el protagonista, se dedicaba a la elaboración de guiones de programas televisivos, la máquina de escribir podía llegar a ser una herramienta por demás valiosa, aunque según lo que vemos en esta producción él empezó su carrera profesional sin saber cómo dominar esos artefactos, más allá de que tenía talento de sobra para ese trabajo.
Este capítulo inicial, sin correrse un milímetro de lo que señala el manual para la realización de productos audiovisuales para el consumo masivo, discurre con eficiencia por distintas etapas de la vida de Gómez Bolaños y, mediante el recurso de alterar el nombre real de algunos personajes, evita los inconvenientes legales típicos de esta clase de proyectos. “Va a tener que aprender a escribir a máquina”, le dice al futuro creador de “El Chavo del 8” el dueño de la agencia de publicidad donde él pretende ingresar como creativo. Una habilidad que, luego de adquirida, le sirvió para cimentar una obra entrañable.
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