Las campañas no emocionan
La estrategia de comunicación de oficialismo y oposición es apelar a emociones que dejan afuera a cada vez más gente
Por Javier Boher
La gente sigue esquivando la política y eso es una realidad innegable. Los bajos niveles de participación son la muestra cabal de que lo que pasa con los gobiernos no le interesa a la primera minoría de la gente, con números de hasta casi 50% de abstención. La cuenta es simple: incluso ganando con el 60% de la gente que fue a votar, eso apenas llega a un tercio de las personas habilitadas para hacerlo.
Siempre hay gente que elige mantenerse al margen de las discusiones públicas, prefiriendo concentrarse en el fútbol, el cambio de tiempo o en la comida del fin de semana. Lo que hay que preguntarse es por qué pasa esto y por qué crece el número; qué están haciendo los partidos y los dirigentes para no conmover o acercar a los ciudadanos a sus propuestas.
Una de estas cuestiones, quizás la más importante, es la forma en la que se alimenta el enojo hacia la política. Si bien la estrategia antisistema del gobierno nacional está clara hace bastante tiempo, ahora parece que la oposición quiere entrar en el mismo juego, aunque probablemente lo haga de distinta manera (y un poco errada). Entre todos contribuyen a un zumbido permanente al que es posible acostumbrarse y no darse cuenta de que molesta, pero que exaspera hasta que se extingue y notamos que nos estaba alterando.
Las personas más involucradas en política aportan todo el tiempo a esta situación, con algo parecido al olor que invadió Córdoba hace unos días: no se ven las llamas, pero todo va ardiendo por debajo. Algunos esfuerzos son organizados desde las dunas de comunicación, pero muchas otras cosas surgen de manera espontánea y desordenada entre aquellos que definen su día a día según el ritmo de la política.
Voy a tomar algunos ejemplos recientes a modo de muestra.
El domingo se viralizó un fragmento de una entrevista a Axel Kicillof en el que respondía no tener propuestas frente a la gestión del gobierno nacional. Uno de los periodistas de la mesa salió a señalar que era una edición, una fake news, compartiendo el recorte original. La comunidad tuitera tomó ese video y lo ridiculizó aún más, señalando que con todo el rodeo igual no respondió a la pregunta, sino que pronunció fórmulas vagas.
El kirchnerismo, por su parte, se subió al caballito de mar de la exploración del CONICET al fondo del Mar Argentino, que bien podría haber sido un título para un capítulo de Zamba. Subieron fotos de los dibujos que hicieron los chicos que veían el streaming (parecido a los de Alberto cuidador de la cuarentena), merchandising de la estrella culona (un código visual de consumo como el barbijo Atom-protect) o a gente mirando espontáneamente el streaming en lugares (un recuerdo de la gente que leía el libro de Cristina en el subte o en las plazas). Sinceramente, una estrategia añeja.
Cada espacio apunta a distintos lugares. Por el lado del kirchnerismo, el intento parece ir por el lado de soñar con cosas positivas, pero con un dejo de miedo por el hecho de que gobierne la derecha. Es la música movida de Lali Espósito, pero también su tuit de “qué peligroso, qué triste”.
El caso de los libertarios es distinto, por ejemplo compartiendo una recopilación de figuras peronistas avalando la delincuencia (como Kicillof, Moreno y Grabois). La estrategia nacional parece ir por el lado de la ridiculización y el enojo: desinflan el cuco que pueden tener adelante y lo atacan con furia. Es como el hechizo “riddikulus” de Harry Potter.
El miedo paraliza y pone a la gente en una situación de vulnerabilidad, mientras que el enojo la moviliza e insufla fuerzas para actuar. Todas esas emociones, sin embargo, están expulsando a mucha gente que no quiere sentirse de esa manera (especialmente porque se trata de peleas entre políticos y partidos que hace años no les resuelven los problemas cotidianos). Las campañas cambian y se modernizan, pero le hablan cada vez a espacios más reducidos de personas, las pocas que soportan esa extorsión emocional. La mayoría elige mantenerse al margen, a la espera de alguien que las represente.
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