Jugársela a vida o muerte
Estrenada a fines de octubre por Netflix, la película “Maldita suerte” del director alemán Edward Berger ha tenido críticas que van del halago al desprecio, aunque en realidad es una producción con ínfulas preciosistas, que logra desarrollar excelentes pasajes a la vez que cae en tramos de cierta abulia.
J.C. Maraddón
Ahora que China se ha convertido en una de las mayores potencias mundiales, tal como lo anticipaban muchos analistas en el ya lejano siglo veinte, cuesta entender que existan aún zonas inmersas en su extenso territorio, que no responden directamente al gobierno central, sino que mantienen cierta autonomía. Uno de esos enclaves es Hong Kong, un territorio arrendado por Gran Bretaña a finales del siglo diecinueve, que en 1997 regresó a manos de China bajo un esquema especial de autorregulación que tiene como último plazo el año 2047, cuando deberá integrarse al sistema de gobierno que rige para el resto del país.
En similar situación se encuentra Macao, que durante siglos reportó como una posesión portuguesa y que, de común acuerdo, fue reincorporada a la soberanía china en 1999, pero también dentro un régimen autónomo que la autoriza a dictar sus propias leyes y administrar su sistema de seguridad, su moneda y su política aduanera. En este caso, los cincuenta años de plazo para finalizar con su relativa independencia se cumplen en 2049, momento en que esta región, separada de Hong Kong por apenas 70 kilómetros en el estuario del Río de las Perlas, volverá a pertenecer de modo absoluto a la República Popular China.
Mientras tanto, en lo que va de este milenio Macao se ha transformado en un centro vacacional de altísimo nivel, con una infraestructura hotelera, gastronómica y de entretenimientos que no tiene nada que envidiarle a los destinos más preciados de Occidente. Entre esos atractivos que la destacan, sobresale su variada oferta de casinos y casas de juego, que se magnifica por ser el único lugar en toda China donde esa actividad está permitida. Esto trajo como consecuencia un crecimiento económico espectacular, pero también acarreó consecuencias no deseadas, como la proliferación de focos de prostitución y de delincuencia en general.
La integración del exotismo de Oriente con los vicios del otro hemisferio, ha llevado a que Macao sea un polo magnético para millonarios de Europa y Norteamérica, que dilapidan fortunas en las apuestas y no regatean al momento de buscar alojamiento ni cuando eligen un restorán para almorzar o cenar. La globalización, que se manifiesta por ejemplo en la universalidad de las comunicaciones y en la multiplicación de las frecuencias de los vuelos, ha facilitado la inserción de Macao como el vértice de una propuesta turística dirigida a un sector privilegiado, que dispone tanto de tiempo de ocio como de riquezas infinitas.
En ese contexto, el director Edward Berger nos cuenta en su película “Maldita suerte” la historia de un farsante que pretende ser un lord británico, a pesar de que es sólo un ludópata atrapado en un callejón sin salida. Sobre la base de la novela “The Ballad of a Small Player” del inglés Lawrence Osborne, el cineasta alemán que tiene como últimos antecedentes “Sin novedad en el frente” (2022) y “Cónclave” (2024), pone a Colin Farrell en el papel de un jugador empedernido, que llega a la capital de la timba dispuesto a matar o morir.
Estrenada a fines de octubre por Netflix, “Maldita suerte” ha tenido críticas que van del halago al desprecio, aunque en realidad es una producción con ínfulas preciosistas, que logra desarrollar excelentes pasajes a la vez que cae en tramos de cierta abulia. No faltan los que condenan a Berger por haber sucumbido ante la supuesta tentación de vender su talento a la oficina de turismo de Macao. De ser así, no está nada mal como folleto audiovisual este largometraje donde afloran actuaciones descollantes, una tensión narrativa que de a ratos inquieta y un embelesamiento con el paisaje mucho más convincente que cualquier afiche.
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