Del Estado y sus límites

El anuncio de un alambrado en el límite con Bolivia desnuda que la necesidad de ganar discusiones está por encima de las necesidades sociales

Nacional31 de enero de 2025Javier BoherJavier Boher
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Por Javier Boher 

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Hace unos días se viene discutiendo sobre un alambrado que Argentina quiere construir en la frontera con Bolivia. Mejor dicho, en un sector de la misma, más precisamente en 200 metros alrededor del paso de Aguas Blancas, apenas el 0,027% de los 740km que separan a ambos países. Viendo esos números sería el equivalente a colgar una cortina ante la falta de puerta en una casa: solo sirve para cortar el chiflete, porque puede pasar cualquiera.

Los límites son el confín jurídico del Estado, donde termina uno y empieza el otro. Así como protegemos nuestra intimidad de los vecinos con paredes, alambres o medianeras, los Estados hacen lo mismo. A cada lado del cerco se vive con reglas distintas, aunque haya muchas similitudes que nos acerquen mucho más de lo que imaginamos. Cada tanto ese límite se cruza por accidente o por necesidad, pero si hay buena relación entre los vecinos la cosa se puede resolver más o menos rápidamente, pero no siempre es así. Si se les cae la pelota de futbol a los chicos sería una cosa, pero si mi vecino decidiera correr mi alambrado para hacer su pileta o estacionar su auto en mi cochera sería otra cosa completamente distinta.

Con los Estados es aún peor. Los flujos de personas son una cosa, pero el contrabando de bienes y el tráfico de sustancias o personas ya tienen otro impacto diferente. En muchos casos no se puede saber a ciencia cierta qué pasa y qué no, pero al menos se puede hacer un intento de empezar a controlarlo.

Por las declaraciones de intendentes y gobernadores del noroeste argentino, la frontera es un gran problema para sus gestiones, con movimientos económicos y políticos que afectan la gobernabilidad y erosionan el poder mismo del Estado. Más allá de la contradicción filosófica de los defensores del Estado mínimo, sin la existencia de dicha institución no se podría garantizar la existencia y defensa de los derechos de las personas. El contrabando, en ese sentido, es un problema menor frente a la amenaza del narcotráfico y demás actividades ilegales que empeoran la calidad de vida de las poblaciones que atraviesan. Nuestro país tiene más de 9.000km de límites con sus cinco vecinos, una extensión inabarcable para poner algún tipo de valla. Para poner esto en contexto, Estados Unidos, la principal potencia económica del mundo no pudo construir un muro en los alrededor de 3.000km que la separan de México. Hay que buscar otras formas de lidiar con el problema, que radica más en la deficiencia de los controles estatales por la corrupción de sus agentes que en la necesidad de los que cruzan todos los días a un lado y otro de la frontera para ganarse la vida.

Los libertarios creen que el Estado no debería existir, pero por algún motivo están fascinados con la idea de levantar un cerco en el norte del país. La movida tiene el componente necesario de xenofobia que necesita el gobierno para agitar a sus tropas más fieles, que temen y odian a todo lo que viene de afuera (o a lo que ven como diferente). Es muy fácil caer en la tentación de responder a esas provocaciones como pretende el oficialismo y simplificarle la defensa, lo que hace sistemáticamente el progresismo que ayudó a hacer de las fronteras un colador.

Los Estados y sus límites existen y deben ser respetados. Se puede negociar, hacer tratados o acuerdos, encontrar puntos en común para trabajar y comerciar, hacer las fronteras más permeables o directamente eliminar los controles fronterizos. Todo eso está inventado y funciona en distintos lugares del mundo, pero se llegó a esas soluciones tratando de resolver los problemas, no buscando ganar discusiones en Twitter. 

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