El busto de Milei

Aunque debe soñar con tener la mejor estatua en la Casa Rosada, cada una de estas manchas deja marcha en el mármol blanco

Nacional18 de febrero de 2025Javier BoherJavier Boher
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Por Javier Boher 
Hagamos un pequeño ejercicio. Pensemos en los presidentes que Argentina ha tenido desde la vuelta de la democracia y repasemos un poco sus gestiones y su vida posterior.
Alfonsín tuvo que asumir en el contexto más complicado de todos (casi que de toda la historia nacional): crisis económica, crisis política y crisis social. La sociedad estaba dividida, la economía golpeada por la gestión del proceso y la política se ponía en marcha después de miles de desaparecidos y 10 años sin poder votar. Alfonsín ordenó la política, hizo lo que pudo con la sociedad y chocó la economía. Siguió condicionando la vida de su partido, manchó su currículum pidiendo cajonera jueces y solo la muerte lo acomodó en la historia.
Menem asumió con crisis económica y política, con alzamientos militares, pero ordenó las dos cosas (aunque todavía se discutan las formas y los resultados). Terminó con la sociedad empobrecida, enfrentando a la justicia en un par de ocasiones y siendo finalmente condenado. 
De la Rúa fue un mal final para la convertibilidad, con crisis de representación, muertos en las calles y problemas económicos profundos. 
Eduardo Duhalde hizo un brutal ajuste económico y la clase política se lo agradeció mandándolo a las sombras. Néstor Kirchner usufructuó esas decisiones económicas, polarizando políticamente y sin resolver los problemas sociales del país. La muerte lo encontró antes que la justicia.
Cristina Fernández de Kirchner destruyó la economía, no resolvió los problemas sociales y llevó la polarización iniciada por su marido a niveles demasiado intensos. Su gobierno recibió numerosas denuncias por corrupción y abuso de poder. Ya ha sido condenada y todavía le queda la posibilidad de volver a serlo en alguna otra causa.
Mauricio Macri no pudo salir del recuerdo del kirchnerismo por las malas decisiones de un entorno que le tenía pánico al kirchnerismo. Su gestión económica fue mala, lo que propició el regreso del kirchnerismo. También tuvo sus escándalos de corrupción, que fueron superados con cintura y operadores judiciales.
Alberto Fernández fue, probablemente, el punto más bajo de todos. No conectó con la sociedad, estiró la cuarentena más allá de lo que la economía permitía, hizo crecer la inflación y hoy está denunciado por violencia de género y por fraude con la contratación de seguros.
Después de esa lista hay que poner al presidente Milei y su problema con las criptomonedas. Estafa, error, mecanismo de financiación de campañas o lo que sea, el episodio alcanza para compararlo con sus antecesores. La economía se empieza a recuperar después de un profundo bache, pero la polarización recuerda a los peores momentos del kirchnerismo y la política permanece desconectada de las necesidades e intereses de la gente.
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Hace un tiempo escuchaba al politólogo Andrés Malamud decir que en Argentina lo que no anda es la economía y que desde 1983 la política ha funcionado bastante bien: funcionan los resortes institucionales, no hay grandes conflictos, los niveles de confianza en la democracia son más altos que en la región y la violencia narco y política es más baja que en otros países. Sin embargo, por algún motivo que no se puede terminar de establecer, el país tiene problemas para elegir buenos presidentes (y tantos otros cargos electivos).
Parte de la defensa que hicieron de Milei sobre el criptoescándalo se basó en señalar todos los defectos, errores de gestión o escándalos de corrupción de los gobiernos anteriores. La práctica puede ser efectiva a los fines de mantener vivo el recuerdo de los daños generados por los señalados, pero no mejora ni el rendimiento ni la imagen de los que están errando ahora. Aunque pueda ayudar a que el gobierno se sostenga un poco más, también se va generando esa capa de resignación que mantiene las cosas funcionando sin mayores expectativas sobre cuál va a ser el futuro del país.
Milei, incluso con todos sus errores y formas poco ortodoxas de comunicar, conseguía mantener altas las expectativas y la ilusión en buena parte del electorado, que elegía creer en la posibilidad de romper el ciclo de fracasos económicos en el país. Ahora ya no está tan claro.
Aunque la inmensa mayoría de la gente no entiende nada de tokens, criptomonedas o memecoins, algo de todo esto ha acercado al presidente a la imagen que los ciudadanos tienen de sus antecesores. Ayer se viralizó el vídeo de un notero al que nadie le quiere responder sobre este caso. Los libertarios lo celebraron como si se tratara de una prueba irrefutable de que la bala no entró, aunque bien puede haberse tratado de gente frustrada por ver que otra vez se repite el ciclo “de la ilusión y el desencanto”, tal el título del libro de Gerchunoff y Llach que repasa la historia económica argentina. 
Algún día Milei va a tener su busto en la Casa Rosada, del mismo modo que se encuentra uno de cada presidente constitucional anterior. Su megalomanía y elevada autoestima lo deben haber hecho fantasear con que le tocaría el más grande y blanco de todos, dominando el centro del ambiente. Sin embargo, este hecho de consecuencias aún inciertas va a manchar ese busto, que a pesar de estar tallado en un blanco e impoluto mármol estará igual de percudido ante la opinión pública que el de muchos de sus antecesores.
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