Argentina ignora a Ucrania

El voto del país en la ONU refleja un cambio de rumbo que muestra que la sumisión es la única constante en este país de política exterior errática

Nacional24 de febrero de 2025Redacción AlfilRedacción Alfil
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Por Javier Boher 
Cada país elige su política exterior y la manera en que se va a relacionar con el resto de los actores globales. Aunque las fronteras son más o menos porosas, los flujos que circulan a través de ellas pueden ser más o menos restringidos por las decisiones de los gobiernos, siempre de acuerdo a cálculos estratégicos de interés nacional o a cuestiones puramente valorativas. Así, las decisiones de política exterior dependen tanto de cuestiones objetivas y concretas que tienen que ver con el Estado, como con cuestiones subjetivas y un tanto difusas que dependen de quién toma decisiones en el área.
Argentina ha entrado de lleno en el segundo caso tras la votación en la ONU para condenar la invasión rusa de Ucrania. 
En Argentina la política exterior es potestad absoluta del presidente. Si bien el Congreso debe ratificar los tratados y las Cancillería es una burocracia profesional de las más preparadas del sector público, el rumbo internacional del país es definido por el Jefe de Estado. Así lo dicen las leyes y así se ha ejercido a lo largo de los años. Quizás por eso se diluyó la relevancia global de Argentina y prevalecen la inconsistencia y las contradicciones en los objetivos que establece el Estado ante cada cambio de gobierno.
Desde el primer día de asumido Javier Milei dejó en claro su alineamiento absoluto con Estados Unidos. Son decisiones que se pueden discutir, pero que pueden sostener algún tipo de lógica desde el punto de vista estratégico. Un nuevo orden global, el ascenso de China, el resurgir de las derechas nacionalistas y varias cosas más pueden hacer que tenga sentido ese abandono de la supuesta neutralidad histórica argentina (que quedó lejos en los libros de historia). El problema está cuando lo valorativo (incluso ideológico) se pone por encima de lo estratégico.
La abstención argentina en la votación ante la ONU marcó un cambio respecto a la posición inicial del país respecto a Ucrania, poniendo en riesgo la posición del país en otros temas importantes, como por ejemplo la cuestión de Malvinas. Lo peor, sin embargo, no es tanto esa decisión, sino la forma en la que sucedió. Al momento de la asunción de Milei, el presidente ucraniano Volodimir Zelensky debe haber sido el mandatario de más alto perfil que aceptó la invitación. Intercambiaron regalos y se fotografiaron juntos; Argentina parecía alejarse de los socios autocráticos con los que se movía el kirchnerismo para acercarse al sector del mundo que abraza los ideales del liberalismo social y político.
Ayer eso se rompió. 
En los últimos diez días el coro de trolls libertarios se sumó a la bajada de línea trumpista de que el presidente ucraniano carece de legitimidad para negociar, tratándolo como un usurpador del poder (cosa que de acuerdo a las leyes ucranianas no es). De golpe se olvidaron de que el verdadero tirano es el que ordenó la invasión de un país soberano, llevando la guerra a tres años de duración, obsesionado con el pasado imperial de un país acosado por la corrupción y las mafias. 
El voto de Argentina fue similar al de los países del BRICS, que hasta hace apenas un par de meses eran una de las peores cosas que le podrían haber pasado al país. Así, el gobierno de Milei asumió el costo de votar con “los malos”, alineado políticamente con ellos, pero sin obtener ninguno de los beneficios económicos que podría llevar aparejados integrarse plenamente en dicho foro.
La política exterior argentina sigue siendo igual de errática que antes, por la misma cuestión sectaria que otrora. Cambian las justificaciones y los contenidos, pero en última instancia se trata de lavarle la cara a dictaduras y autocracias que amenazan el orden global liberal surgido de la segunda postguerra con argumentos absurdos y pasados de moda sobre la autonomía estatal, el nacionalismo o la defensa de los valores tradicionales y cristianos. Al final son formas de esconder tras las palabras la adoración que sienten por los liderazgos fuertes, populistas y con rasgos autoritarios. Siempre muestran el pavor que sienten respecto al verdadero ejercicio y defensa de la libertad.
Hasta ahora se podía argumentar que Argentina quedaba mejor o peor parada ante el mundo por su forma de votar en la ONU ante cuestiones definidas como “woke” por el gobierno. En una visión de que el mundo del futuro abandonará las instituciones multilaterales para pasar a relaciones bilaterales lo que ocurriera por dar esa imagen ante foros u organizaciones internacionales sería irrelevante. Lo de ayer con Ucrania es diferente porque ya hay un perjuicio concreto ante un país que hasta hace tres meses era un faro de la libertad. Con esa actitud de cambiar de bando para caerle bien a una potencia se abandona la premisa de ser un referente de la libertad a nivel mundial para pasar a ser el equivalente al amigo negro del protagonista blanco de una película hollywoodense. Ponen al país en el lugar del bananero tercermundista que le aporta diversidad a la visión yanquicéntrica de un gobierno que no representa a la totalidad de Estados Unidos y su rol en el mundo.
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