
Lo que pasó con el affaire Insaurralde nos deja ver cuáles son las verdaderas tradiciones políticas en Argentina.
La combinación de factores –internos y externos- que contribuyen a la “tormenta perfecta”. Cómo lo político determina lo económico; y éste a lo social.
Nacional 22 de agosto de 2023 EspecialPor Andrés Guzmán (*)
Al repasar las condiciones objetivas de la actual crisis y sus causas, principalmente las económicas, son tan explícitas y negativas que describirlas solo contribuiría al exceso de diagnóstico habitual. Esto permite rápidamente concluir que existe desde hace tiempo, una combinación de factores suficiente como para desencadenar una “tormenta perfecta”.
El mundo nos aporta una coyuntura con algunas características de post-pandemia, una guerra que no acaba, la multipolaridad dialéctica y nuevos desafíos/oportunidades, desde la inteligencia artificial aplicada hasta una fase “anti-globalista” en la misma globalización. Fase contracultural que genera crisis y reacomodamiento, de un dinamismo “líquido” que sintetiza a nuevos movimientos en masas.
El punto de cotejo es que, en otras latitudes con menos, han sido otros los desenlaces, incluso en la misma Argentina de algunos años atrás. Concretamente, una implosión gubernamental o una explosión social, o ambas. Pero esta vez, toda esta presión no alcanzó, entonces la pregunta clave es, “¿por qué?”.
La tesis se funda en hechos políticos consumados y otros en pleno desarrollo que, como bombas anti-granizo, han logrado evitar la conjunción de factores amortiguando los impactos, convirtiendo la tormenta perfecta en solo “mal tiempo”.
Conceptualmente, si lo político determina lo económico y lo económico a lo social, estos hechos son germinados por la necesidad política, y no al revés. Es decir, hay condiciones objetivas para un estallido y ruptura institucional, pero no las subjetivas suficientes por descompresión de las mismas o transformación a nuevas perspectivas políticas.
El primer hecho fue que el electorado asumió que el gobierno no continuará; tras un nuevo fracaso de otra coalición electoral a la hora de gobernar, pero más expuesta por la pandemia, se produjo un abrupto envejecimiento del gobierno y la figura presidencial. Se catalizó un ciclo más corto del péndulo, cargándose dos presidentes consecutivo sin reelección.
El segundo, tiene que ver con la consecuente necesidad de cambio dando inicio a una campaña muy temprana, no por mérito o decisión, sino por depósito opuesto de las expectativas sobre la antítesis política. Así, el protagonismo en espejo pudo plasmarse una vez más, en las intermedias 2021, permitiendo a la sociedad castigar al oficialismo.
El tercero, son las imposibilidades reales de los actores principales -y no las aparentes: proscripción y renunciamiento por la alta negatividad o “techo bajo” electoral de los máximos referentes de la grieta. Despejados de la marquesina, se eliminó el impacto de la habitual carrera armamentística en un contexto más explosivo y degradado.
El cuarto, fue el último fusible que le quedaba a un gobierno fragmentado a bordo de un Estado vegetativo, que para evitar “el helicóptero”, debió por un momento dejar de devorarse las entrañas, para intentar una sola acción en conjunto girando el eje de poder interno hacia la única proyección de futuro -y aún en góndola-.
El quinto y significante, tiene que ver con la representación efectiva de una nueva agenda “anti-sistema”, que encontró carnadura en la proclama mesiánica, ofreciendo diagnóstico y tratamiento en un solo prospecto. Disruptivo y eficaz en el mensaje, creció un nuevo polo con suficiente atracción para despolarizar la grieta anulando su retroalimentación.
La decadencia sostenida y generalizada, sumado al narcisismo de la política tradicional, que no lograron sintetizar el proceso emergente; sus expresiones electorales no se regeneraron a tiempo ni lograron emancipar, quedando ceñidos en la discusión pública.
Captó hartazgo, bronca y castigo, pero también le sacó el velo a los enunciados de derecha equilibrando el debate público, dando en el blanco del termómetro social. Así, se alimentó una sinergia para constituir una opción democrática y de poder real, evitando quizás, más desorganización política y social.
Finalmente, y transversal en todo este proceso, existe un “Buffer” o mecanismo de defensa social, mediante el aprendizaje individual y colectivo en las continuas crisis mediante la subsistencia; la resiliencia en la necesidad cotidiana de seguir.
En conclusión, el panorama no explotó por estos u otros motivos. Pero, la inercia de guarecerse al mal tiempo y optar por la resignación, nos depositan a un bucle de procrastinación colectiva.
Esta reflexión pretende apreciar el delicado equilibrio que habitamos, entendiendo que la política es un recurso renovable pero no inagotable. Los próximos tomadores de decisiones deben valorar la nueva oportunidad del sistema, honrando el pacto del sufragio; con decisiones relevantes de fondo y enalteciendo las formas, para transformar la realidad con legitimidad y sostenibilidad.
(*) Diputado Nacional mandato cumplido
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