
Es uno de esos viernes de fin de año, donde las carteleras se superponen, el movimiento se duplica, la oferta se diversifica. Hay en la ciudad una vida artística y cultural contagiosa que expresa y convoca a las tribus.
Que el estallido de la burbuja inmobiliaria no restringiera sus consecuencias a determinadas minorías, parece haber conmovido a la factoría del cine estadounidense, que ahora estrenó en Netflix “La noche siempre llega”, donde una rubia y joven protagonista debe atravesar las mil y una desgracias para que no le quiten su casa.
Cultura26 de agosto de 2025
J.C. Maraddón
J.C. Maraddón
Entre todos los estereotipos del cine hollywoodense, uno de los más persistentes ha sido el de representar la pobreza (si es que la muestra) como confinada a guetos donde habitan afrodescendientes, latinos y otras minorías suburbanas. Excepto cuando se recrean las postales de la Gran Depresión de los años treinta, con frecuencia son estos grupos sociales los estigmatizados, al concentrarse dentro de su radio los personajes que sobreviven en la marginalidad, cometen delitos o expresan conductas violentas, en tanto suelen ser los blancos de origen anglosajón las víctimas de estos inadaptados, según esos parámetros no reglamentados que inspiran el respeto de la mayoría de los guionistas.
Por eso, en 2021 llamó mucho la atención la película “Nomadland”, dirigida por Chloé Zhao, donde la actriz Frances McDormand encarnaba a una viuda que se había lanzado a la carretera para vivir en una furgoneta y buscar empleos temporarios, luego de haber sido despedida de la empresa de construcción donde se había desempeñado durante años. En su periplo, ella establecía vínculos con una comunidad de personas que padecían la misma incertidumbre, y el filme cobraba entonces el carácter de una especie de cuadro de la sociedad estadounidense después del estallido de la burbuja inmobiliaria de fines de 2008.
La imposibilidad de acceso a una vivienda propia por parte de los ciudadanos de clase media se potenció luego de la ejecución de hipotecas derivada de aquella crisis, lo que llevó a muchos a salir desesperados en busca de un techo para cobijarse, aunque más no fuera el de una combi o una casilla rodante. En una de las economías más opulentas del mundo, grandes masas de la población sufrían de ese modo las consecuencias de la especulación financiera y de la inclemencia del estado para brindar ayuda a los menos pudientes. Aquella vez, “Nomadland” ganó tres premios Oscar y pasó a la historia, pero la situación que allí se reflejaba dejó sus heridas.
Que el descalabro no restringiera sus consecuencias a determinadas razas ni a sectores desclasados parece haber conmovido a la factoría del cine estadounidense, que ahora estrenó en Netflix un largometraje titulado “La noche siempre llega”, donde una rubia y joven protagonista debe atravesar las mil y una desgracias para que no le quiten su casa. En un barrio poco acogedor de la ciudad de Portland, la empoderada Lynette (Vanessa Kirby) tendrá que luchar contra viento y marea si quiere conservar el hogar que comparte con su madre y su hermano con síndrome de down.
Como una heroína dispuesta a todo, apelará a recursos de diversa calaña en su afán de procurarse el dinero que le exigen para permanecer en ese lugar, al que se aferra más por cuestiones emotivas que por otra cosa. Tras esa premisa, la acción ingresará en una espiral de acontecimientos inesperados, algunos creíbles y otros no tanto, que servirán para exponer la cara más impiadosa de un sistema que es estricto con los débiles y permisivo con los fuertes.
Sin embargo, aunque sorprende que el director Benjamin Caron haya rescatado este relato sobre las desventuras de una mujer desposeída, queda claro en todo momento que su preocupación principal no pasa por la denuncia social, sino más bien por suscitar la curiosidad de los espectadores acerca de si Lynette conseguirá o no salirse con la suya. Así como “Nomadland” iba al fondo del asunto y radiografiaba la desigualdad con precisión documentalista, “La noche siempre llega” se regodea con la desgracia ajena para completar casi dos horas de un producto que, ni llega a ser lo suficientemente entretenido, ni ahonda en las causas de la condición precaria en la que se encuentra esa familia.

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