Internas, divisiones y oposiciones
Radicales, libertarios, peronistas, pro y kirchneristas están tratando de redefinir las fuerzas políticas del futuro.
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Hay una máxima casi tan antigua como la humanidad que se refiere a dividir a la oposición para garantizar la victoria. Divide y vencerás es el primer capítulo, la primera hoja, la primera línea, de cualquier manual sobre política que se quiera escribir. La política argentina conoce mucho sobre esto.
Mucha gente se pregunta sobre la dilatada vigencia del kirchnerismo, que lleva dos décadas ocupando un lugar importante en la agenda pública alternando entre gobierno y oposición. Se pueden esbozar varias respuestas, pero finalmente todo se reduce a que nadie los puede dividir. Sin importar lo que les pongan adelante, los legisladores kirchneristas se mantienen fieles a su espacio, como los 300 espartanos de Leónidas. Claramente el bloque ha sufrido bajas en el último año, pero sigue siendo el más grande del recinto. Sacando el tecnicismo de “interbloque”, Juntos por el Cambio sufrió mucho más con la llegada de los libertarios al poder: hay cinco bloques conformados por gente que dijo que iba a entrar al legislativo a defender la misma idea. No lo hacen.
Los libertarios han sabido explotar rivalidades y desconfianzas internas entre y dentro del pro y el radicalismo, aplicando aquella máxima para construir un poder que no tenían al empezar la gestión.
En 25 años el radicalismo ha integrado alianzas que alumbraron nuevos peronismos. Por eso, como siempre, ahora el centenario partido no sabe qué hacer: ¿debe confiar en los antiguos socios o tiene que salir a buscar socios nuevos? Por eso los dirigentes terminan haciendo lo de siempre, dividirse: siempre los radicales opositores defienden los principios y los oficialistas defienden sus gestiones, señalando que los del otro lado son el final del partido.
Así como el kirchnerismo fue un nuevo peronismo que se comió a buena parte del Frepaso tras el fracaso de la Alianza, el milevismo es un nuevo peronismo que se quiere comer al Pro, hasta ahora con éxito diverso. Juntos por el Cambio está fracasando, pero Macri todavía no está dispuesto a entregar su partido como lo hizo Chacho Álvarez con el Frepaso, convencido de que se puede hacer un JxC depurado.
Así, los socios principales de lo que fue la alianza que derrotó al kirchnerismo y sentó las bases para el cambio libertario están en tensión por cuestiones que terminan siendo menores ante la posibilidad de reformularse y gobernar. Si efectivamente hay un cambio de época la apuesta no puede ser suicida: mantener la distancia respecto al oficialismo no puede significar entregarse al kirchnerismo.
La polarización es la estrategia buscada por los extremos que entraron al ballotage, algo que les va a dar resultado si todo se pasa por el filtro de la batalla cultural. Meterse en esa discusión y pretender sentar una posición única para toda una alianza sería un error. Estar en contra de la corrupción con organismos de DDHH no significa coincidir con los procesistas del gobierno; condenar las dictaduras no significa apoyar lo que hizo Montoneros. Es increíble que haya que aclararlo.
El objetivo de los que están al centro y corren riesgo de ser engullidos debería ser aislar al kirchnerismo y expulsarlo de la disputa; que el peronismo que quiere ganar elija entre las opciones que creen en un país con capitalismo e instituciones republicanas, superando la falsa dicotomía que pretenden imponer los extremos. Si dividir es la clave para el éxito, El objetivo de todos debería ser dividir al proyecto más fuerte de los últimos 20 años.
Macri ha sido hábil al presentar sus ideas para un acuerdo con los libertarios, ya que evita someterse como pretenden los que alguna vez fueron halcones y hoy están entre los leones. Siempre en el gris, obliga a Milei y a los suyos a definir una posición: ¿quieren alianza o sumisión?¿a quién quieren dividir? Probablemente ahí esté la clave para pensar la distribución de poder en el futuro.
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