Por Javier Boher
Ayer fue un día importante para los católicos del mundo, que conocieron a quien será su líder por los próximos años. Robert Francis Prevost, un norteamericano de 68 años, fue convertido en Sumo Pontífice bajo el nombre de León XIV. Con una historia de cuatro décadas en Perú, es un latinoamericano por adopción, continuando el camino abierto por el Papa Francisco.
Los analistas que siguen de cerca estos temas coinciden en señalar que el nuevo líder de los católicos fue elegido por varias cosas, donde destaca ese origen y formación en el norte y una vida de misión en el sur, combinando el peso de la iglesia norteamericana con la calidez pastoral latina.
Las últimas décadas fueron complicadas para el catolicismo en ambas regiones, con escándalos vinculados a abusos sexuales en Estados Unidos (retratado en “Spotlight”, película ganadora del Oscar en 2015) y el avance de las iglesias evangelistas en Latinoamérica, que afectaron el peso de la organización y su llegada a la gente.
A la iglesia (una organización de dos milenios que tiene sobrada experiencia acerca de las vicisitudes del poder) siempre la caracterizó una adecuada lectura de los tiempos políticos, posicionándose en un lugar muy claro, pero evitando el conflicto directo y abierto que tanto la afectó en siglos anteriores.
La elección de Donald Trump y el surgimiento de fuerzas conservadoras en distintos lugares del mundo obligó a la iglesia a definir un liderazgo que sea opositor a esas ideas, pero lo suficientemente familiar o similar para servir de vía de escape para los que necesiten una alternativa. Un Papa norteamericano puede ser una figura para balancear a un presidente norteamericano de manera más eficiente que lo que hubiesen conseguido el filipino o el africano que estaban en carrera. Con las tensiones raciales crecientes, poner algo tan representativo “de lo otro” hubiese sido un problema para una iglesia que no deja detalle librado al azar.
Algunos dicen que Bergoglio advirtió a los cardenales que lo sobrevivieron sobre el enfoque migratorio del vicepresidente norteamericano JD Vance, que se convirtió al catolicismo hace menos de 10 años, seguramente más orientado por cálculos políticos que por una fe absoluta en el dogma. Su decisión coincidió con el descrédito de la iglesia en Estados Unidos, que necesitaba gente que la defendiera (y con fieles ricos posibilitados de financiar campañas), así como también con una creciente población latina de creencias católicas. Así, el elegido para el trono de Pedro no es neutral sobre las posturas políticas del católico que podría suceder a Trump en la Casa Blanca.
De esas posiciones tenemos certezas porque León XIV es el primer Papa tuitero de la historia, con publicaciones y comentarios registrados en su cuenta donde analiza y opina sobre la actualidad global. Nadie borró nada de la cuenta antes de ser elegido en el cónclave; todo quedó ahí a plena vista.
Mi primera impresión al ver los “carpetazos” sobre sus antiguas publicaciones fue que los cardenales eligieron sin el “background check”, el registro de antecedentes que se hacen todos los políticos del mundo (salvo acá, donde fracasó una ley que se necesita para que la gente deje de votar ladrones). Después me di cuenta de mi ingenuidad; de que en estos tiempos de inmediatez tenían que ahorrar tiempo para que la gente sepa quién es el nuevo Papa y elija quererlo u odiarlo (especialmente quererlo) desde el primer momento.
Por último, a los Papas no los elige Dios, sino hombres adultos, de carne y hueso, que están repartidos por todo el mundo y que rosquean y toman decisiones políticas para gobernar a una comunidad de 1.400 millones de miembros. Ninguna elección es inocente.