Por Javier Boher
Milei ha sido bastante cambiante en sus declaraciones anteriores y posteriores a su elección como presidente. Sin embargo, hay constantes que se encuentran a ambos lados de tal evento. Una de esas convicciones que no ha cambiado en el tiempo está referida al rol del mercado o a la regulación de la economía en lo relativo al dólar.
A pesar de que su promesa y su programa de máxima implicaba una dolarización que todavía no llegó, las decisiones de Caputo y su equipo van en línea con la idea de alcanzar una competencia de monedas, donde el dólar sea una alternativa al peso para las transacciones cotidianas. Así se pretende que empiecen a circular los miles de millones de dólares que los argentinos retiraron del sistema a lo largo de las décadas (lo que hace que todavía haya dólares “cara chica” custodiando el sueño de muchos argentinos desde abajo del colchón). Esos dólares, de salir a la calle, ayudarían a mejorar el consumo y a insuflar vigor a una economía todavía raquítica.
De ese modo llegamos al día de ayer, cuando en una entrevista con el periodista Antonio Laje el presidente Milei se refirió a algo que se viene hablando hace un tiempo y sobre lo que aún no hay grandes definiciones, el “blanqueo blue” del ministro Caputo, a partir del cual se podrían usar dólares físicos para hacer transacciones sin tener que justificar su origen.
Rápidamente algunos en la oposición salieron a decir que una medida de ese estilo facilitaría el blanqueo de dólares provenientes de actividades ilícitas, señalando particularmente al narcotráfico. Curiosamente se olvidaron del dinero de la corrupción que se pesaba en bolsos en las oficinas de los allegados al poder de aquel entonces, que llegó a desatar una fiebre del dólar en las estancias patagónicas de Lázaro Báez, con gente recorriendo esos extensos territorios en busca de algún tesoro en moneda extranjera.
En esa misma entrevista el presidente volvió sobre una idea que también ha repetido infinidad de veces, que es la de cierto heroísmo en la acción de eludir el brazo del Estado para tratar de salvaguardar los bienes propios y defender los derechos naturales del individuo. Si lo único que posee una persona es su capacidad de trabajo y a través de ésta puede mejorar sus condiciones de vida, expropiarle la riqueza a través de impuestos sería un acto inmoral, lo que habilitaría a las personas a escapar de esa obligación para asegurar su bienestar. Desde ese lugar habla Milei para aliviar las culpas de los evasores.
Si bien los blanqueos de capitales son decisión del legislativo, aquí se buscaría una forma que escape a esa regulación, partiendo de la premisa de que todos esos dólares que hoy están afuera del sistema alguna vez estuvieron dentro y la gente debió retirarlos para escaparse de las zarpas de gobiernos codiciosos. ¿Cómo podría ser culpable de algo una persona que trató de evitar que su esfuerzo se pudra por dejarlo guardado en pesos que perdían valor contra la inflación? Ahora parece que no, pero en la Argentina del kirchnerismo ahorrar era un acto ilegal.
Permitir la libre circulación de los dólares que se necesita en una competencia de monedas implica desconocer parte del origen de ese dinero que circula, del mismo modo que las transacciones en efectivo que se hacen con pesos también quedan sin individualizar. Según el presidente, para resolver el blanqueo de ingresos por actividades ilícitas deberán intervenir otras fuerzas con potestad para perseguir a los responsables de dichas actividades, no los responsables de las cuestiones económicas. Suena exagerado cuando se piensa que el Estado es un todo que tiene como finalidad mantener el orden social, pero tampoco es tan descabellado, especialmente sabiendo que se llegó a esta instancia por gobiernos que pusieron demasiados incentivos económicos para que la gente saque su plata del sistema.
Quizás lo más revolucionario del presidente no sea nada de eso, sino lo que deja entrever esta forma de entender la política, la economía o el rol del Estado. En 30 años el país profundizó sus problemas vinculados al narcotráfico, a la pobreza, a la evasión, a la falta de competitividad, al aislamiento internacional y a la falta de ahorro, todo con Estado presente y un sinnúmero de leyes y regulaciones que indudablemente no cumplieron con los objetivos para los cuales fueron propuestas. Todo contribuyó a consolidar una cultura política de actuar en el margen de la ilegalidad de manera permanente, en todos los aspectos de nuestra vida: prácticamente no hay ningun argentino capaz de decir que no transgrede ninguna ley de todo el universo de leyes que tiene el país (como las que regulaban la compra y tenencia de dólares). Achicar y retirar al Estado de la vida de la gente es limitar la brecha entre el texto de las normas y el efecto real de las mismas. Eso es mejor que cualquier efecto económico a partir del cual quieren vender la medida.