Por Javier Boher
No me gusta decir que soy periodista, quizás porque no es mi formación de base: estudié sociología y ciencia política. Con el paso del tiempo descubrí que me apasiona la política pero se me da mejor la sociología. Sería una especie de presbicia analítica: veo y entiendo mejor los cambios sociales o estructurales a gran escala, antes que las decisiones estratégicas individuales que toma cada político; lo macro antes que lo micro. A modo de ejemplo, recuerdo hace cuatro años sentenciar la muerte del kirchnerismo entre los jóvenes, cosa que la titular de una prestigiosa encuestadora con la que compartía panel en Alfil TV no veía igual. A pesar de eso, dos años después me sorprendió el triunfo de Milei como al resto de la gente. Bien lo estructural; mal lo micro.
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El fin de semana fui invitado a un recital. Las dos figuras más importantes de la puesta en escena están muy identificadas con el progresismo kirchnerista, al punto de ambos tener fotos con Cristina (y él tener una vejez en la que se parece a una lesbiana, elemento clave de la vejez del intelectual kirchnerista).
No pude evitar mirar el entorno con los ojos del sociólogo (porque la deformación profesional está siempre, incluso dificultando el goce estético de un gran espectáculo).
La obra en cuestión era una interpretación de temas de Charly García, artista importante para la música argentina y para el Olimpo artístico progresista. Procederé a marcar algunas observaciones que ayudan a entender el contexto político actual y que enmarcan el momento de distintas fuerzas.
En primer lugar hay que mencionar al público, totalmente escindido de su edad. Hombres canosos de unos 60 o 70 años con cola de caballo o con campera de jean y pañuelo árabe (un detalle estetico que ni siquiera era de su generación). Entre las mujeres, mucho rulo natural, flequillo o pelo corto y muchos mechones blancos por poca tintura (salvo que fuese rojo, violeta o cualquier color que denote una preferencia política clara).
Básicamente se trataba de gente que no acepta su edad y cree que ir a escuchar la interpretación de obras de un músico que denotaba rebeldía hace 20, 30 o 40 años sigue siendo ser rebelde hoy. Desorientación total.
Mención especial para una diputada nacional, una ex funcionaria condenada por corrupción y la señora que se sentaba adelante mío que lloraba con “Los dinosaurios” mientras hacía la V con los dedos.
En segundo lugar, la neutralidad de los artistas. Más allá de alguna seña con el dedo o alguna cara en algún pasaje de algún tema con letra más combativa, se abstuvieron de cualquier bajada de línea política, como si supieran que estaban en la capital nacional del antikirchnerismo o como si efectivamente hoy no fuese rentable pronunciarse así ni siquiera en ambientes tan sesgados como ese. Hace ocho años atrás el “Macri, basura, vos sos la dictadura” o el “Mauricio Macri LPQTP” hubiesen aturdido a los asistentes. Fue un espectáculo aséptico y prolijo, sin nada de política.
Tercero y último, algo que combina las dos cosas: el aire que se respiraba era de espíritus quebrados, de reunión de catarsis y terapia grupal. Todas las caras trataban de transmitir alegría y felicidad, pero los ojos transmitían un vacío de “no nos puede estar gobernando la derecha neoliberal y genocida”; almas rotas y en pena, sin fuerza para pelear.
Hace más de 20 años había una serie de publicidades de Sprite que pretendía ilustrar sobre cuestiones sociales. Narradas en off por Jorge Lanata, las remataba la frase “las cosas como son”. La idea central era que hay una realidad objetiva más allá de lo que indican las apariencias. En el caso del recital del viernes, la realidad objetiva marca que el kirchnerismo está espiritualmente derrotado y la gente lo huele. Toda fuerza que intente construir una alternativa al modelo de Milei debe tratar de alejarse de esa esencia a derrota cultural que va a impregnar cualquier campaña. No va a alcanzar con subir jubilaciones: hay que hacerlo sin parecerse a los que quebraron el Anses.