Por Javier Boher
Las modas ideológicas vuelven todo el tiempo, porque hay gente que nunca se termina de adecuar a los cambios de época. Está bien tener ideas, pero alguien que no cambia ni un poco con el correr de los años es un imbécil o un fanático, porque la experiencia nos va aportando nuevos elementos para entender las cosas.
Hay partidos y dirigentes políticos que viven en un discurso que termina siendo poco representativo de los intereses de la gente y muy representativo de los intereses de ciertos sectores corporativos. Uno de esos personajes es Miguel Ángel Pichetto, un señor que ha sabido decir que corresponde ser oficialista para ayudar a que un gobierno pueda ejecutar su plan, negándolo por completo ahora que no parece tener chances de acomodarse con el nuevo color presidencial.
El caso del diputado tiene un poco de cada cosa: la nostalgia ideológica es una parte importante, pero la necesidad de revalidar la banca también juega lo suyo. Pichetto es uno de esos políticos que dice lo que algunos quieren oír y otros están dispuestos a pagar.
Las empresas beneficiarias del cerco soviético que ha mantenido al país aislado por dos décadas tienen una aceitada máquina de lobby y presión sobre políticos y medios, la que le ha servido a todos los involucrados menos a los ciudadanos, que siguen pagando más por productos que en el resto del mundo valen menos.
Pichetto se inscribe en esa tradición de rescatar un país que ya no existe, pero que incluso para los estándares de otrora tampoco funcionaba tan bien. Quiere proteger la industria nacional pasando por alto que quiere seguir haciendo las mismas cosas de hace 50 años, cuando en el mundo hay mano de obra más barata y más eficiente que puede hacer lo mismo. Como bien preguntó el periodista cuando hablaban de este tema: “¿Quién quiere que su hijo trabaje fabricando ropa?”, poniendo el foco justo en el lugar en el que corresponde. Qué linda que es la industria, pero que trabaje otro.
Pichetto (el mismo que como jefe del bloque de senadores del kirchnerismo juntó los votos para que se instale la base espacial china en Neuquén, justo al lado del distrito por el que estaba en el Senado) ahora parece muy enojado con la actividad económica del gigante asiático y la forma en la que los argentinos están comprando a través de las páginas que ofrecen productos más baratos que en nuestro país.
En una entrevista radial, el diputado dijo: “Hay que poner un freno a políticas de apertura indiscriminada que van a destruir la industria nacional y dejar a miles de argentinos sin empleo. El fenómeno chino es devastador: hoy se compra hasta por plataformas similares a Mercado Libre. Esto es letal para la Argentina. Y cada cuatro años parece que se le da la oportunidad a Sturzenegger para arrasar con todo”. A pesar de las críticas redobló la apuesta tuiteando la transcripción.
Pichetto le habla a los muchachos peronistas con el mensaje de siempre, pero no se da cuenta de que ese mismo discurso es el que dejó a millones de argentinos en la exclusión. En el país real, el que no se recorre cuando se está en el congreso o se es auditor general de la nación, las fábricas contratan con seguro y monotributo, por fuera de convenio.
En boulevares, por donde suelo andar, hay muchas fábricas en las que los empleados comen sentados en la vereda porque las instalaciones no tienen comedor. En la cabeza de Pichetto y los inocentes creyentes del relato peronista, el obrero industrial accede a un bienestar material que hace rato desapareció de esos hogares.
Habla de apertura indiscriminada, un latiguillo que le gusta reproducir a los que funcionan como incansables albañiles levantando el muro con el que nos separan del mundo. Lo dicen a pesar de que todo el volumen comerciado a través de esas plataformas es mucho menor al volumen general de las importaciones. Ignora adrede que comprando más barato la gente libera ingresos para hacer otras cosas o accede a productos que acá no existen, lo que permite mejorar el bienestar material.
No hay que escuchar a esa gente que pide volver a vivir en la glorificación de un pasado que nunca fue. Es el tiempo de agarrar la masa y reventar con el que aíslan el país.