Nuestra historia como aprendizaje
Por Eduardo Dalmasso*
La serie “Presente y Pasado” se concibe como un esfuerzo sistemático por interpretar la crisis argentina, atendiendo a su larga duración, y ofrecer al lector un marco analítico que trascienda los diagnósticos coyunturales. En sus últimos textos —“Argentina, un Estado a la deriva”; “Argentina en el siglo XXI”; y “Argentina ante una encrucijada”— la reflexión adquiere un nivel de comprensión mayor: lo que estaba presente en mis observaciones de corto y largo plazo comienza a condensarse en una tesis central sobre la naturaleza de nuestra decadencia y las responsabilidades históricas que la alimentan.
El primer pilar de esa tesis es la “ausencia persistente de un proyecto hegemónico”. A diferencia de otros momentos de la historia argentina —y de otros países que lograron construir trayectorias de desarrollo más estables—, las últimas décadas se caracterizan por la inexistencia de una visión capaz de articular intereses divergentes y otorgar sentido estratégico a la acción del Estado. No se trata solo de una falla institucional o de una rotación acelerada de gobiernos; es un problema estructural que afecta la capacidad misma de conducción. Cuando no hay hegemonía —en el sentido que O’Donnell, Portantiero y Ferrer utilizaron para definir la articulación entre Estado, clases sociales y modelo productivo—, el país opera en modo de supervivencia. Las políticas públicas se reducen a parches, la coalición gobernante se fragmenta y la sociedad pierde cualquier referencia de futuro.
El segundo pilar es la relación dialéctica entre esta ausencia hegemónica y la declinación argentina. La serie muestra que el deterioro económico, la pérdida de cohesión social y el vaciamiento institucional no pueden separarse del perfil de la dirigencia nacional. La complejidad del país —su estructura productiva heterogénea, sus asimetrías territoriales, su fragmentación socioeconómica y la creciente informalidad— exige un liderazgo con competencias analíticas, capacidad de negociación, visión de conjunto y sentido de responsabilidad histórica. Sin embargo, predomina lo contrario: dirigencias que representan intereses parciales, sin vocación integradora ni aptitud para procesar los desafíos contemporáneos. La declinación alimenta la mediocridad dirigencial y la mediocridad dirigencial amplifica la declinación. Se trata de un círculo vicioso que la serie busca iluminar con claridad.
Un componente crítico de este proceso es el deterioro del sistema universitario argentino, cuya función histórica fue nutrir a las elites profesionales, técnicas y políticas del país. Las universidades, en otro tiempo centros de debate intelectual y usinas de pensamiento estratégico, se encuentran hoy atrapadas en dinámicas internas que reproducen la decadencia general: endogamia, pérdida de exigencia académica, fragmentación disciplinaria, rigidez burocrática y una desconexión creciente respecto de los problemas reales de la sociedad y del Estado. En lugar de constituir un contrapeso que renueve la dirigencia, el sistema universitario se transforma en un reflejo de la decadencia nacional. Su incapacidad para producir pensamiento crítico y políticas basadas en evidencia agrava la crisis de proyecto y limita la formación de una elite capaz de orientar transformaciones de largo plazo. Este es un punto que menciono a modo introductorio, pues requiere un tratamiento más profundo para interpretar la relación entre elites y universidad.
A partir de esta triple constatación —ausencia de hegemonía, dirigencia incapaz de articular el interés general y universidades debilitadas— los tres escritos recientes adquieren unidad conceptual. *Argentina, un Estado a la deriva* expone cómo el Estado pierde su función vertebradora: deja de ser orientador y se convierte en administrador del conflicto. *Argentina en el siglo XXI* muestra cómo ese deterioro se expresa en un país que ingresa al nuevo siglo sin un consenso básico, atrapado en lo que Zanatta denomina “la nación imaginaria” y lo que Altamirano caracteriza como la persistencia de una cultura política sin horizonte. *Argentina ante una encrucijada* plantea la pregunta decisiva: ¿es posible reconstruir un proyecto nacional en un contexto de declinación acumulativa y fragmentación social?
Comprender la lógica de la decadencia argentina no es un ejercicio arqueológico; es una condición necesaria para evitar que sus patrones se repitan. La serie insiste en que la crisis actual no puede explicarse solamente por errores contemporáneos: es el resultado de recurrencias históricas que no logramos procesar. La ausencia de hegemonía es una constante desde mediados del siglo XX; la degradación dirigencial es un proceso que se acelera desde los años setenta; y la crisis universitaria acompaña ese recorrido al perder densidad intelectual y capacidad formativa.
La encrucijada actual solo puede enfrentarse con una comprensión rigurosa de esa trayectoria. Recuperar la memoria histórica, revisar críticamente los ciclos de ascenso y declive, y entender cómo se erosionaron las capacidades estatales desde el inicio del Estado moderno son pasos indispensables para elevar el nivel de la discusión pública. Solo así será posible superar el cortoplacismo que domina la política argentina y avanzar hacia un proyecto colectivo sostenible en el tiempo.
Dr. en Ciencia Política (UNC-CEA)
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