Ganancias expuso a la casta
La sintonía entre los libertarios y el oficialismo parece haber dejado a la vista dónde está la casta y quiénes son los que verdaderamente se le oponen.
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
No hay una forma sencilla de eludir la cuestión, ya que algunos han decidido que la salida a este entuerto económico es con una crisis hiperinflacionaria. Si hasta la semana pasada todavía había algunos economistas optimistas respecto a la posibilidad de evitar la debacle -haciendo las reformas para llegar a una inflación de un dígito anual en cuatro años- desde anteayer ya nadie cree que eso sea posible, sino todo lo contrario.
El gobierno saliente ha decidido quemar las naves en una vorágine de gasto público hiperexpansivo, al que le suma un recorte a los ingresos. Ya anunció que se subirá el piso de ganancias (la eliminación necesita media sanción en senadores y recién entraría en vigencia el año que viene), un bono para los empleados, dos bonos para los jubilados, créditos para los monotributistas, suspensión de las retenciones a los lácteos por 90 días, un subsidio del 21% de las compras (porque no discrimina IVA) y suspensión del aumento de tarifas (que deberán ser cubiertas con más subsidios).
Todo en ese conjunto de decisiones implica una caída de los ingresos y un aumento de gasto, que será financiado con más emisión y terminará generando más inflación.
Hay muchos números dando vueltas y no es el objetivo de esta nota entrar en esos detalles (abordados en otra página), pero sí el tratar de entender las motivaciones de los distintos actores políticos que están en el centro de la escena. Hay que ver un poco más la racionalidad política, dejando de lado la económica.
Sergio Massa ha entrado en una fase delirante de su campaña y se juega a regalar lo que el Estado no tiene a los fines de rascar un par de votos más. Es un intento válido, pero de una implementación deficiente, como todo lo que ha hecho sistemáticamente el kirchnerismo desde que llegó al poder hace veinte años. El resultado seguramente será peor que lo que estamos imaginando, pero con la misma resignación con la que se han aguantado esas barbaridades durante tantos años.
Lo que sorprende a muchos -y sirve para confirmar las sospechas- es la colusión entre el ministro de economía y el principal aspirante a la Rosada. Sergio Massa y Javier Milei se eligieron hace rato para polarizar, pero también para el día después. Massa puede hacer los cambios necesarios para una hiperinflación que destruya al peso y facilite una dolarización sin necesidad de pedir dólares prestados ni incurrir en un plan Bonex. Se trata de pulverizar los ingresos de los argentinos, últimos en recuperarse si se da un proceso como ese.
El lunes escuchaba el interesante podcast del periodista Martín Pitton y allí decía algo que era absolutamente cierto al momento de grabarlo. La campaña de Patricia Bullrich estaba haciendo agua porque no sabía contra quién estaba peleando. Si Massa y Milei se habían elegido, también habían elegido dejarla a ella afuera. Sin un rival claro, solamente se terminan tirando trompadas al aire.
Ese mismo lunes, tras el resonante triunfo de Juntos por el Cambio en Chaco, se viralizó un video de Bullrich tratando de entrar en el barrio Emerenciano, de Resistencia, pago chico de Emerenciano Sena, el líder del clan acusado del femicidio de Cecilia Strzyzowski. El video es -para la gente de aquella provincia- tan simbólico como podría haber sido el ingreso al barrio Alto Comedero de Jujuy, bastión de la Tupac Amaru y Milagro Sala.
Es por eso que la periodista Luciana Vazquez se apuró en señalar cuál es el enemigo que parece haber encontrado Bullrich tras cinco semanas de desorientación. Su enemigo son las castas, en plural, donde no se trata solamente de la clase política a la que ella pertenece, sino también al empresariado amigo del Estado y a los sindicalistas que tienen a la gente en la casa y no ocupando las calles.
La obscena demostración del martes a la noche debe servirle a Juntos por el Cambio para entender que no debe regalarle a sus rivales una victoria tan sencilla. En un país en el que los impuestos son altísimos, ir en contra de algo tan simbólico como un intento por reducirlos (más allá del potencial desastre económico) es fortalecer a ese enemigo que hoy tiene dos de cada tres votos. Hay que ponerse creativos para que el proyecto no prospere, pero sin que se note la razón.
Milei y su pequeño bloque votaron en línea con el oficialismo, contradiciendo todo lo que el mismo economista había dicho con anterioridad. No es ninguna sorpresa, por cuanto los liderazgos populistas son así. Si hubiese votado al revés, seguramente sus seguidores habrían salido a apoyarlo del mismo modo en que lo hicieron. Es como hace unos años, cuando un joven se encargó de estampar frases liberales en grupos kirchneristas de facebook como si hubiesen sido dichas por Néstor, Cristina, Kicillof y algunos otros. Todos aplaudían a rabiar la exhortación a contener el déficit fiscal o a privatizar empresas públicas.
Aunque no se pueda confirmar y permanezca en el plano de las conjeturas, el acuerdo entre Massa y Milei implica despejar la cancha para el economista, a cambio tanto de impunidad como de gobernabilidad a partir del 10 de diciembre. La casta emergió con claridad y se expuso en toda su magnitud, dejando bien en claro que es un monstruo muy difícil de derrotar. Si fuese imposible, nadie sentiría la necesidad de intentarlo.
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