El RIGI le ganó a Kicillof
Finalmente la gran inversión petrolera que esperaba Buenos Aires va a ir a Río Negro, demostrando que algo cambió en este tiempo
Por Javier Boher
Siempre existe una distancia entre lo que se dice en campaña y lo que se hace en el poder. Lo importante es saber elegir qué se va a conservar de las promesas y por qué cosas se va a reemplazar lo que se deje de lado.
Milei arrancó su proyecto político diciendo que es anarcocapitalista, un liberal libertario. Proponía eliminar el peso y reemplazarlo por el dólar, dinamitar el Banco Central y abrir las fronteras para comerciar libremente con todo el mundo. En última instancia, todo se trató de vender la ilusión de que con todo eso se iba a recuperar el nivel de ingresos de los argentinos.
Más de medio año de gobierno marcan que casi nada de todo lo que prometió se cumplió, pero se mantiene como norte esa ilusión de mejora económica que compró la gente. Hoy las cosas no van tan bien y la popularidad va cayendo, pero con mucho tino saben que tienen un año hasta llegar a la fecha importante de las legislativas, el momento en el que realmente se plebiscita una gestión.
A pesar de las demoras y las correcciones que le hicieron, finalmente el gobierno consiguió tener la Ley de Bases y el decreto desregulador que hoy empiezan a mostrar los primeros resultados para encarar con optimismo esa recta hasta las elecciones. Aunque sea menos de lo que pedían es bastante más de lo que tenían.
Uno de los puntos más debatidos y resistidos por algunos fue el del Régimen de Incentivo a la Grandes Inversiones, el RIGI. Vendido por algunos como una cesión de soberanía, es un instrumento propio de un personaje como Frondizi y de una doctrina como el desarrollismo. Pragmatismo antes que dogmatismo para tratar de hacer que vuelva a arrancar la economía del país.
Entre los cambios que se le hicieron a la ley se agregó aquello de que las provincias tenían la libertad de elegir si iban a adherir al régimen. Por una cuestión de principios (o porque no se les ocurrió a ellos, como suele pasar) el kirchnerismo bonaerense decidió que la provincia más grande e importante del país en términos económicos, demográficos y políticos se iba a mantener al margen de un proyecto emblemático del oficialismo nacional.
Poco tiempo después de eso empezó a circular el rumor de que la provincia se iba a perder una inversión de 30.000 millones de dólares de la malaya Petronas. Eso se confirmó ayer, aunque la versión oficial dice que nada tuvo que ver el RIGI. Sea por el motivo que sea, el soviet de Axel Kicillof se quedó sin una gran inyección de dinero. Si era importante para un distrito de 17 millones de habitantes, bien vale pensar en el efecto que puede tener en una provincia de 750.000, poco más del doble de lo que tiene la ciudad de Bahía Blanca, donde se hubiese instalado se hacerlo en Buenos Aires.
Todo el mundo parece coincidir en lo mismo: la empresa quiso evitar a un tipo que le hizo perder un juicio a la Argentina por un valor de 16.000 millones de dólares al reconocer que nacionalizada YPF violando el estatuto. Es decir, ignorando lo que dicen las normas escritas para proteger la propiedad. Esa cabeza de economista marxista experimental lo llevó a cometer algunos de los peores errores de gestión durante el kirchnerismo, pero básicamente le dio el sello de la pésima gestión económica que terminó sepultando al espacio en términos electorales.
En una entrevista, Martín Yeza (ex intendente de Pinamar y actual diputado) define a Kicillof como una mala persona, con malas ideas y con un mal equipo. No dejó ningún tipo de dudas sobre lo que opina, pero lo que se infiere de eso es una idea sobre el aislamiento en el que puede ingresar la provincia si es conducida desde esas posturas dogmáticas y populistas, en contraposición a la oportunidad que pueden encontrar otras provincias que se encargaron de hacer un trabajo fino y sostenido para recibir inversiones, como el que hizo Weretilneck al asegurar que el puerto de esta nueva inversión quedaría completamente en manos privadas.
Hay un cambio de época que deja aislado a Kicillof, que mira cómo a un par de kilómetros al sur de su provincia se va a instalar un nuevo puerto que va a significar desarrollo petroquímico para una provincia que hasta ahora se dedicaba al turismo, a las frutas y a la pesca. Probablemente esa inversión demore un par de años en rendir sus frutos, pero es una señal fuerte de que existe la posibilidad de que el país vuelva a crecer para recuperarse de la catástrofe económica que ha sido el siglo XXI, donde la mayoría de los países de la región mejoraron en todos sus indicadores socioeconómicos mientras nosotros nos estancamos.
Las promesas electorales existen en todos los partidos, que deben enfrentarse a la gestión habiendo generado una determinada serie de expectativas. Kicillof propuso repartir plata que no tiene y que no tiene cómo conseguir, habida cuenta de que ahuyenta a los grandes inversores. Milei no prometió plata de manera directa, sino generar las condiciones para que haya inversiones privadas que hagan crecer la economía y se conviertan en mejores ingresos para los trabajadores. Para la primera prueba falta un año. Para la definitiva, tres. Si además Kicillof sigue en el lugar de ser el mejor candidato que tiene el kirchnerismo, probablemente ese desafío sea mucho más importante de lo que hoy podemos ver.
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