Lealtad a la interna peronista
La vicepresidenta compartió fotos de su encuentro con Isabel Perón y apuntó al corazón del Partido Justicialista
Por Javier Boher
Victoria Villarruel quiere ser presidenta. Si alguien todavía tenía alguna duda, sus tuits defendiendo a Isabel Perón los deberían haber terminado de convencer. No sabemos cuándo ni cómo pretende llegar a ocupar ese lugar, pero claramente tiene la mirada puesta en el cargo.
Hace tiempo venimos hablando acá de estos deseos. Villarruel juega a ser la centrada del gobierno, la que sabe medir los impulsos sin perder firmeza. Es la que tiene mejor imagen positiva en el país, la que cultiva pacientemente en sus recorridos por todas las provincias.
Ayer decidió atacar se frente a Cristina Kirchner, con una chicana por el nombre que la ex presidenta eligió para la lista que presenta para las internas. “Primero la patria” es el nombre elegido, en clara alusión a la máxima peronista de jerarquización de prioridades. Villarruel apuntó contra la gestión de Cristina señalando todos los defectos por los cuales la gente decidió dejar de darle el triunfo a sus candidatos, pero haciendo foco particularmente en las consecuencias para “la patria”. Ese es un concepto común en actos escolares y festejos con locro y empanadas, pero tiene una fuerte connotación castrense, de la causa por la cual dar la vida.
Después publicó un vídeo reivindicando a Isabel Perón como la primera mujer presidente de Argentina y el mundo (un dato real) y como una líder convencida de pelear por el orden constitucional (un dato falso). Quizás ahí encontró Villarruel la posibilidad de defender lo que pasó luego de que los militares depusieron al gobierno de Isabel, pero sin hacerlo de manera directa. Los crímenes de lesa humanidad, el terrorismo de Estado y las bandas parapoliciales empezaron antes del 24 de marzo de 1976, entre otras cosas porque era la voluntad del difunto esposo de la señora que hoy quiere dar pena desde España.
Justo antes del vídeo había publicado una serie de fotos que retrataban el encuentro entre ambas, quizás una de las cosas más simbólicas que ha hecho hasta ahora la vicepresidenta. Hasta ahora el peronismo había tratado de borrar ese pedazo de su historia, al punto de que ni siquiera se habla del rol que tuvo Isabel en las negociaciones con el radicalismo tras el regreso de la democracia, casi como si hubiese desaparecido de la vida política tras haber sido derrochada. Es una figura incómoda que muchos no quieren mostrar, pero estaba ahí esperando que alguien la quisiera usar en la interna peronista. Porque de eso se trata: quieren ver quién se queda con el peronismo, con el simbolismo agregado de publicar todo en el mismísimo Día de la Lealtad.
No se trata exclusivamente del sello, sino de la representación de esa mayoría conservadora que hay en el país, que aceptó ser conducida por una variante progresista solo porque había una buena situación económica. El quiebre del sistema de partidos que se vio el año pasado mostró que ese sujeto social que habitualmente vota al peronismo había decidido virar hacia Milei. Digamos, o sea: ahí está la opción más peronista para muchísima gente.
Ahí habrá una grieta con los libertarios que sienten que Isabel es casta por su jubilación de privilegio, porque llegó a presidenta por haber sido puesta a dedo por el marido y cosas por el estilo que, en realidad, no tienen ningún tipo de importancia para millones de personas que votan. Esta foto no va dirigida a las masas, que ni siquiera pueden decir quienes han sido todos los presidentes en 40 años de democracia, sino a esa interna peronista que todavía no se termina de definir. Cristina misma se ha dado cuenta de que hay que girar a la derecha (al menos en las cuestiones sociales), pero hay un núcleo de gente que la sigue que está clavada en una forma de actuar que cambia la vocación de poder por la pureza doctrinaria, en un sectarismo incompatible con ganar elecciones.
Villarruel es mucho más pragmática y para casi cualquier cosa que dice o hace hay algún archivo en el que se contradice, incluso en esta cuestión de Isabel. Su objetivo sigue siendo la presidencia, a la que seguramente pretenderá llegar haciendo algún acuerdo con el peronismo que la pueda sostener en el caso de que deba asumir el cargo, pero tampoco puede pelearse con un Milei aún muy popular. El presidente, a su vez, sabe que a ella no la puede pelear, porque no tiene ninguna herramienta para controlar las atribuciones funcionales propias de su cargo. Así, la convivencia -aunque forzada- debe ser pacífica.
Aunque agonizante, el peronismo no se puede morir, porque su mismo sostén popular no desaparece. La renovación dirigencial es evitada por algunos que se benefician del orden actual, pero la necesidad orgánica va a empujar a un cambio en el que esas masas elijan un nuevo liderazgo. Afortunadamente, medio siglo después el peronismo parece haber entendido que la forma de hacerlo no es como en Ezeiza, aunque algunos nombres -como el de Isabel- sigan dando vueltas.
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