Nacional Por: Javier Boher25 de octubre de 2024

Un cambio de paradigma

Así llamó la diputada Lilia Lemoine al hecho de que su amigo arquitecto ahora maneja un Uber

Por Javier Boher 

rjboher@gmail.com

Terminé muy tarde con uno de mis otros cuatro trabajos, con poco tiempo para entrar a otro, en un día que me vio hacer cuatro trabajos en cuatro áreas totalmente diferentes. Así, a las apuradas, me puse a buscar tema para escribir, porque prácticamente estuve ajeno a las noticias durante todo el día.

Abro Twitter y veo más o menos lo mismo de siempre: se acercan las elecciones en Estados Unidos y los trumpistas locales están como locos, hay que pagar alguna deuda que dejó Kicillof en algún lado, hay algún problema con Boca y Riquelme y alguna mención a los trolls del call center libertario. Entre las tendencias veo un nombre que no defrauda nunca: Lemoine. Vamos a ver qué dijo Lilia esta vez… Abro una nota de un portal de noticias que tiene para reproducir un fragmento de un programa de LN+ en el que está de invitada. Pongo play.

Empieza a hablar de la reactivación económica, de gente que le dice que está vendiendo más. Después dice que se encontró con un compañero “de cuando yo tenía 20 años; trabajábamos juntos en un call center”. Cita el diálogo y lo que le dice el amigo: “estoy manejando un Uber. Soy arquitecto, bajó el sector y noe alcanza para pagar la tarjeta, así que manejo Uber. Es un cambio de paradigma. Yo puedo mantenerme con esto”.

Por supuesto que me puse a ver las reacciones de toda la gente, que en su mayoría reflotaba aquella vieja idea del abogado que manejaba taxi en los ‘90. Yo crecí con la idea de que eso es precarización, es crisis económica y falta de oportunidades. Lo que subyace detrás de todas esas afirmaciones es la idea de que un profesional debe trabajar de lo que estudió y que cualquier otra decisión está mal. Nadie repara en que quizás hay demasiados abogados, arquitectos, psicólogos o periodistas y que el mercado no puede absorber los a todos. Pasó con los artistas que lloraron subsidios en los Martín Fierro de cine, como si ellos fuesen los únicos que tienen problemas con la profesión que eligieron.

Yo soy sociólogo y politólogo. Podría haber elegido la consultoría, la academia, trabajar en ONGs o cosas por el estilo, pero tuve la mala suerte de que la vocación me tira a la pobreza franciscana: docente y periodista, dos de los rubros más golpeados, donde menos vale la formación profesional. Quizás algún día esté dispuesto a probar el sector público o la política partidaria, dos de las pocas cosas que me falta explorar. Mientras tanto, trato de correrme del lugar de los que dicen que lo de Lemoine es una burrada, un blanqueo de cara a una crisis que obliga a reconvertirse.

A medida que pasa el tiempo y uno van conociendo gente puede ver que cada uno va encontrando su modo de vida de a poco. Algunos tienen una vocaión marcada que les simplifica las cosas o son personas unidimensionales a las que las rutinas y lo repetitivo no les molesta. No todos tienen la misma suerte. No hace mucho descubrí la palabra “polímata” (una persona que hace muchas cosas, muchas de ellas muy bien) y entendí las dificultades de algunos para encontrar un camino.

Muchos de mis compañeros de trabajo dicen “soy docente”, “soy periodista”, “soy ingeniero”, como si uno fuese exclusivamente su profesión. Ciertamente eso nos condiciona y nos aporta una forma de ver las cosas y de actuar en nuestro día a día, pero pobres de aquellos que solo pueden sentir que son aquello que estudiaron.

Quizás el amigo de Lemoine estudió arquitectura porque era una tradición familiar o porque alguno de los padres se quedó con ganas. Capaz eligió porque fue a un colegio técnico con orientación en construcción, o tal vez porque iba una chica que le gustaba o porque le quedaba cómodo el horario. A los 18 años uno está demasiado verde como para saber qué quiere hacer de su vida. 

 Es lógico que el que llegó a un título con esfuerzo o que es el primer profesional de la familia valore mucho más ese pedazo de papel que dice que uno alcanzó cierto nivel de estudios, pero esa es apenas una pequeña partecita de la vida y no tiene porqué condicionar todas las decisiones posteriores. Tal vez el amigo de Lemoine se cansó de lidiar con albañiles, o quizás quería ser proyectista y no es tan creativo dibujando. Por ahí prefiere la flexibilidad del Uber y así puede estar con su familia, ir a los actos escolares de los hijos o aprovechar tiempo muerto entre una cosa y otra. Sea cual sea su situación, eligió manejar el auto. Podría haber elegido ser empleado de comercio, vender empanadas o dar clases particulares de matemática y física, pero eligió otra cosa. Por algo debe ser.

Hace tres semanas se viralizó la historia de un hombre que decía haber estudiado economía y haber trabajado en grandes empresas, pero que se cansó y decidió vender café en una estación de tren. Algunos pensaron que era un desperdicio. Otros, que es muy difícil tomar decisiones como esas, que repercuten en toda la familia. Nadie pensó en que al señor le importa poco lo que piensen.

El mundo que viene nos va a obligar a reconvertirnos completamente tres o cuatro veces en la vida, porque nuestras ocupaciones se hacen irrelevantes o porque descubrimos una veta más interesante. Cuesta sacarse de encima el modelo tradicional en el que una profesión y un trabajo duraban toda la vida. Ahora ya no. En esa la pegó muy bien Lemoine: es un gran cambio de paradigma.

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