Nacional Por: Javier Boher11 de noviembre de 2024

Abandonar la tradición

Argentina está en un proceso en el que no deja atrás su identidad, pero sí evita aferrarse a viejos dogmas que trajeron muchos problemas

Por Javier Boher 
rjboher@gmail.com
Ayer fue el día de la tradición, en memoria de José Hernández, autor de Martín Fierro. Mientras buscaba tema pensé en que podía hacer algo con eso, tratando de reírme de los políticos comparándolos con cosas del campo como solía hacer en otros tiempos. 
Podría haberme reído usando “alpargata rosa” para Karina Milei, “amanecer campero” a Cecilia Moreau, “agua hervida” a Javier Milei, “cordero” a Alberto Fernández o “papa verde” para más de un funcionario, pero decidí ponerme más serio y no meterme en ese terreno.
En los inicios de la sociología había gente tratando de entender y explicar el paso de las sociedades a través de la revolución industrial. Todos se podían dar cuenta de que en menos de un siglo se habían transformado las formas de vida en las sociedades europeas y que eran diferentes a lo que se conocía hasta ese entonces. Los tres clásicos buscaron sus propias explicaciones, pero Weber y Durkheim fueron los que le prestaron un poco más de atención. 
Max Weber opuso la tradición a la racionalidad, siendo la primera una forma de hacer las cosas de acuerdo a como siempre se habían hecho y la segunda una forma en la que se contemplan los costos y beneficios de las acciones humanas. Durkheim, por su parte, hablaba de sociedades tradicionales y sociedades modernas, donde las primeras tenían poca división del trabajo y una moralidad común más fuerte. 
Así, la idea de celebrar la tradición es una manera de hacer lazos fuertes a partir de una identidad común, compatible con la idea de una nación orgullosa de serlo. La parte negativa, mientras tanto, es que ese orgullo por algún tipo de valores o normas culturales históricas es un freno para el desarrollo. Tradición y racionalidad deben equilibrarse para no quedar anclados en el pasado, algo que Argentina olvidó hace ya bastante tiempo.
Hay algo en Javier Milei que desconcierta a varios analistas, y es el hecho de que no representa a una derecha tradicional, identitaria o nacionalista como las que hay en el resto del mundo. Si bien algunos de sus adherentes levantan las banderas del aislacionismo para evitar la influencia de ideas y personas del exterior, el marco general de la visión del presidente es la de un país integrado al mundo. Es, al menos a partir de lo que dice, un globalista. Esto es importante porque el intercambio con otros pueblos y culturas es una fuente de oxigenación cultural, de renovación e innovación. Argentina se benefició enormemente de las masivas oleadas de inmigrantes que llegaron a estas tierras, lo que contribuyó a que el Martín Fierro se convierta en el símbolo de una identidad que hasta ese momento no estaba tan clara.
El tiempo se encargó de caricaturizarlo, empujando a muchos intelectuales a idealizar aquellos tiempos y prácticas, retomando tradiciones políticas que habían sido dejadas atrás por el contacto con el mundo. 
Las tradición política en Argentina incluye una serie de prácticas que debilitan la democracia, aunque muchos eligen verlo como una parte cultural, casi folklórica, de nuestra forma de vivir la política. El clientelismo, la corrupción a menor o mayor escala, el voto acarreado, la retención de documentos, el reparto de votos entre los fiscales que están en el recuento y un largo etcétera son algunas de esas cosas que nos mantienen atados a un pasado que no permite arrancar.
No se trata esto de abjurar de las tradiciones o cultura argentinas, pero sí de reconocer que hay ciertas cosas que ya no funcionan más y que hay que buscar otra manera de hacerlas. 
Casualmente ayer alguien levantó unas declaraciones de Cristina Kirchner de que la idea de Milei es llevarnos a ser una colonia agroexportadora. Lo que subyace es un intento de levantar la política industrialista de los sucesivos proteccionismos en los que cae nuestro país desde hace casi un siglo, una tradición económica que generó las condiciones para que llegue a la presidencia el libertario.
Lo verdaderamente importante de todo esto es que parece que hoy hay una mayoría de la población que ha perdido la inercia de la tradición política y económica. La mayoría de los menores de 32 (justo la edad mediana en el país) no tiene ningún incentivo en seguir haciendo las cosas como siempre se hicieron. No hay épica ni grandes logros pasados que puedan conmover a esa gente, para la que lo único más o menos positivo de los últimos 30 años del país fue la idea de que alguna vez el peso y el dólar valieron lo mismo (y que fue opacado por la corrupción). 
Está bien celebrar la tradición cuando se trata de ver qué tenemos en común con la persona que está al lado nuestro. Para todo lo demás, mejor meter un poco más de racionalidad para recuperar un lugar entre las naciones queiran hacia adelante.
***
Si pensó que lo iba a hacer googlear los apodos es porque no me conoce. Se los dejo por acá:
Alpargata rosa es porque no se la quiere poner ningún gaucho.
Amanecer campero, porque es puro mate.
 Agua hervida, porque te arruina el mate.
Cordero es un clásico: tiene cuatro patas de lana.
El último es papa verde: no sirve ni para ñoqui.
Hay algunos más con bombillas, asado, caballos y gauchos, pero mejor dejarlo ahí nomás.

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