Nacional Por: Javier Boher08 de enero de 2025

Entre el ego y la experiencia

Los que pretenden ser candidatos en 2027 deberían estar atentos para saber qué deben escuchar.

Por Javier Boher 
rjboher@gmail.com

 

Mucho se habla en este año electoral sobre qué va a pasar en 2027 y quiénes se animarían a disputarle el poder a un Milei que hoy no perdería contra nadie, pero no se habla lo suficiente cuando se trata de los tramos a gobernador e intendente.

El proceso inaugurado en 2015 marca que pasaron dos gobiernos nacionales que no lograron reelegir, lo que permitió que una tercera fuerza gane una elección. Esos desajustes, sumados a la crisis y virtual desintegración de los partidos tradicionales, marcaron una realidad en la que no está tan clara cuál podría ser la carrera política de algunos dirigentes. Entre radicales se habla de Maximiliano Pullaro como posible candidato presidencial, pero su deseo de reformar la constitución provincial para que se habilite un nuevo mandato es prácticamente una declaración textual de que se baja de la carrera. El otro de los gobernadores que siempre suena como candidato es Martín Llaryora, al que siempre los cargos electivos parecieron generarle algo de escozor: solamente fue por la reelección después de su primer mandato como intendente de San Francisco. Incómodo, a partir de entonces fue saltando de cargos, poderes y niveles con la idea fija de apuntar siempre por lo más alto.

Pullaro, Llaryora y otros gobernadores e intendentes están en una situación parecida: tienen la posibilidad de jugar por el tramo ejecutivo en dos niveles diferentes; sólo tienen que tomar una decisión. Esta, por supuesto, siempre es influida por las reglas que ordenan el juego electoral. 

La provincia y la ciudad de Córdoba tienen una particularidad que roza lo antidemocrático: el candidato que obtiene más votos es elegido como titular al ejecutivo, aunque no haya estado ni cerca de conseguir una mayoría. Hemos visto intendentes o gobernadores electos con menos del 40% de los votos, lo que simplifica las cosas a los que quieren retener el poder. Esa es una de las claves del comportamiento de candidatos ambiciosos, pero una trampa que se termina comiendo los egos.

Esa regla de triunfo por simple pluralidad de sufragios le da ventaja a los gobiernos débiles, aunque eso sea una idea contraintuitiva. La oposición en Córdoba sigue viendo qué va a hacer. A pesar de que la evidencia marca que lo mejor es ir unidos, los ex Juntos por el Cambio se miran de reojo con desconfianza, sin saber qué tan libertarios tienen que ser o cuál sería el mejor candidato. El sistema electoral hace que todos crean que con un poco de esfuerzo les alcanza para ganarle a un oficialismo de menos del 40% de los votos, pero la experiencia marca que siempre terminan dividiendo a su electorado, beneficiando a gobiernos mal parados en la previa.

En el oficialismo no faltan personas anotadas para ser eventuales sucesores del intendente y el gobernador, por lo que también hay presiones internas para que todos se corran un casillero para ir por más. Esa jugada resetearía el juego y nivelaria las chances con una oposición unificada que, según este ciclo perverso de un sistema de mayoría simple, tiene mayores incentivos para romperse. 

No hay dudas de que la performance del gobierno nacional será la que finalmente defina a qué aspirará cada uno dentro de poco más de dos años. Todavía no pasaron las elecciones de medio término para explorar alianzas y medir rendimientos, pero no importa: no falta nada para 2027 y cada uno decidirá si escucha a su ego o a la experiencia.

 

 

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