Otro terrorista de Bullrich
El gobierno anunció la detención de un simpatizante del grupo Estado Islámico que habría estado planeando un atentado.
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Para referirse al surgimiento del Estado moderno, Charles Tilly dijo: “la guerra hizo al Estado y el Estado hizo la guerra”. La idea central es que hubo fuerzas que necesitaban de un orden para desarrollarse, un orden impuesto desde afuera para garantizar el respeto por la vida y la propiedad. Con el paso del tiempo, esas mismas entidades que aseguraban unas pautas de convivencia fronteras adentro empezaron a tratar de proyectarse sobre otros territorios, entrando en conflictos armados.
Así funcionó por siglos. Sin embargo, tras el final de la Segunda Guerra Mundial eso cambió. Las guerras entre estados se fueron haciendo más infrecuentes, al punto que no ha habido ninguna guerra directa entre dos potencias desde mediados del siglo XX. Sí se enfrentan a través de otros actores, tratando de potenciar su alcance y perjudicar a sus rivales.
La aceleración de la globalización desde la década del ‘90 implicó el debilitamiento de las fronteras nacionales y el aumento de flujos transnacionales en manos de actores no estatales, particularmente aquellos vinculados a actividades ilícitas. Los Estados fueron perdiendo capacidad para frenar movimientos muy distintos a los desplazamientos de tropas, pero igualmente desestabilizadores. Una de las formas de generar problemas en distintos países es el terrorismo, que alcanzó un punto alto de imprevisibilidad cuando el Estado Islámico adoptó la estrategia de los “lobos solitarios”, individuos actuando solos para sembrar terror en la población. El terrorismo es uno de los grandes desafíos de la globalización, con Estados que quieren permitir libre flujo de dinero, mercancías y capital, pero que deben garantizar la seguridad de la población. Para hacerle frente los Estados deben recurrir a prácticas reñidas con las libertades civiles, el gran desafío al que se enfrenta hoy la humanidad.
Por tal motivo, la noticia de que el Estado argentino detuvo a un ciudadano local con vínculos con el grupo Estado Islámico se esparció rápidamente por los medios.
La ministra Bullrich dio una conferencia de prensa en la que habló sobre el tema, destacando el trabajo de infiltración que permitió confirmar que el hombre en cuestión trataba de reclutar gente en el país, a la vez que había anunciado que estaba esperando órdenes para actuar usando explosivos caseros. Hay que justificar el proceso de reordenamiento de la ex AFI, la creación de un área de monitoreo para este tipo de cuestiones y el pedido de ampliación del presupuesto destinado a inteligencia.
Quizás no muchos recuerden el caso de los hermanos detenidos en la presidencia de Macri por supuestos vínculos con Hezbollah. Se los acusó de algo parecido porque se encontró material de propaganda en su hogar. Se los detuvo durante tres semanas, pero finalmente los sobreseyeron un par de meses más tarde, cuando se comprobó que todo era una falsa alarma. A los políticos eso no les importa, porque ya capitalizaron el envión del momento.
El problema de estas cuestiones tan delicadas es que no se pueden subestimar, porque el precio a pagar por la indolencia se mide en vidas humanas. Puede haber circo de los políticos, falsas alarmas por alguna paranoia e incluso algún tipo de persecución política por una serie de prejuicios sociales o ideológicos, pero no se pueden dejar pasar las señales, especialmente en la actualidad, cuando el control es cada vez más difícil y los intereses de los distintos actores estatales y no estatales se proyectan globalmente.
No se puede generalizar que una religión en particular sea la responsable de la violencia global, especialmente cuando en Argentina conviven pacíficamente diversos credos desde hace más de un siglo. Sin embargo, es real que hay gente convencida de que la violencia es el camino y cualquier excusa es suficiente para ejercerla. La idea de que hay algún pueblo, colectivo o grupo mayoritario explotado por una minoría ilegítima genera los incentivos morales suficientes como para creer que lo correcto es rebelarse contra todo y combatir a los responsables de la mala situación.
Considerando las características de la población de nuestro país y el alineamiento internacional que ha adoptado el gobierno, es lógico que haya grupos aquí adentro -como países y grupos del otro lado de la frontera- a los que no les guste la situación y pretendan alterar nuevamente el tablero de juego. La influencia de los países autoritarios en tiempos del kirchnerismo fue muy grande, de allí que todavía queden redes y lealtades aceitadas para que Argentina vuelva a acercarse a Rusia, Irán, Cuba, China o Venezuela, solo por nombrar a algunos.
Bullrich piensa en ella y en su pelea con Macri a la hora de presentar las noticias vinculadas a su área, a la que le aplica toda la intensidad e intransigencia que la caracterizan desde siempre. Estos tiempos de transnacionalización amenazan con llevarse puestas las libertades civiles bajo la excusa de la seguridad. Si a eso le sumamos el rol de los servicios de inteligencia y las internas de nuestro país, el combo está armado para que algunos pretendan avanzar en esa dirección. Quizás esa sea la filosofía muy interesante que pone el foco en el ser humano de la que hablaba en campaña: un poco más de espionaje a los ciudadanos.
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