No aprenden más
Los políticos siguen discutiendo reformas escolares, a pesar de que los números demuestran que se equivocan siempre.
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Ayer se conocieron algunos datos sobre las evaluaciones Aprender que se tomaron el año pasado a alumnos de tercer grado de todo el país. Los resultados deberían escandalizarnos en un país en el que los dirigentes dicen preocuparse por la educación y los padres cumplen mandando a sus hijos a la escuela.
Los datos marcan que a nivel país hay un 55% de los chicos que no llega al nivel satisfactorio, con una brecha muy grande entre los que van a escuelas privadas y los que van a escuelas públicas. Hasta hace unos años eso no era así, pero quizás haber mantenido las escuelas cerradas durante la pandemia y proponer cambios basados en teorías pedagógicas que parecen pseudociencia está mostrando su influencia. Como siempre, los más perjudicados son los que más se pueden beneficiar de la educación para romper un ciclo de perpetuación de la desigualdad. La escuela pública dejó de ser un escalón igualador para convertirse en un lastre mediocrizante.
Los datos revelan, además, toda una serie de inconsistencias que hace dudar sobre la forma en la que se tomaron las muestras y se presentaron los resultados. En el mismo país en el que se acaba de confirmar la condena a Guillermo Moreno por haber falsificado estadísticas públicas (y que algunos justifican so pretexto de una especie de acto patriótico) provincias como Formosa o Santiago del Estero marcaron por encima de muchas otras jurisdicciones con mejores sistemas educativos y mejores ingresos para sus docentes. De hecho, todos los que recorren escuelas públicas pueden ver cuántos docentes de nuestra vecina provincia del norte están trabajando en las escuelas cordobesas.
Hay otro dato revelador, que es que 6 de cada 10 alumnos de tercer grado tiene celular propio, a lo que se deben sumar dos más que usan el de sus padres. Así es que 8 de cada 10 niños de entre 8 y 9 años están frente a las pantallas consumiendo vaya uno a saber qué en lugar de leer, jugar trepando a un árbol, pateando una pelota o con muñecos o cualquier otra actividad en la que sea protagonista en lugar de consumidor pasivo.
Esto se puede cruzar con los datos que se conocieron después de la pandemia, donde la posesión de celular no afectaba positivamente el nivel académico como sí lo hacía tener libros en la casa. Quizás eso sea también un indicador de nivel socioeconómico, pero basta con preguntarle a gente conocida cuántos tienen más de dos metros cuadrados de libros en su casa: a mí nunca me ha respondido afirmativamente más del 10% de una clase (en instituciones privadas, además).
La semana pasada hablamos en la radio sobre educación financiera en las escuelas, uno de los sueños de legisladores con sueldos que superan ampliamente el nivel de ingresos de un trabajador promedio y que mandan a sus hijos a escuelas privadas. Pedir que los chicos vean ese tipo de contenidos cuando algo tan básico como dividir por dos cifras debe ser resuelto con calculadora por directiva del ministerio es no saber en qué lugar se está parado.
Los legisladores se la pasan proponiendo cambios para la currícula mientras los funcionarios del ministerio de educación juegan a ver si pueden convertir a los docentes en grises burócratas que odian el aula y aman el papeleo. Educación financiera, educación ambiental, educación emocional, educación vial, todo eso se le pide a la escuela, olvidándose que lo que importa es la educación a secas, sin tantos adjetivos.
A modo de cierre voy a agregar que mis dos abuelas pudieron ser maestras solamente con el secundario de su tiempo. Los alumnos de aquellas maestras aprendían a leer y escribir cuando correspondía. Hoy tenemos maestras y profesores con secundario completo y al menos cuatro años más de estudio, pero los chicos no entienden lo que leen después de estar ¡15! años dentro de la escuela.
No se trata de refundar la escuela, sino de volver a lo que funciona. Algunos políticos no aprenden más.
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