Nacional Por: Javier Boher24 de agosto de 2023

Un boleto al Estado de Naturaleza

El caos social deja a la vista que lo verdaderamente problemático es haber dejado la seguridad en manos de ciudadanos que ya no creen en el Estado.

Por Javier Boher

rjboher@gmail.com


Hace ya unos 15 años me tocó sufrir una seguidilla de robos que me enojó muchísimo. Fui a la comisaría todas las veces a preguntar por qué no pasaba nada con esos que estaban ensañados con mis cosas. La mujer policía que me solía tomar las denuncias me dijo que me fuera directamente a Córdoba a denunciar en alguna fiscalía, porque en el pueblo no iban a resolver nada. Esa fue la primera vez que me pregunté seriamente sobre el rol del Estado.

En ese momento ya llevaba un par de años estudiando ciencia política, con todas esas materias como Teoría del Estado, Sistemas Políticos Comparados o Derecho Constitucional aprobadas. En todas esas se leía sobre qué se supone que debe hacer un Estado, cómo se supone que se lo debe gobernar, cuál debe ser el rol de las burocracias o de qué manera estaríamos peor si no existiera una institución reguladora de la vida política. Sin embargo, en la práctica nada de eso parecía cumplirse.

Eran todavía los años del kirchnerismo poderoso, de gran apoyo popular. A nadie parecía importarle lo que le pasara al otro, porque había una recuperación económica y plata en la calle. La gente con plata viajaba, los más pobres consumían. Había récord de ventas y todo parecía tapar los problemas reales de una sociedad que elegía mirar todo el tiempo para otro lado.

Quizás estábamos estudiando el contractualismo, la verdad que no lo recuerdo, pero se me ocurrió ir a la comisaría a dejar asentado que a partir de ese momento renunciaba a mi contrato con el Estado. Fácticamente imposible, todos me tildaban de loco. Sin embargo, uno de los policías que me recibió -y que no me quiso tomar la exposición- me dijo que no me hiciera problema, que no hacía falta, que si los llegaba a encontrar adentro me hiciera cargo de ellos. Que era mejor si ellos no sabían nada, porque así tenía más chances de que no me pase nada.

Básicamente el Estado, a través de uno de sus agentes, me estaba diciendo que no le avise que yo quería violar el contrato, a los fines de dificultarle su tarea de imponer un orden al quedarme en las sombras. Afortunadamente, como siempre me gustaron más los libros que los problemas, canalicé esa bronca a través de la lectura y el tratar de entender por qué pasaban esas cosas, qué es lo mínimo que debería hacer el Estado, por qué lo aceptamos y por qué falla.

Viniendo desde la izquierda, en mi etapa de desprecio al Estado tuve un paso lógico por el anarquismo -que aún considero la mejor creación intelectual de ideal de organización social- y recalé en algún lugar que podríamos decir que es liberal republicano: aunque suene tentador vivir sin organización política centralizada con monopolio del uso de la fuerza, todos queremos que resguarden nuestra propiedad y nuestra vida. No se trata de hacerle un culto, sino de aceptarlo como un mal necesario para poder poner la cabeza en otras tareas más fructíferas.

Desde entonces, el poder del Estado se ha ido diluyendo. Se fue corriendo de sus tareas fundamentales, rompiendo otras cuestiones que dependen de esa capacidad de imponer un orden. El orden que surgió de la experiencia kirchnerista fue un orden que subvirtió los valores de la sociedad que había cuando llegó. Poco a poco se fue corroyendo el tejido social hasta dejar a la vista las peores miserias de una Argentina decadente.

Pese a la resistencia de las autoridades, lo que se ve son saqueos. Veamos qué nos dice la RAE: “Saquear: 1. Dicho de los soldados: Apoderarse violentamente de lo que hallan en un lugar. 2. Entrar en una plaza o lugar robando cuanto se halla. 3. Apoderarse de todo o la mayor parte de aquello que hay o se guarda en algún sitio.”

Se habla de robo, se habla de llevarse lo que se guarda en algún sitio y se habla de violencia. No se habla de organización, pero se infiere a partir de aquello de “dicho de los soldados”. No entremos en la etimología de militar y militancia, pero sabemos que los términos están emparentados.

Esa situación de sustracción violenta de la propiedad de otros, a gran escala, empieza a dejar en evidencia que -15 años después- muchos parecen haber llegado a la misma conclusión que yo: quieren renunciar a su contrato con el Estado. Se han visto videos de comerciantes efectuando disparos para disuadir a los saqueadores (ladrones, para no ofender a las autoridades), a otros organizando rondas de vigilancia con caños o palos, otros tantos filmándose dejando testimonio de que no les importan los derechos humanos de los otros y que lo que le espera a los que quieran ir a tocar su propiedad es la muerte. Se parece bastante a la situación que describían los contractualistas cuando hablaban del Estado de Naturaleza, el caos que existía antes de la adopción del Estado civil.

Ese tipo de situaciones desnudan que los problemas son mucho más profundos de lo que estamos dispuestos a aceptar. No importa si los saqueos son disputas entre los partidos, dentro del mismo gobierno o el resultado de años de anomia, lo verdaderamente preocupante es que la gente dejó de confiar en la persona de al lado, que todos van en otro ciudadano a su enemigo, que cualquiera que pasa por un negocio se convierte automáticamente en sospechoso de algo. Ya no se cree en los símbolos y agentes del Estado, que perdieron su capacidad de llevar tranquilidad a la gente.

¿Quién sufre más por estas cosas? El ciudadano que se gana el mango en la calle y el policía que le pone el cuerpo a la violencia; los que piensan que la prosperidad llega del esfuerzo y no de quedarse con lo ajeno. En ninguna de esas categorías entran los políticos, verdaderos responsables de mandarnos a todos de vuelta a ese Estado de Naturaleza.

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