Por Javier Boher
Cada vez que hay un cambio de época en Argentina hay algunos que esperan que finalmente llegue el tiempo de la institucionalidad, el de opciones políticas disputando el poder dentro de las reglas y esperando que se defina un orden en base a leyes y separación entre los partidos y el Estado. Hasta ahora solamente se ha tratado de eso, una espera o una ilusión que no se tradujo a los hechos.
Eso no significa que Argentina no haya madurado políticamente, sino todo lo contrario. Incluso desde los altos niveles de ignorancia actuales sobre niveles de gobierno o división de poderes, la gente sabe diferenciar bastante bien qué se juega en cada elección, cambiando sus preferencias entre voto y voto.
La llegada de Milei enfrentó (al menos discursivamente) al partido de la libertad contra el partido del Estado, una manera muy simplificada de ilustrar cuáles son las disputas actuales. Si nos ponemos a hilar más fino, dentro de cada espacio hay dos extremos en tensión, que se enfrentan por su visión de más o menos institucionalidad.
El triunfo de Javier Milei fue una sorpresa, pero lo que más sorprende es su capacidad de mantenerse sin que su gobierno sea fuerte ente atacado con marchas, manifestaciones, piquetes y puestas en escena como las que le tocó vivir a Macri, como el caso Maldonado o el de “ollas no”. Algo de esa tranquilidad opositora se explica en qué también ellos tienen algo para ganar si a Milei le va bien. Entre los que hacen ese cálculo está Juan Grabois.
El dirigente social pasó por Córdoba, pero no es eso lo que importa para esta nota, sino los cruces que está teniendo su espacio con los que conducen los destinos del peronismo. Todo ese enojo lleva a que se hable de una fractura para las próximas elecciones.
A grandes rasgos hay tres peronismos en disputa. La menos mediática es la vía cordobesa de los gobernadores del interior, que propone una especie de estatismo bueno, un regreso a la idea peronista de la comunidad organizada y la armonía de clases. La segunda (que tuvo el poder hasta ahora) es la del kirchnerismo, que se va agotando por ofrecer siempre las mismas caras. La tercera, muy menor, es la de Grabois, Ofelia Fernández y compañía, que necesitan que a Milei le vaya bien para poder correr a Cristina y los suyos del centro de la escena. Representan una opción incluso más dura del kirchnerismo, porque tienen una carga ideológica de izquierda más fuerte que la versión original, pero contradicen la máxima de que “Cuanto peor, mejor”: solo un buen gobierno de Milei beneficia al ala dura que encabeza el piquetero papal.
En sus cruces Grabois es incendiario, asegurando que Milei se va porque pierde en 2027 o en helicóptero, algo que le sirve para sus seguidores pero que no le conviene en términos políticos: una crisis institucional de ese tipo difícilmente pondría a cargo a alguien con su perfil y su poca rosca, sino a alguien con poder real en el territorio (como pasó en su momento con Duhalde y como podría pasar con el primer espacio del peronismo). Así es como Grabois maneja un equilibrio que le permita ser opción entre las figuras más importantes.
Por ahora Milei no enfrenta ninguna amenaza seria, pero podría hacerlo en el futuro. El ajuste que se está haciendo ha perjudicado más a la clase media que a los más pobres, ya que las prestaciones sociales le han ganado a la inflación en este año y medio. No hay bomba social para desactivar porque nunca los dejaron armarla.
Nadie puede saber cuál va a ser el escenario político de 2027, pero no se puede negar que una de las opciones que pretende hegemonizar el peronismo es la peor versión del Partido del Estado, no solamente por su visión de la economía sino también por sus ideas sobre libertades políticas. Esa vertiente es menor y no parece estar en el momento histórico correcto, pero esto es Argentina y en dos años puede cambiar todo: aunque hasta ahora hemos ido avanzando para lograr una mejor democracia en términos institucionales, la sobreideologización de oficialistas y opositores puede hacer que todo se vaya al diablo.