La tontería de olvidar que todavía hay que votar
Ya hay gente repartiendo cargos y redibujando ministerios sin tener los resultados de las elecciones nacionales.
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Todos tenemos derecho a ser tontos, pero deberíamos cuidarnos de no pasarnos de la justa medida. Hay ciertas decisiones, frases o acciones que no se pueden explicar desde la racionalidad o lo correcto, sino desde el error de la tontería. Incluso creyendo que estamos haciendo las cosas bien, muchas veces el tiempo nos termina probando errados.
Las elecciones bonaerenses de principios de septiembre generaron un problema en el gobierno y alentaron todo tipo de especulaciones sobre el futuro del presidente Milei. Incluso sin haberse sacado la banda, hay muchos que ya se la quieren poner.
El primer anotado es Axel Kicillof, que le ganó al gobierno y a Cristina de un solo tiro, lo que le permite soñar con un proyecto presidencial. Algunos esperamos que la maldición de Rocha (y la pésima gestión que tuvo cada vez que lo pusieron al frente de algo) lo evite, pero todo el mundo tiene derecho a ser un tonto, incluso más de una vez.
No se le puede achacar nada a los ciudadanos, que apenas si ejercen su preferencia con el voto cada cierto tiempo y no tienen muchos más mecanismos para hacer rendir cuentas a sus representantes. No se le puede pedir a la gente que vote haciendo abstracción de su realidad concreta, porque algunas urgencias concretas dificultan ver las promesas futuras. La fórmula siempre es sencilla: para ganar hay que haber resuelto ciertos problemas de la gente, porque no alcanza con esgrimir una cierta superioridad moral ni nada por el estilo. A su manera Kicillof lo ha hecho, aunque a un alto costo que todos seguimos pagando.
El problema, entonces, no es de la gente ni del gobernador de Buenos Aires, sino de los que creen ver ahora a un moderado defensor del sentido común, a pesar de que referirse a él como “enano soviético” es difícilmente considerable una exageración. No cree que la emisión produzca inflación, cree que la deuda es inmoral y que no hay que pagarla o que las empresas públicas cumplen una función social y que por ese motivo no deben perseguir el lucro. En la Argentina de los extremismos y la polarización es muy fácil que cualquiera se confunda.
Alfredo Casero es un tipo complejo y algunas veces pasado de vuelta, pero es una persona a la que al menos hay que prestarle atención. A mí me llamó la atención cuando usó policy, politics y polity para distinguir distintos usos en castellano del ambiguo término política. El día que se enojó con Majul, golpeó la mesa y se retiró ofuscado, le dijo en la cara lo que empieza a verse ahora: ves Mandelas en todos lados. No hay mejor definición que esa, porque ahora quieren vender un Erich Honecker (líder de la Alemania comunista) como si fuese un Willy Brandt (el canciller socialdemócrata del lado federal).
Aunque es difícil creer que en dos años Kicillof pueda ser presidente, en este país no se puede descargar nada, ni siquiera un rebote en la popularidad del presidente. También hay otros anotados, porque no hay que descartar que hay ocho provincias gobernadas por ex Juntos por el Cambio, un número nada despreciable.
Revisando cuántos diputados y senadores se renuevan en este turno se puede tratar de aventurar un escenario para los próximos dos años. El gran objetivo del gobierno es llegar a un tercio propio en alguna cámara, suficiente para poder sostener los votos en el Congreso. Es una elección bastante modesta, considerando que hay en disputa 127 bancas a diputados y 24 a senadores.
El Senado renueva bancas de la buena elección kirchnerista de 2019, 15 sobre el total de 24. Son los que más ponen en juego, apenas un poco menos de la mitad de su total de 34. Casi con certeza ese número se va a achicar, aunque no es tan claro quién lo capitalizaría.
En diputados el tercio se consigue con 86 bancas, para lo que el oficialismo debería conseguir unas 50. No es una tarea sencilla, pero al menos tiene la suerte de que solo ocho de sus diputados renuevan mandato. La elección con la que se compara ahora es 2021, mala para el kirchnerismo y buena para Juntos por el Cambio. Los primeros renuevan 46 bancas, mientras que los segundos están desparramados en varias opciones que suman más que eso, pero donde hay unos 30 que votan más o menos en línea con el gobierno y unos 20 que son críticos.
Hay más de diez bancas en juego en micro o mono bloques que probablemente no renueven, a la vez que hay acuerdos o alianzas electorales que no se sabe cómo se sostendrían una vez pasada la elección.
Así las cosas, la elección va a ayudar a ordenar los tantos. Hay una gran dispersión del poder dentro del Congreso, pero también falta de liderazgos clave por fuera del mismo. Aunque Kicillof no tenga nafta para llegar a ser presidente, es una figura lo suficientemente fuerte como para traccionar un voto kirchnerista esperanzado, pero con un techo tan bajo que acá en Córdoba todavía no lo quiso abrazar ninguna de las facciones peronistas en disputa. Intuyo que en cada provincia solo lo van a querer abrazar aquellos que no están midiendo tan bien y necesitan de ese envión. Ni hablar de que, incluso en su provincia, la boleta única y la falta de arrastre desde los concejales seguramente pegarán de alguna manera en la elección.
Por mala que sea la elección es difícil creer que el oficialismo no consiga ganar algunos distritos y obtener un par de bancas más que las que tiene ahora. Incluso si hiciera una mala elección (no se me ocurre nada peor que la de 2001 para De la Rúa) casi seguramente duplique su bancada. Hay que ver si a eso lo logra comiéndole bancas a sus aliados o a sus opositores, lo que redefinirá la relación con los gobernadores y el equilibrio de fuerzas en el congreso. Mientras tanto -y hasta que no haya certezas- vale la pena evitar hacer tonterías, resguardarse y no inmolarse en defensa de ningún candidato que hoy aparece como el elegido del pueblo.
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