Nacional Por: Javier Boher13 de septiembre de 2023

Más de ocho horas diarias de oportunismo electoral

El anuncio de la ministra de trabajo respecto a la voluntad de reducir la jornada laboral muestra que otra vez lo electoral no se toma descanso.

Por Javier Boher

rjboher@gmail.com


Para algunos parece difícil de entender, pero en realidad es bastante fácil: no se pueden asegurar los derechos de las personas si no hay recursos para hacerlo. Es decir que se pueden proclamar decenas de derechos, pero si no se asignan partidas y medios para hacerlos valer terminan quedando como meras declaraciones.

Algo de eso hay en la propia naturaleza del peronismo, que piensa en los derechos como piensa en la moneda, con resultados parecidos. Con la misma lógica, tantos derechos puestos en papel, pero sin recursos económicos o materiales para ser respaldados, terminan como una moneda que se emite sin respaldo: no existe en la práctica, donde la gente recurre a otras herramientas para cubrirse ante la inefectividad del andamiaje vigente.

Esto viene a colación de las declaraciones de la ministra de trabajo, Kelly Olmos, que dijo que el próximo paso en la agenda de un gobierno en retirada es la reducción de la jornada laboral. Solamente un burócrata, empleado público de toda la vida, deseoso de tener más tiempo para ir a militar a una unidad básica, puede creer que esa medida va a alcanzar a todos los trabajadores.

La idea de trabajar menos como algo positivo viene desde dos lugares diferentes. El primero, partiendo de la premisa de que no se disfruta lo que se hace. Así, si el trabajo no es también goce, para qué trabajar tanto.

El segundo, a partir de que se gana poco por lo que se hace, de allí que se crea que bajar un 25% la carga horaria manteniendo el sueldo compensaría la situación. Esto, lógicamente, es un engaño, porque si el trabajo es tan poco productivo como para pagar más, ¿cómo se supone que va a aumentar la remuneración por hora? Es todo pensando en una cuestión electoral que alcance solamente a los empleados en blanco.

No está mal el cálculo de Olmos y equipo, que saben que su elección, perdida la posibilidad de la presidencia, se juega en la conformación parlamentaria. Ya no se trata de buscar la mitad más uno de los votos. Tampoco es el 40% y el 10% de diferencia. Se trata de conseguir algo que esté alrededor del 35% y que le signifique al peronismo mantener su poder de bloqueo y negociación en el Congreso.

Para eso puede dedicarse a regalarle cosas a los pocos que han soportado los coletazos de un modelo que se cae a pedazos, como los asalariados formales, especialmente a los del sector público.

No hace falta andar dando tantas vueltas por la calle como para ver que las ocho horas diarias de trabajo existen cada vez para menos gente. Cada vez hay más gente que tiene dos ocupaciones, una en relación de dependencia, para asegurarse los beneficios sociales, y otra precarizada con un monotributo, como quien escribe estas líneas.

No hay ninguna duda de que cualquier persona prefiere dedicarle más tiempo a su vida de ocio que a su trabajo, pero eso es cada vez más difícil en un país en el que los trabajadores están desprotegidos a pesar de las barreras legales que se han erigido so pretexto de defenderlos. La pulsión por consagrar derechos imposibles de respaldar en la práctica genera que los mismos se vayan diluyendo, haciéndose una realidad más lejana para tantas personas.

El problema de la discusión viene dado en el mismo punto que en todas las cosas. Si se analiza la legislación laboral existente en distintos países del mundo, en nuestro país hay límites legales más altos que en la mayoría de los países, especialmente si se compara con los países desarrollados. Sacada la formalidad de la ley, la diferencia radica en la práctica concreta, donde una familia tipo con dos salario promedios de $140.000 no consigue salir de la pobreza y se las debe rebuscar vendiendo empanadas, cuidando hijos de vecinos o ayudando a descargar camiones en algún negocio vecino, todo en negro.

Hace un tiempo estaba hablando con un amigo que vive en Estados Unidos y me decía que nunca había trabajado tanto en su vida. “El tema es que acá no me canso”, me dijo. No es que allá se multipliquen tanto las horas, sino que cobra mucho más (en términos de posibilidades de consumo) que lo que cobraba acá por el mismo trabajo, que lo tenía hasta tres semanas lejos de su casa instalando antenas telefónicas en la patagonia. Hoy anda el mismo tiempo en Arizona y Nuevo México, pero tiene dos autos y una hipoteca a 25 años para llegar a la casa propia, algo imposible cuando era un monotributista durmiendo en el asiento de la Fiorino para ahorrarse los viáticos del hotel.

De prosperar la iniciativa, la situación terminaría como siempre, ayudando a los privilegiados del sector público que ya tienen mejores condiciones laborales que el resto de los trabajadores. Será posible esperar que ellos pasen a trabajar dos horas menos por día, mientras los precarizados tengan que aumentar su carga laboral para pagarle al resto esas prerrogativas.

No se trata de negar la existencia de más derechos ni de los deseable de más tiempo para la vida personal, sino de señalar que los mejores salarios o la menor carga horaria no depende de un voluntarismo infantil, sino de los aumentos de la productividad y la competencia, junto a un florecimiento del sector privado. Fuera de eso, los derechos del kirchnerismo son lo mismo que sus pesos, puro papel pintado.

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