Nacional Por: Javier Boher29 de septiembre de 2023

La fuerza de lo impredecible

La incertidumbre permanente alienta las conjeturas, que igualmente no llegan a cubrir todas las posibilidades existentes.

Por Javier Boher

rjboher@gmail.com


Nadie parece creer, genuinamente, que Milei tenga posibilidades de gobernar el país. Quizás pocos dudan de que pueda ganar las elecciones, pero de ahí a gobernarlo hay un largo trecho.

Algunos apuestan por el uso del carisma y los instrumentos de la democracia directa para construir la legitimidad que se necesita para imponer las reformas. Aunque pueda ser una posibilidad, los resortes institucionales son fuertes, a la vez que la brecha entre representantes y representados es muy grande: si un diputado de un distrito milevita vota contra algún proyecto presidencial, la pasada de factura nunca se materializa, como bien saben los diputados cordobeses que votan con el kirchnerismo pero en las elecciones venden federalismo independiente.

A partir de esa premisa inicial -que Milei tendría dificultades para gobernar- es lógico que la gente se empiece a peguntar sobre qué podría pasar si encontrara obstáculos imposibles de sortear, que hagan mella en su apoyo popular.

Los rumores sobre la salud mental de Milei, las acusaciones sobre infinidad de massistas en las listas libertarias o la falta de experiencia real de algunos de sus cuadros se conjugan en una infinidad de hipótesis sobre qué puede depararnos el futuro. La falta de certezas contribuye a esa reacción creativa que ocupa el tiempo de los que no tenemos ni idea de lo que va a pasar.

En general se da por sentado que el economista va a ganar en octubre y luego en el ballotage. Aunque los números de las encuestas no lo reflejen con claridad -¿acaso todavía sirven para algo?- dicha afirmación se ha convertido en una certeza para muchos.

Una hipótesis interesante es que el acuerdo entre Massa y Milei (o entre el ministro y el entorno del economista) es para desplazar a Bullrich fuera del ballotage. De ese modo, podría ocurrir que el libertario no se presente a la segunda vuelta, permitiéndole a Massa ser presidente sin el voto popular, pero con una buena cantidad de gente propia en el Congreso.

Aunque suena demasiado rebuscado, nada puede ser descartado de plano en un país en el que todos los políticos se la pasan viendo de qué manera van a poder innovar para torcer las reglas y aferrarse al poder.

Otra opción podría ser algo similar a lo de Abdalá Bucaram en Ecuador, destituido por “incapacidad mental”. Su paso por la presidencia fue fugaz, eyectado por los acuerdos de una casta que desde el Congreso veía el caos en el que se podía sumir el país por la aventura de un partido sin suficiente capacidad para gobernar.

Ese ejemplo se marca como uno de los tantos que vinieron posteriormente en la región, donde la posibilidad de un juicio político a un presidente sin poder real crece a partir de la fragmentación del Congreso. El hecho de que exista un partido ocupando la Casa Rosada no quiere decir que haya alguien ejerciendo el poder.

Aunque ese escenario es alentado desde las dos grandes coaliciones (que se ven a sí mismas como garantes de la gobernabilidad) la realidad es más fuerte: deberían ponerse de acuerdo dos bloques que hoy no lo hacen, a los fines de destituir al presidente y nombrar a alguien en su lugar, lo que a priori parece bastante difícil.

La forma de gobierno en Argentina alienta la cooperación en pos de la construcción de poder, por lo que es de esperar que los ministerios se rifen entre aquellos que ofrezcan políticos profesionales para gestionar el Estado (y los retornos más altos para repartir). Eso hace aún menos posible la concreción de un pacto entre dos espacios enfrentados (desde hace una década) para deponer a un gobierno sin saber muy bien qué lo reemplazaría.

La impredecibilidad del sistema político hace que estas conjeturas nos lleven a lugares insospechados. Lo más probable, sin embargo, es que lo que finalmente ocurra no haya sido tenido en cuenta.

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