Cargos o valores
La discusión entre el radicalismo y el Pro se centra en cómo procesar una posible alianza con Milei. Se hace política para gobernar, no para pontificar.
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Desde el domingo la discusión más intensa es sobre qué van a llamar a hacer Juntos por el Cambio y Hacemos por Nuestro País de cara al ballotage. Aunque el caudal electoral de cada uno no es el mismo, en una segunda vuelta se gana por un voto más que el otro, así que no queda lugar para especulaciones.
La derrota de Bullrich reactivó viejas internas en la coalición que supo poner a Mauricio Macri en la presidencia, que logró sobrevivir a pesar de lo que se preveía tras dejar el gobierno en 2019, incluso ampliándose en 2021 para incluir más socios. Todos esos sectores que confluyen allí dentro tienen sus propias visiones sobre qué se debería hacer el 19 de noviembre. No es tan fácil decidir un curso de acción, porque cualquier movimiento puede romper lo que se ha construido hasta ahora.
Envalentonados por sus ocho gobernadores, los radicales esperan tener una postura central en lo que viene. Ciertamente es un número importante para su historia reciente, la que no se puede explicar sin su adhesión a la coalición. Pasar de haber estado arrumbados en un rincón del escenario político a tener un tercio de las gobernaciones no se construye solo.
Por otro lado está la gente del Pro, una fuerza netamente porteña, que trató de hacer pie en el resto del país pero apenas si logró poner gerentes que le administren las franquicias. Pese a ello, logró incorporar a la política a figuras que preferían esquivar al radicalismo o a otros partidos locales, consiguiendo progresivos triunfos que le dieron otra centralidad.
La división opositora por la irrupción de Milei fue un duro golpe para la coalición de rojos y amarillos, que parecen compartir una vocación institucionalista que puede ser el primer paso para un entendimiento. Si dicen que hay que tener democracia en el partido para que haya democracia en Argentina, lo mismo aplica para la coalición que integran.
El mayor problema que enfrenta hoy JxC es que sus miembros desconfían unos de otros. A pesar de llevar una década trabajando juntos, todavía existen ciertos temores de que pueda haber alguna traición, tal vez por la amplitud ideológica de quienes integran el espacio.
Por un lado ha demostrado un rechazo a la economía del kirchnerismo (por el excesivo intervencionismo estatal y las licitaciones amañadas para los amigos) y por el otro una objeción a las formas autoritarias y violentas con las que ha gobernado. Unos y otros objetan la corrupción, independientemente del grado en el que lo hagan, de allí que haya un dejo moralista que impide el razonamiento más pragmático.
Sin embargo, esta última dimensión sigue presente en todos los que se dedican a la política porque buscan el poder. Está muy bien tener valores, pero en política se está también porque de a ratos se sabe ponerlos a un costado para poder llegar a ser gobierno. Si no se llega al lugar en el que se toman las decisiones no sirve de mucho dedicarse a esta actividad: les quedarían mejor los templos y las iglesias.
Los radicales entienden muy bien de esto, habida cuenta de que sus tres últimos candidatos a presidente (Moreau en 2003, Lavagna en 2007 y Alfonsín en 2011) terminaron de una u otra forma dentro del kirchnerismo. ¿Cuántos engrosaron las filas del radicalismo K cuando la irrupción de Néstor Kirchner? Salvo Zamora, que sigue gobernando Santiago del Estero con el paquete entero del kirchnerismo, la mayoría terminó volviendo al partido como si no hubiese pasado nada, con Cobos como máximo exponente.
Las segundas y terceras líneas del Pro y de la UCR tienen un gran incentivo para meterse dentro del espacio de Milei. El economista no puede llenar todos los cargos políticos del Estado, por lo que ellos podrían negociar apoyo para terminar ocupando los mismos. La ambición es algo natural. Es la misma que llevó a Massa de la Ucedé al peronismo, lo que le permitió estar hoy peleando la presidencia.
La estrategia de Massa fue bastante clara: se posicionó por el centro y trascendió a sus dos principales opositores, que se embarraron en una pelea entre ellos. En el debate Massa fue como el Señor Rosa de Perros de la Calle, que sale indemne de la secuencia del tiroteo, llevándose consigo el botín, que ahora fue un primer lugar en una primera vuelta.
La estrategia oficialista para lo que viene será simple: tratar de evitar que ambos espacios confluyan, ya sea explícita o implícitamente, fundamentalmente desalentando la participación electoral. Dos tercios de la gente prefirió a otros, pero de nada sirve si esos votos no se unen detrás de una única candidatura en el ballotage. Sabiendo que no se suspende el feriado de esa fecha, no debería extrañar a nadie que haya un previaje mucho más tentador para que la gente no concurra a las urnas.
Quizás la mejor ocpión para JxC sería dar libertad de acción a sus votantes, privilegiando la supervivencia de la coalición por sobre la unanimidad. Ya logró sobreponerse a una situación moralmente compleja como fue la ley de legalización del aborto, no debería tener problemas para hacerlo nuevamente ahora.
JxC no gana nada apoyando de manera unificada a un candidato, a pesar de que tiene más para ganar (en términos de cargos) apoyando a Milei. El sexo es un negocio si se cobra; si se hace gratis es por goce. De allí que cada figura pública que sienta que debe expresarse debería hacerlo, pero siempre negociando los cargos que se quieren ocupar.
En soledad, Milei no tiene con qué gobernar y JxC no tiene cómo hacerlo. A eso Massa lo sabe perfectamente. Quizás deban reverse algunos purismos para lograr la manera de dejar a la mayoría conforme. En una democracia representativa, el riesgo de la intransigencia es la intrascendencia.
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