Bochas electorales
Cada candidato trata de aproximarse a un centro electoral que cambia de turno en turno y que muchas veces ni siquiera está donde sospechan.
Las elecciones son un juego en el que lo determinante es la posición: quien más se acerca al centro del sentimiento político medio de la sociedad es el que se va a quedar con el triunfo. Es algo así como jugar a las bochas: el que queda más cerca del bochín es el que finalmente gana.
Ese bochín no está siempre en el mismo lugar, sino que va cambiando de jugada en jugada. Algunas veces está bien al centro, otras un poco más a la izquierda y otras un poco más a la derecha, como hoy.
Si hace 20 años ese bochín pedía que vuelva el Estado interventor de la economía, las nacionalizaciones o la recuperación del Estado de bienestar, hoy quiere que se libere la economía, que haya una moneda estable y que prosperen los privados. Así, aquel que hace dos décadas podía ganar por acercarse al punto medio del sentir popular, hoy quizás queda muy lejos, especialmente si prefiere que su bocha repita el mismo lugar de antes en lugar de tratar de acercarse al bochín.
El juego, además, se complejiza cuando los rivales mueven sus bochas. Una buena tirada puede desplazar la que antes estaba cerca del esférico menor, cambiando rápidamente las posiciones de las demás, así como en política puede aparecer un “cisne negro” que modifique las distancias hacia el corazón del electorado.
La jugada del kirchnerismo de ungir a Massa como candidato aspira a estar más cerca de ese punto medio del electorado. Toda la movida previa de ensalzar a Wado De Pedro y la de proponer a Scioli como contrapeso sirvió para volver a construir la idea de que están todos en el mismo barco, por más que hayan decidido cambiar el nombre.
Massa es -a los ojos de buena parte del electorado- un moderado que viene a devolver al peronismo a sus senda original de contubernios entre políticos y empresariado, para que los primeros no dejen el poder y los segundos ganen más plata que nunca. Es el “peronista con adjetivo” que necesitan para volver a esconder la naturaleza destructiva del kirchnerismo, tal como lo hicieron al proponer a Alberto Fernández para la presidencia, un experimento exitoso electoralmente y pésimo políticamente.
Massa, aunque desgastado por su rol de ministro de Economía -donde los únicos éxitos que puede mostrar son los publican los medios afines a su gestión- sigue siendo el más conocido y el mejor conceptuado del justicialismo para desempeñar ese rol. Está en la edad en la que se pega el salto a la presidencia y a la que se construyen nuevas hegemonías. Su problema, lógicamente, es que el equipo para el que juega tira siempre torcidas sus bochas, sin importarle mucho que el bochín esté en otro lado. Quizás un mal golpe del otro equipo los termina acercando, sin entender muy bien por qué.
En la oposición mayoritaria empiezan a evidenciarse los problemas de esa candidatura. Ciertamente era más fácil rivalizar y oponerse a personajes más identificados con el cristinismo sectario de La Cámpora y afines, antes que con un oportunista y pragmático como Massa, que siempre se las rebusca para estar cerca de donde se toman as decisiones.
La estrategia de Patricia Bullrich fue desde siempre la radicalización soft, entendiendo que lo que necesita la oposición es mostrarse claramente diferente al kirchnerismo. En principio es la misma apuesta de Milei, buscar que la gente no se identifique positivamente con sus propuestas, sino que rechace profundamente las de los otros.
En los últimos años el bochín se fue corriendo para ese lado, de ahí el crecimiento de opciones que hasta 2015 permanecían sumergidos dentro de la única opción “de derecha” existente, Cambiemos. Hoy sobran nombres en ese andarivel, mientras se juntan los del otro lado.
Rodríguez Larreta se ha encontrado con un problema aún mayor. Siempre apostó por la moderación, el consenso y “un gran acuerdo con el 70% de los argentinos”. Sergio Massa le significa a él un desafío mayúsculo, por cuanto le disputa más o menos la misma identidad de la ancha avenida del medio.
Así, Larreta trató ayer de radicalizarse un poco -para parecerse a Bullrich- y de criticar un poco a la gestión de Macri -para acercarse un poco a los potenciales votantes de Massa-. Entiende que ellos dos están más o menos cerca del corazón electoral, pero que quien encuentre la forma de posicionarse entre ellos dos será quien efectivamente se termine aproximando a la menor distancia del bochín.
No es una tarea fácil la que Pretende Larreta, porque un paso en falso lo puede dejar más lejos de su objetivo que lo que pueda estar dispuesto a aceptar. Es que el hecho de que haya polarización no quiere decir que el corazón del electorado está ubicado en un pinto equidistante entre esas dos fuerzas que funcionan como extremos. Tal vez el bochín está en un lugar distinto al que imaginan él y sus consultores. Tal vez debería buscar las coincidencias entre los que mejor miden para saber cuál es la menor distancia entre ellos, en lugar de concentrarse en las cosas que los hacen más diferentes.
Al final, como siempre, las posiciones que decidan jugar las distintas fuerzas serán las que definan de qué manera resultará la elección. Eso sí, siempre que no llegue un bochazo desde arriba y mande a todas las demás bolas al diablo.
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