Nacional Por: Javier Boher18 de marzo de 2024

Promo Caputo

El ministro de Economía se enojó por esas populares estrategias de venta, a pesar de que son lo único que tienen los ciudadanos para sobrevivir en este país.

Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Tal vez, sólo tal vez, la inflación está dejando de ser un problema para la gente. No se trata de que se haya eliminado y que de golpe la sociedad esté viviendo en la estabilidad económica, pero sí que la inseguridad y la falta de plata están cada vez más arriba en la consideración de la gente. La recesión, además, le va poniendo un límite a los precios.
Por eso esta última semana la política nacional nos mostró las discusiones sobre la medición del indec, que marcó el cumplimiento del guarismo del presidente de que la inflación iba a estar por debajo del 15%. No se trata de un éxito rotundo, porque el acumulado en tres meses es de más o menos el 70%, pero el hecho de que se esté estabilizando junto a precios liberados y actualizados es una buena señal para Milei y su equipo (y ni hablar para los trabajadores que vieron cómo se disparó todo menos el sueldo).
Algunos están convencidos de que el número está dibujado, aunque las mediciones privadas marcan más o menos lo mismo. Otros están seguros de que a este ritmo, en seis meses vamos a estar en el cuatro por ciento que prometió Massa para abril del año pasado. En cualquier caso, la inflación empieza a desaparecer de los problemas de la gente, que ya no tiene esa plata que "sobra porque no alcanza" como para salir a comer afuera o darse algún gusto menor, lo que la obliga a seguir achicándose y marcando límites a los aumentos.
En todo ese contexto el ministro Caputo lanzó una insólita pelea contra los descuentos y promociones en supermercados, sosteniendo que la popularización de ese tipo de estrategias de venta es una señal de que la inflación está bajando, pero que todavía hay mucha especulación en el medio, lo que hace que las listas sigan con precios por las nubes. 
Los libertarios más locos del mundo quieren armar una mesa para coordinar precios con las empresas. Quizás puedan sumar a Guillermo Moreno al gobierno, aprovechando que ellos no son tan exquisitos para sumar gente de la casta y que él tiene experiencia para presionar a las empresas que atentan contra el pueblo.
Está clarísimo que las empresas trataron de cubrirse de la debacle haciendo stock, aunque ahora la estrategia puede haberles significado perder plata. Si la cosa estuviese pronta a recuperarse quizás se arriesgarían a bajar precios, vender y generar algunas ganancias para sus negocios, pero todavía queda un dejo de desconfianza respecto a las chances de éxito del proyecto del presidente y nadie quiere quedar expuesto.
Ahora bien, ¿la gente prefiere pagar 80% menos en la segunda unidad o 40% menos en cada producto? En líneas generales, lo segundo. Si lo pensamos en -por ejemplo- desodorantes, la cosa no es tan evidente, porque se los guarda y listo. Se cuida el valor de la compra, aunque haya que esperar para consumir. La cosa es distinta si pensamos en fruta o verdura. La promoción dice "tres atados de acelga" o "cuatro kilos de zapallitos" y desplegamos mentalmente la cantidad de comidas que nos entrarían en un menú condicionado por esos ingredientes. En general vamos a preferir llevar lo que nos haga falta, en lugar de llenarnos de cosas que no elegimos.
Pasa algo parecido con las marcas que entran en las promociones o los días en los que los bancos hacen descuentos con sus tarjetas. Por ahí terminamos llevando marcas que no nos gustan (el cuchuflito y la pindonga que denostaba Cristina) o haciendo un esfuerzo sobrehumano para meter una ida al super justo el día que nuestro banco decidió ayudarnos a llegar a fin de mes, toda una complicación adicional a nuestra rutina, a los fines de ahorrar algunos pesos.
Por esa lista de cosas lo que dice Caputo suena de lo más razonable, aunque en los hechos sea absurdo pelear por la existencia de las promociones. La inflación no va a bajar si se eliminan esos recursos, aunque quizás nos pueda ayudar a redefinir los precios relativos de las cosas: si medimos los salarios en litros de leche o kilos de pan, definitivamente vamos a valorar que los precios se sinceren y cumplan la función de darnos toda esa otra información sobre las cosas, como cuántas horas de soportar al jefe cargoso o a la compañera chusma necesitamos para comprar algo.
La economía se sigue contrayendo, lo que pone mucha presión a los empresarios, que saben que deben bajar algunos precios si quieren que su actividad se recupere. No necesitan a un ministro a punto de ponerles pecheras a sus cibermilitantes para mandarlos a medir góndolas, como hacían los pésimos secretarios de comercio interior anteriores mandando a los sindicalistas o a los militantes de organizaciones sociales a controlar precios. Eso tal vez sirva para generar ruido o tráfico en redes, pero su capacidad de modificación real y durable de la economía es cero. Es más importante una madre premiando al carnicero que vende milanesas baratas que un delegado de UOCRA usando la cinta métrica para ver a qué altura de la góndola están los trapos de piso en una cadena internacional.
Pese a ese tipo de declaraciones absurdas Caputo sigue siendo uno de los pilares del gobierno, con un manejo de la economía que probablemente haya evitado un mal mayor (difícil saberlo a esta altura). Tal vez la afirmación inicial sea desmesurada y la inflación siga siendo una preocupación para la gente. Quizás esa leve sensación de estabilización sea apenas un espejismo, una ilusión que finalmente se desvanezca y nos revele que toda esa Argentina que parecía estar en un proceso de normalización sigue siendo la misma y está condenada al colapso. Por ahora no hay mucho más a lo cual aferrarse, solo a las promociones que nos ofrecen.

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