Nacional Por: Javier Boher10 de mayo de 2024

El inquilino

Córdoba y el país están en un proceso de transición y crisis que le complican las cosas al gobernador Llaryora

Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Hace unos días andaba circulando una encuesta que señalaba de qué manera la popularidad de Milei está intacta en la ciudad de Córdoba, con el agregado de que creció en los últimos meses. Contrariamente a lo que señalan muchos medios, políticos y opinadores, el libertario está sólido en la consideración pública. Tal vez por eso vimos aparecer una nueva Cristina Kirchner que dice no ser feminista, que le gustaba vacacionar en Estado Unidos y que quiere agregar a la virgen de Luján al salón de las mujeres del Instituto Patria. Creer o reventar.
Lo que aquella encuesta no decía en el recorte que circuló (pero que seguramente se midió con el mismo instrumento o por la misma consultora) es cuál es la imagen que tienen los cordobeses sobre los dirigentes cordobeses. Seguramente liberar los datos de Milei les garantiza exposición y viralización y por eso los dieron a conocer, pero siempre es bueno estar atento sobre cómo le está yendo también a los otros.
El peronismo de Córdoba perdió a uno de sus últimos grandes líderes de manera trágica y al otro por las cuestiones propias de la renovación política institucional. Después de 24 años se encontró con una vieja guardia de caballos cansados y una joven guardia montada sobre burros (no por lo brutos, por favor, sino porque siguen la huella tal como hacía el asno en el que andaba Brochero). 
La elección que ganó Llaryora fue legítima, pero reveló que tendría un margen de maniobra bastante reducido. No pasaron ni seis meses y ya se nota que las cosas no marchan de la mejor manera.
Las tensiones en la Legislatura, los problemas con el Tribunal de Cuentas y el excesivo uso de redes sociales para la construcción de un relato exponen al gobernador más de la cuenta.
Mientras discutíamos sobre el derrotero del peronismo cordobés un amigo dijo algo muy claro, irrefutable: Llaryora puede ser un buen gestor, pero a nadie le da la nafta para gestionar una provincia (que es como un país), asegurarse un futuro y posicionarse a nivel nacional en un escenario político de transición y en crisis. No se pueden abrir tantos frentes, especialmente cuando no se eligen los mejores jugadores.
La idea de armar un frente con gente de distintos sectores -la lógica movimentista- funciona cuando se cumplen dos condiciones, al menos en este país: hay un líder fuerte (que es el llamador a la confluencia) y hay otros actores que también pueden aportar lo suyo. Hasta ahora el peronismo cordobés solamente ha mostrado la capacidad de fichar figuras del juecismo residual, desertores de cada etapa ideológica por la que pasó el diputado nacional Luis Juez, que le aportan más veleidades y dolores de cabeza que votos y gestión. 
En momentos de su asunción destacamos desde esta columna que Llaryora tenía todas las condiciones dadas para ser candidato a presidente. Gobierna una provincia grande, de economía privada fuerte y diversificada, no tenía competencia real en el peronismo del interior ni en la Región Centro y podía oponer el nunca cuestionado modelo intervencionista cordobés a la liberalización extrema de Milei. 
El gobernador pareció tomar nota e intentó subirse a esa pelea, aunque tal vez lo hizo demasiado temprano, como también señalamos al cabo de unos meses. En su discurso de apertura de sesiones del Congreso Milei insistió en subirlo al ring, una invitación tentadora que Llaryora no llegó a agarrar del todo. 
Todo parece indicar que por ahora ha desistido de ese proyecto presidencial, postergándolo atinadamente hasta que el tiempo exponga con más claridad qué va a pasar con la popularidad de Milei. Nadie puede aguantar un ajuste tan duro durante mucho tiempo, por lo que la falta de brotes verdes puede hacer que la popularidad del presidente se desplome en poco tiempo.
Sin embargo, haber bajado un escalón para concentrarse en Córdoba tampoco parece ser lo que está pasando. Hay voceros informales que salen a dar sus explicaciones y su interpretación de los hechos, dejando en evidencia que no saben dónde están parados ni cómo van a resolver los problemas que tienen por delante. La batalla política para no perder las pocas bazas de ventaja es tan fuerte que no pueden ver de qué manera se descuidan las cuestiones que se las hicieron ganar en primer lugar.
No debe ser fácil gestionar una provincia grande como Córdoba, pero es un paso necesario si se pretende pegar el salto a un tablero infinitamente más complejo y con muchos más intereses cruzados como lo es el que se contempla desde la presidencia. Mi papá siempre me contaba de un abogado peronista que tenía la oficina frente a la de mi tío (y que había estudiado derecho en la Católica por orden del partido) que siempre repetía que no podés ser presidente si no sos dueño de tu provincia. Habrá que ver si Llaryora ordena su estrategia y consigue salir de la posición de inquilino.

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