Córdoba partida
El intento del gobernador Lleryora de construir un polo hegemónico que represente a todos los cordobeses implica un gran incentivo para que surja una alternativa con idéntica vocación
Por Javier Boher
Hace ya tiempo que se habla del ambicioso proyecto de un Partido Cordobés con el que el gobernador Llaryora estaría tratando de proyectarse a nivel nacional. Así se desprende, al menos, de los movimientos con el que se sigue sumando a extrapartidarios del peronismo a esa coalición amplia y ecléctica que gobierna en la provincia y en la capital.
La lógica movimentista está en el ADN del justicialismo, que siempre se imaginó por encima de otras identidades políticas, igualando el ser nacional al ser peronista. Aunque el tiempo diluyó esa percepción, no logró hacer desaparecer esa voluntad hegemónica que existe en la clase política argentina, con sucesivos espacios políticos reclamando el lugar del auténtico sentir mayoritario.
Tal vez por eso apareció Unión por Córdoba, mutó a Hacemos por Córdoba y terminó en Hacemos Unidos por Córdoba. Partidos de distintas extracciones que confluyeron en un proyecto político en el que si apenas compartían el no ser el radicalismo. Los años malos del centenario partido coincidieron con el surgimiento del juecismo, que rompió el bipartidismo y relativizó aún más el rol de los partidos en la política cordobesa.
El nuevo avance del peronismo cordobés sobre otros espacios demuestra con claridad algo que muchos no quieren ver: el peronismo se ve a sí mismo como una máquina de ganar, un aparato que se devora todo aquello que lo puede acercar a llevarse el triunfo en una elección. Desde el otro lado, dirigentes con vocación ganadora que son ignorados por estructuras partidarias corrompidas por favoritismos terminan pegando el salto a un espacio en el que van a aumentar sus posibilidades de hacer carrera. En momentos en los que los partidos representan cada vez menos cosas, la única convicción es el triunfo.
Ese avance peronista pescando dirigentes de otros espacios despertó el enojo de los que pierden cuadros (si más o menos importantes, eso ya es cuestión de interpretación). La reacción anticipa todo tipo de represalias para con los infieles, de una manera que recuerda a lo que le pasa a los que fueron engañados por sus parejas: si te engañan o te dejan, algo habrás hecho para que miren para otro lado. Nadie se va porque si.
El riesgo, especialmente en una provincia complicada como Córdoba, es que esa amplia coalición deje de representar algo más o menos claro. Si el cordobés no soporta el centralismo y autoritarismo que le achaca al puerto, ¿qué le hace pensar al peronismo de Llaryora que la gente se aguantaría en este lugar algo que se parezca a esa lógica de partido predominante que hay en otros distritos? Si es cierto que al ciudadano de esta provincia le gusta llevar la contra, no hay razones para no creer que podría surgir una oposición a tal proyecto.
La forma en la que los partidos -y las ideas o políticas que dicen representar- se han ido desdibujando abren el escenario para que las cosas cambien en el horizonte. Hoy el peronismo especula con el debilitamiento de Rodrigo De Loredo y Luis Juez por tensiones entre ellos, por el rol de algunos radicales y por el posible crecimiento de los libertarios. Dividir a la oposición es uno de los primeros pasos para ganar una elección, salvo que la oposición consiga dividirte a vos.
El rumbo de la economía seguramente tendrá mucho que ver en la forma en la que se puedan presentar las opciones en 2027, como así también el desgaste que acumulen las figuras con responsabilidades de gestión y la voracidad con la que vayan corriendo desde abajo algunos de esos otros políticos ambiciosos que se van incorporando a esa máquina de ganar que es el peronismo.
Seguramente en la historia argentina está lleno de ejemplos de políticos que cambiaron de bando a tiempo para construir sus carreras, pero hoy el foco irá sobre dos norteamericanos. El primero, Donald Trump, que a pesar de haber sido votante y aportante demócrata decidió ser candidato por el Partido Republicano, lo que lo puso en la presidencia. El otro es Joe Biden, que de haber sido conservador independiente vinculado al Partido Republicano, aprovechó que los demócratas le ofrecieron una oportunidad para ser candidato al Senado y pegó un salto que loocnvirtió en vice presidente y presidente por el Partido Demócrata.
Los partidos pesan cada vez menos en la decisión de los votantes, aunque sean importantes para la fiscalización y organización de una elección. Los políticos se tienen a ellos mismos y desde allí se proyectan a la victoria. No importa la vocación hegemónica de la iniciativa de Llaryora, seguramente alguno se dará cuenta de que la apuesta que vale es dejar de casarse con los símbolos de un partido para empezar a representar los intereses de aquellos que queden afuera. Si hay Partido Cordobés, lo lógico sería que se parta Córdoba.
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