Pacto del pasado
La convocatoria a la firma del Pacto de Mayo llega en una fecha y con un texto que recuerdan a otros momentos de nuestra historia
Por Javier Boher
El día que el presidente Milei convocó a la firma del Pacto de Mayo pensé en que era realmente consistente con su visión dogmática y refundacional. No hay populismo que no quiera presentar su orden como el orden natural de las cosas, el preferible ante las aberraciones de los demás. No hay mejor interpretación de los deseos y aspiraciones de la nación que la que puede hacer el iluminado líder que encabeza a esa porción de la sociedad.
Cuando fracasó la aprobación de la Ley de Bases y el pacto se pateó hasta una fecha incierta se me vino otra cosa a la cabeza: “no sea cosa que lo quiera firmar el 9 de julio en Tucumán”. Para muchos eso no dice nada. Para los que tenemos en la cabeza un índice de actos como ese la relación salió al toque.
“Nos, los representantes del pueblo y del gobierno de la República Argentina, reunidos en Congreso Abierto a la voluntad nacional, invocando la Divina Providencia, en el nombre y por la autoridad del pueblo que representamos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra la justicia en que fundan su decisión, los pueblos y los gobiernos de las provincias y territorios argentinos, de romper los vínculos dominadores del capitalismo foráneo enclavado en el país y recuperar los derechos al gobierno propio de las fuentes económicas nacionales. La Nación alcanza su libertad económica para quedar, en consecuencia, de hecho y de derecho, con el amplio y pleno poder para darse las formas que exijan la justicia y la economía universal, en defensa de la solidaridad humana”. Así arranca el preámbulo de la declaración de la independencia económica que Perón firmó en 1947. Seis décadas más tarde, tras haber cancelado la deuda con el FMI, Néstor Kirchner reflotaría aquella idea en su proyecto para erigirse en el Perón del siglo XXI.
Aunque de signo contrario, la propuesta de Milei se enfoca a la misma idea: el problema de Argentina es económico. No importa que ya hayan pasado más de 75 años desde aquel primer anuncio, la clase dirigente sigue convencida de que el problema efectivamente es económico, en lugar de reconocer que la cuestión de fondo siempre es política y que los problemas de inflación, pobreza, desocupación, aislamiento del mundo y retroceso en calidad de vida se debe a cuestiones que dependen de las personas que conducen.
Si hace tres cuartos de siglo la idea era armar un capitalismo nacional, hoy está claro que no funcionó. La reacción a ese modelo de estancamiento parece apelar a consignas dogmáticas sobre la libertad económica, cuando la discusión debería ser mucho más elemental y centrarse sobre darle más libertad a los individuos (en todos los planos posibles) y menos libertad a los políticos (en particular para que no dispongan discrecionalmente de los fondos públicos). El Pacto de Mayo es una voz de aliento para que los más fieles seguidores del presidente no bajen los brazos, pero apenas si es un decálogo de buenas intenciones que ya existen en las leyes y que nadie respeta.
“Nos los representantes de las Provincias Unidas del Sur, reunidos en San Miguel de Tucumán, lugar de nacimiento de nuestra Nación, ante la mirada del Eterno, en nombre y por la autoridad del pueblo que representamos, declaramos solemnemente que es voluntad unánime de los presentes romper con las antinomias del pasado y refundar el contrato social que dio nacimiento a nuestra querida Patria.”. El texto precedente sirve de preámbulo a la lista de acuerdos a los que se comprometerán quienes asistan. Lo verdaderamente interesante viene después.
“Quienes suscriben al presente documento se comprometen a su vez a la constitución de un Consejo de Mayo, para discutir el grande, augusto y sagrado objeto de la refundación de la Patria. Este organismo estará compuesto por un Presidente del Consejo de Mayo, por un representante del Poder Ejecutivo Nacional, un representante de la Cámara de Diputados, un representante de la Cámara de Senadores, un representante de las provincias, un representante de las entidades gremiales y un representante del sector empresarial”. Si alguien dijera que eso estaba en el acta que firmó Perón en 1947, a tono con la idea de lograr una comunidad organizada según el precepto fascista de un Estado corporativo, definitivamente pasaría por cierto.
Al final del día, lo que pretendía ser una revolución moral y económica para Argentina termina siendo lo mismo de siempre, un tratado sectario, con olor a naftalina y que va a terminar confinado como letra muerta en algún libro de historia. Aunque le pidan otra cosa a las Fuerzas del Cielo.
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