El camino de la universidad pública
Hay que elegir a quiénes se quiere como acompañantes cuando se defienden las causas
Por Javier Boher
rjboher@gmail.com
Hay algo que ya escribí hace un tiempo y que cada vez me parece más evidente: al menos acá en Córdoba se ve más gente que votó a Massa por descarte y ahora está más conforme con su voto que arrepentidos de haber votado a Milei. Es difícil saber cuál es el mecanismo que opera por detrás, pero quizás esos sean los que hacen que la desaprobación del gobierno aumente en las encuestas.
La reflexión sobre Sergio Massa viene a cuenta de su expresión a favor de la universidad pública y sin arancelamiento (sabemos que no es gratis porque toda la discusión es sobre quién paga las cuentas). Los comentarios debajo del posteo eran mayormente se gente que hoy sufre por la derrota, a pesar de que el grueso de la mala situación actual obedece al ajuste necesario para acomodar el desastre que fue la gestión del ex súper ministro.
Está claro que no todos pueden estudiar una carrera universitaria y que muchos de los que lo hacen lo llevan a su ritmo. Massa se recibió a los 41 años y en una universidad privada, condiciones que no tienen nada de malo por sí mismas, pero que dicen algo sobre la persona. Se recibió después de haber sido diputado provincial, titular de Anses, intendente de Tigre y Jefe de Gabinete. Empezó con todos los cargos cuando ya tenía casi 30 años, edad a la que la mayoría de los estudiantes ya recibió su título. Quizás en ese momento no le parecía tan importante la educación pública, especialmente porque también había cursado toda su escolaridad en escuela privada.
Errico Malatesta fue uno de los anarquistas más importantes en la historia del movimiento. Hombre de acción y poca teoría, vivió peleando contra los vicios autoritarios de las distintas ramas del marxismo. Por eso acuñó una frase que no puedo recordar textual, ni pude encontrar en la web, pero que dice algo más o menos así: "Prefiero andar con los que usan los mismos medios que yo, aunque digan tener otro fin, que con los que dicen tener mi mismo fin pero usan medios diferentes".
La frase parece no tener nada que ver con nuestro contexto, habiendo sido escrita en algún momento entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, en pleno enfrentamiento entre las dos vertientes socialistas. Sin embargo, bien se puede aplicar a la marcha universitaria de ayer.
Buena parte de la gente que se movilizó lo hizo para sostener una política de Estado de larga data, que además representa el corazón del ideario de clase media en Argentina. Se podrían discutir el perfil de clase de los alumnos, las formas de administración del presupuesto, la cantidad de graduados y la evolución del nivel académico de los mismos, pero todo eso queda en un segundo plano cuando se debate entre sostener, o no, la universidad pública.
Hay otra parte, sin embargo, que se movilizó por rechazo al gobierno. Ahí están los Massa, la CGT, los que llevaron pancartas partidarias o banderas rojas y de Palestina. Tampoco es que esté necesariamente mal, pero contamina de política partidaria una causa que debería ser transversal a la sociedad. Pasó con los derechos humanos, con el feminismo, con la educación sexual, con el arte, con el CONICET y con tantas otras cosas más.
Ahí toma relevancia la frase de Malatesta. Hay gente que dice querer ir al mismo lugar, pero que en realidad tiene medios y formas muy distintos a los de esa mayoría que no quiere perder ese pedacito de ilusión que es la universidad pública.
No se puede desconocer esa realidad. Quien acepta caminar y movilizarse con todos esos grupos que partidizan reclamos transversales le está entregando, sin darse cuenta, el monopolio de la representación de la causa. ¿Se puede marchar con Massa por educación?¿Con la UEPC, que suma más de diez días de paro en el año?¿Con diputados, legisladores y políticos en general, que solo usan la universidad como plataforma?
No se trata de pensar la educación solo en un último tramo de formación al que no todos llegan. Primero hay que mejorar la educación obligatoria para garantizar el éxito posterior en las carreras universitarias o en cualquier trabajo u oficio que se quiera aprender. Hoy las escuelas no preparan casi que para nada: no hay formación técnica, práctica o de algo que sirva para la vida posterior, solo contenido que se repite o se evalúa a la ligera. En cada escuela que uno trabaja, al preguntar de manera anónima, siempre hay chicos que quieren saber cómo manejar la plata, cómo pagar impuestos o como saber la legislación laboral. Quieren saber cómo se busca un trabajo o cómo se desempeñan algunas tareas. Básicamente quieren aprender a insertarse en la sociedad como adultos, algo que parece haber dejado de ser una función de la educación.
Aceptar reducir el debate educativo a la cuestión universitaria es caer en el juego de la necesidad política de un par de partidos, dirigentes o sectores. Es olvidar cuál es el camino del sistema educativo en su conjunto, confundiendo la defensa de los propios intereses con la defensa de los intereses de los que dicen querer lo mismo, aunque busquen otra cosa. Hay que evitar caer en esa trampa. El único resultado posible de dejarse acompañar por esos que dicen querer llegar al mismo lugar es la desacreditación de la causa o el triunfo de los que hacen un negocio con ella. Para llegar a destino hay que buscar otra gente que quiera recorrer el mismo camino, sin importar si dicen dirigirse a otro lado.
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