El deseo del votante
Las decisiones que el gobierno toma en cuestiones como lo de la AFIP reafirman su base electoral
Por Javier Boher
Un poco voy a extrañar a la AFIP, la oficina pública con la que me agarré mis primeras rabias. Nunca me gustaron los gestores si los ciudadanos estamos habilitados para el trámite, así que partí para el centro a hacer el monotributo.
Llegué temprano y saqué mi número. Esperé más de una hora hasta que me llamaron.
-Te falta la constancia de CUIL
-Pero en la página no decía que lo tenía que traer. ¿No me la podés imprimir en esa impresora de ahí atrás?.
-Noooo, imaginate que si te la imprimo a vos se la voy a tener que imprimir a todo el mundo. Al frente hay un ciber, ahí imprimen.
-¿Vuelvo y paso así me atendés?
-Nooo, tenés que sacar otro número.
Me fui de ahí indignado. Cada año Facebook me recuerda que ese día deseé públicamente que se prenda fuego la oficina.
Volví cuando tuve los papeles y me di con que acababan de mudar la oficina. En ese nuevo lugar se equivocaron dos veces del lugar en el que me tenían que recibir, aunque con mucha menos paciencia les hice saber de mi deseo de irme de ahí con todo en regla. Por suerte desde ese día puedo facturar (un poco al vicio, porque no siempre se puede cobrar como corresponde).
Dentro de todo soy un afortunado, porque apenas si me ha tocado lidiar con los aspectos más inofensivos de la repartición. Hay gente que la pasa mucho peor, como aquellos que tuvieron que sufrir inspecciones recurrentes sólo por haber sido opositores al kirchnerismo. Si hasta le tocó a Juan Martín Del Potro por no haber querido ir a sacarse fotos con Cristina.
La AFIP desapareció y le deja su lugar al ARCA, un cambio de nombre que no cambia la verdadera naturaleza del organismo. Están ahí para cobrar impuestos, una imposición del Estado sobre los ciudadanos, con los que se supone se sostienen la salud y la educación pero en la realidad se pagan sueldos de 30 mil dólares para los ñoquis premium de organismos persecutorios como la AFIP.
Dentro de los nombres que se conocen hay gente que viene del kirchnerismo, con un pasado marcado por ese tipo de operaciones para apretar a opositores. Quizás el cambio de nombre no implique un cambio de rol, sino que tal vez siga siendo el brazo ejecutor de algunos aprietes a los que opinan distinto. Todavía no lo sabemos, así que aún no vale la pena precipitarse.
En el cambio hay 3.000 personas que se quedan en la calle y -aunque está mal alegrarse por la desgracia ajena- pocas personas se van a conmover con las protestas y manifestaciones que hagan los que ahora tienen que buscar un trabajo digno. No es un error esa última palabra.
La cuestión impositiva en Argentina es caótica. Se superponen cobros y funciones que complican la vida de la gente para justificar la existencia de esas enormes burocracias. Si hay un aspecto en el que muchas personas deben estar esperando un cambio, debe ser la simpleza de los trámites. ¿A quién se le ocurre que un dueño de un negocio con tres empleados necesita tener un contador?¿en qué cabeza cabe que la cantidad ridícula de trámites obligue a los pequeños empleadores a tener a alguien especializado en ese aspecto?
La situación como hasta ahora no le servía a nadie que no sea empleado público o político con necesidades fiscales y patrimoniales especiales. Quizás esto sólo sea una puesta en escena, pero es todo un símbolo del cambio que votó la gente en noviembre. Es fácil que se confíen con cosas así, porque esto seguramente no les hace perder ni un solo voto. Todo lo contrario.
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