Nacional Por: Javier Boher24 de octubre de 2024

Definiendo identidades

De cara al año que viene los partidos políticos deben saber quiénes son y a quienes representan

Por Javier Boher 

rjboher@gmail.com

Javier Milei es cada vez menos un enigma y más una realidad. Si bien lleva casi un año en el poder, todavía se dice que Caputo le tomó el gobierno, que en realidad a ese rol lo cumple su hermana, que obedece a presiones del exterior y muchas cosas más. Todas coinciden en considerarlo incapaz para ejercer el poder y lo relegan a la condición de títere. Sin embargo, él le ganó la elección a los políticos profesionales y a los aparatos millonarios y define la agenda cada día. 

En todos esos análisis los analistas saltean un dato muy importante: el cambio de época es total. Mientras muchos pretenden seguir discutiendo las mismas cosas de los últimos 25 años, la gente prefiere ir para otro lado. Milei es el que mejor lo entendió.

Ayer, mientras escuchaba una entrevista a un consultor político que desarrollaba esta última idea, recordé una entrada que leí en un blog hace más o menos 15 años. No recuerdo el nombre del sitio, el autor, ni nada que me permita buscar el posteo, así que esto será más o menos según lo que mi frágil memoria puede reconstruir.

El autor sostenía que en Argentina hay cinco identidades políticas que varían en tamaño y en intensidad. Adoptan distintos nombres en distintos momentos, lo que hace difícil rastrearlas, pero es relativamente fácil saber cuál es la predominante, la que se manifiesta la mayor parte del tiempo. Según este autor, la identidad política más exitosa en nuestro país es el conservadurismo popular de derecha. Hay gente muy leída que insiste en que la derecha no puede ser popular, lo que hace pensar en que quizás están leyendo los libros equivocados.

Hay otra versión que es el conservadurismo popular de izquierda, entendido esto por la intervención del Estado en la economía y en la vida de la gente. El kirchnerismo fue mayormente esto, porque la agenda cultural progresista le agarró con fuerza después de 2011, lo que los fue empujando cada vez a más derrotas. Alberto Fernández ganó porque no vendía la agenda ideológica, sino la de Néstor Kirchner.

La tercera y cuarta identidades son el republicanismo conservador y el liberalismo republicano, los dos polos entre los que suele pendular el radicalismo. En el primer lote hoy están los radicales del interior del país, mientras que en el segundo grupo trató de hacer pie el PRO, lo que le funcionó durante un tiempo. 

Inexplicablemente hay un grupo de radiales que está con una agenda parecida a la del kirchnerismo, que dejó el anclaje en las cuatro identidades que ganan para robarse ideas de la quinta y última identidad, la anarquista. El autor usaba ese nombre para definir a los herederos de aquella tradición de principios del siglo XX, que todavía se manifiesta en los ratos de ira de los votantes pidiendo que se vayan todos o eligiendo al loco de la motosierra. Esa tradición privilegia la libertad individual absoluta, que se puede ver en las múltiples posibilidades de elección sexual o de género y en todos los nuevos derechos que habría que reconocer.

Estas identidades pueden no darse de manera pura en un gobierno, que adopta una identidad propia que encaja más o menos con las aspiraciones de la gente.

El presidente hoy tiene la suerte de que la explosión del sistema de partidos dejó a todos desorientados. No se trata solamente de que hoy no parece haber oposición, sino de que la misma oposición no tiene identidad.

El PRO se ha desteñido, apoyando la agenda más ideológica y conservadora del gobierno, dejando de lado la imagen de gestión y de liberalismo moderno. Parece fagocitando por La Libertad Avanza, por lo que para ellos el desafío del año que viene será enorme.

El radicalismo está también peleando por saber en qué lugar se para. Su defensa de la institucionalidad y la República no alcanza para definir una estrategia ganadora, porque no fue eso lo que demandó la gente en las urnas, pero al menos le puede servir para ir a pelear por ese núcleo de votos que suele acompañarlos en las elecciones. En algunos distritos deberán ser más liberales y en otros, más conservadores. En cualquier caso la tradición los ayuda para saber dónde y cómo acomodarse.

El peronismo también está en una disyuntiva. La interna se presenta como un problema que enfrenta a dos visiones que se quedaron sin el lugar en el que el peronismo se siente cómodo. Los libertarios se robaron ese lugar de Dios, Patria y Familia que hoy el peronismo prefiere no pronunciar, pero que tanto rédito les dio. No hay que olvidarse de que en octubre pedían votar al tipo con hijos, reflotaban las diatribas de Milei contra el Papa y usaban su idea fuerza de que “la patria es el otro”. La gente no les creyó y eligió comprarle a otro vendedor, el loco de los perros.

Así, hoy se pelen por el conservadurismo popular de izquierda (que en el ciclo pendular le toca estar más alejado del poder) y una versión más ideologizada de lo mismo, más teñida por esa identidad anarquista (que, por más que lo desee, lleva casi un siglo sin ser popular).

Para ir a elecciones, todos deben tratar de definir mejor cuál es su identidad. En ese aspecto los libertarios corren con ventaja.

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