Por Javier Boher
El deporte es, desde sus orígenes, una forma de encauzar conflictos por un medio más civilizado. Fue un paso fundamental para descomprimir las tensiones sociales, convirtiendo lo violento en lúdico.
La popularidad de los deportes los convirtió, además, en un espacio de disputa política. Los totalitarismos de la década del ‘30 lo tenían claro, con los mundiales del ‘34 y ‘38 y los Juegos Olímpicos de 1936. Con el tiempo los deportistas fueron convirtiéndose en líderes de opinión y se les pidió que sienten postura sobre las cosas, particularmente a partir de la década del ‘60. El deportista “comprometido” fue una excepción sobre la que pusieron el foco los periodistas y políticos que cultivaban el mismo estilo.
La última década marcó un cambio. Las cancelaciones de los cultores de la corrección política empujaron a los deportistas a mantenerse al margen de un campo hiperpolitizado. Los campeones de Qatar fueron tratados de “desclasados” por no querer sacarse una foto con un presidente que hoy está bajo la lupa de la justicia por violento y misógino. La postura de los dueños de la verdad era que alguien nacido pobre y convertido en rico en base a su esfuerzo debería mantenerse fiel a esa pobreza, como si el fruto de su trabajo fuese algún tipo de carga ominosa. Por eso las nuevas figuras del deporte argentino le producen escozor a los que no aceptan que alguien pueda pensar y vivir distinto al dogma que ellos se autoimponen. El caso más les duele es el de “Dibu” Martínez.
El arquero de la selección apareció de golpe en la Copa América de Brasil, donde se ganó el amor de la gente con sus bailes y provocaciones en la tanda de penales. Los potreros se llenaron de camisetas de arquero con el número 23 y se convirtió en un ídolo popular en una selección en la que juega el mejor de la historia.
La semana pasada habló de que el país hace años no venía bien y que ahora le parece que está mejor, lo más explícito que se puede ser antes de ser atacado por las hordas de gente poco inteligente que cree que un deportista de élite salido de un barrio bajo debería seguir siendo un digno hijo de ese entorno. Es el “síndrome de oreo” identificado por Juan Grabois, que afecta a aquel que se cree blanco por dentro aunque es negro por fuera. Pocas afirmaciones más clasistas -de progre que creció con la vida resuelta- que esa, que refleja el desprecio que sienten por los que se animan a salir del lugar en el que están, siempre por debajo del señorito bien que los reconoce.
No es menor que un tipo con el nivel de exposición y la mesura de Martínez se anime a expresarse de ese modo, lo que deja a la vista que el cambio de época es total. El hecho de que lo salgan a atacar expone, además, por qué tantos deportistas se cansaron de esa vieja forma de hacer política. Y por qué cada vez va a haber más como el “Dibu”.