Por Javier Boher
Argentina es -en muchos aspectos- un gemelo de Estados Unidos. El poblamiento con sucesivas oleadas de inmigrantes deseosos de progresar y las maravillosas condiciones naturales son dos de las cosas que los hermanan. La diferencia más grande radica en cómo se ve la labor humana en esa vasta naturaleza para transformarla en riqueza. Acá pareciera que no existe tal cosa.
La conquista del territorio norteamericano se hizo alentando a los colonos a que ocupen territorio agreste e improductivo para transformarlo en fuente de sustento y riqueza. A cada pionero se lo dejaba ocupar una parcela que laboriosamente convertía en una unidad productiva, lo que le daba finalmente la propiedad. Acá se necesitó de un Estado presente para ocupar las tierras, que con el correr de los años fueron distribuyéndose de manera más pareja en las zonas de colonias fuera de Buenos Aires, no en el impulso inicial.
Milcíades Peña fue un pionero en el análisis de la historia argentina desde el marxismo. Detestaba la herencia colonial española por la mentalidad feudal de quienes conquistaron estas tierras, a la que atribuyó el atraso argentino. Si no se avanzaba en una sociedad con reconocimiento irrestricto de la propiedad nunca se iban a desarrollar el capital, el capitalismo, ni la clase obrera, lo que hacía difícil la revolución.
Aunque ya pasó más de medio siglo desde su suicidio, parece que algunas cosas nunca cambiaron en todo ese tiempo, como la incompleta mirada sobre la propiedad y la riqueza que existe en nuestro país. Nadie parece querer aceptar que el país no puede crecer y prosperar si no se respetan ambas cosas, las que son vistas como algo a lo que el Estado puede echar mano cuando le hace falta.
El Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, expuso toda su cosmovisión peronista cuando le pidió a los productores que liquiden la cosecha. Nadie puede dudar de que es un político muy hábil, pieza clave para que el proyecto libertario no naufrague, pero se nota que su vida ha transcurrido entre pasillos porteños, lejos de las mangas, los corrales y los campos. Cuando se lleva una vida viviendo del presupuesto público se hace difícil entender de dónde viene la plata.
El tema de la producción agropecuaria en este país es un problema grande. Cada político que llega decide que lo que crece en los suelos rurales es propiedad del Estado, que le deja al productor apenas un poco de lo que genera esa tierra. Todos se reían de Manuela Castañeira cuando pedía subir las retenciones para llevar el salario mínimo a las nubes, calificándola de zurda anumérica, pero cuando les llegó el momento de defender la propiedad de los que ponen de su bolsillo más de un RIGI en cada campaña eligieron mirar para otro lado.
El presidente Milei está mucho más fuerte en las encuestas del interior del país, pero se nota que claramente prefiere las plazas embaldosadas de la capital que el terreno productivo en cada provincia argentina. Su mirada, como la de Francos, es incompleta para entender todo el circuito del campo, un actor que además carece de la capacidad de expresarse con claridad.
Enseño política en una carrera donde todos los alumnos son de familias de productores de distintas geografías del país y siempre les digo lo mismo: mientras se la pasan cuidando su alambrado y mirando con bronca al que está del otro lado, los políticos toman decisiones que los perjudican sin que ellos sean capaces de pararse al frente. Si no se preocupan por los políticos y por la política, al final del día los sodomizan (aunque con una expresión bastante más cordobesa), quizás lo único que se les ha grabado a fuego hasta ahora.
El pragmatismo de Milei y de Caputo los obliga a doblar y forzar sus promesas de campaña, porque no se puede hacer todo de golpe. Sin embargo, el campo no parece haber recibido el mismo trato favorable que otros sectores, a pesar de ser el principal en el ingreso de divisas. No ha habido ni gestos simbólicos, salvo alguna que otra cosa menor que no hace a la defensa del derecho de propiedad y al fruto del esfuerzo.
La supuesta humorada de Francos (así trató de bajarle el tono a su lapsus kirchnerista) refleja que, en el fondo, los políticos desconfían de toda esa gente que se levanta cada día a trabajar la tierra para poner la comida en la mesa de los argentinos. La reserva moral de la Nación (una expresión que no me gusta, pero que no puede ser reemplazada) se encuentra en el campo, donde la argentinidad se vive de una manera diferente. Un profesional liberal puede agarrar sus cosas y emigrar a cualquier lugar del mundo que le ofrezca mejores oportunidades, pero un productor agropecuario no puede hacer lo mismo. Su vínculo con el país es mucho más sólido, algo que Francos no puede entender cuando está sentado en su escritorio.
El productor debería ser el único dueño de algo que no existiría si no fuese por el trabajo y la inversión. Aquella raíz colonial que relativiza algo tan básico es uno de los puntos clave para entender por qué acá y en nuestro hermano país del norte evolucionamos de manera tan diferente. Si cada vez que alguien produce riqueza el Estado está aviso por robársela, lógicamente cada vez se producirá un poco menos.