Caras y caretas cordobesas
Un episodio guerrero entre pueblos indígenas mexicanos, previo a la conquista española, destaca a un héroe americano, Ezuauacatl, sobre quien la cordobesa Leonor Allende escribió un cuento publicado en el suplemento mensual de “Caras y Caretas”, en 1916.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com
Leonor Allende en dos revistas porteñas (Segunda parte)
Para continuar estas referencias a escritos publicados en revistas de Buenos Aires por la escritora y periodista cordobesa Leonor Allende, que se destacó durante el primer tercio del siglo veinte, dirigimos la atención a un cuento aparecido en Plus Ultra, que era el suplemento mensual del semanario Caras y Caretas, en el mes de junio de 1916.
Inspirada por su conocimiento y afición a las leyendas americanas, el cuento que publicó Leonor Allende en el suplemento de Caras y Caretas se cuenta entre sus incursiones a esas mitologías de los pueblos originarios y refiere un episodio de las guerras internas de los tenochcas (más conocidos como mexicas, y más aún como aztecas) contra los chalcas, miembros de una confederación de habla náhuatl del Valle de México. El héroe de la narración es un guerrero tenochca llamado Ezuauacatl, y el título del cuento lleva su nombre. La extensión del relato excede la página disponible, por lo que se tejerá aquí la mejor síntesis posible con fragmentos del cuento muy bien contado por la autora cordobesa en 1916. Ilustraba la narración un adecuado dibujo realista del esposo de Leonor Allende, el artista y arquitecto italiano Guido Buffo.
El cuento sigue versiones de ese episodio en las plumas de Fray Diego Durán y otros cronistas españoles e indígenas, textos donde pervive el sacrificio de Ezuauacatl y sus cientos de compañeros, frente a los atónitos chalcas. Así comenzaba la versión de Leonor:
“Cuatro días llevaban en duro batallar mexicanos y chalcas, y la victoria no se había decidido aún por ninguno de los dos pueblos. Los prisioneros tenochcas eran llevados apresuradamente por los chalcas hasta su capital Amecamecau, donde debía celebrarse, dentro de dos días más, la gran fiesta del dios Camaxtli. Como grande homenaje al dios, sacrificábanse en aquella solemnidad los prisioneros de guerra.
Convinieron entonces una tregua, y se fue el ejército chalca con sus nobles, guerreros y señores a celebrar su fiesta regocijadamente. Entre los prisioneros llevaban los chalcas a un arrogante garzón. Vestido ricamente estaba y aderezado con riquísimas joyas de oro y piedras preciosas, como acostumbraban lucirlas los grandes señores mexicanos.
Llegados a Amecamecau, los tenochcas fueron llevados al teocalli donde se guardaban los prisioneros destinados al sacrificio e introducidos en los mismos aposentos donde se alojaba a los otros mexicanos, tomados en las batallas de los días anteriores. Sabían bien aquellos guerreros el destino que les aguardaba, mas esperaban la muerte con valiente corazón.”
Planteada la triste situación para los tenochcas, cobra estatura ante los prisioneros que ya se encontraban encerrados a la espera de su sacrificio, la llegada de Ezuauacatl entre los nuevos guerreros apresados. Como expresa la autora, “la fama de Ezuauacatl iba más allá de la frontera de México y se sabía y comentaba hasta en la poesía misma su valor, su constancia y su nobleza”. Debido a esto, al saber sus carceleros a quién contaban entre sus prisioneros transmitieron al consejo la novedad, donde se manifestó gran respeto por el notable tenochca. “Un anciano del consejo, después de escuchar al sacerdote que informaba del suceso, propuso esta extraña cosa:
—¡Ofreced a Ezuauacatl el reino de Chalco! Es valiente y es sabio. Los tenochcas nos aventajan en todo. Si vencimos ayer, fue un albur; pero tarde o temprano caeremos en su poder. ¿Por qué no emparentar con el emperador de tan gran pueblo? Él nos respetaría entonces. ¡Ofrecedle el reino como os digo!... Hubo un largo silencio, y al fin todo el consejo decidió seguir la opinión del anciano. Fueron los sacerdotes y los señores y los guerreros a buscar a Ezuauacatl. El joven dormía tranquilamente, tendido sobre su rico ayatl. El jefe de los sacerdotes llamó a un tenochca y le dijo:
—¡Ve a despertar a tu señor!
—¿Para qué? Dejadlo en paz si aún no ha llegado la hora de morir.
—Tu señor no ha de morir.”
Al recibir Ezuauacatl la propuesta, pregunta si el acuerdo incluye salvar a sus compañeros de la muerte, lo que le es negado. Ezauacatl finge aceptar lo que se le ofrece. Y llegado el día del sacrificio, el valiente tenochta pide le sea levantado un andamio con un grueso tablón en lo alto, para ejecutar una danza ritual frente a sus guerreros, lo cual le es concedido por los chalcas, convencidos de su decisión favorable a la propuesta. Se transcribe desde aquí hasta el final, el remate del cuento, para cierre de esta referencia:
“Colocóse el príncipe en el centro del círculo que formaron sus compañeros, como era costumbre en México, y empezaron a bailar una danza guerrera. Maravillados quedaron los chalcas de la gracia y justeza de sus ademanes y la rítmica armonía de los pasos en cuya cadencia encerraban los gestos del guerrero y los episodios de la batalla. Era un hermoso espectáculo aquella danza bailada gallardamente sobre el abismo de la muerte. A una señal de Ezuauacatl, cesó el baile. Sonriendo a los suyos subió al madero que le había sido preparado de antemano y bailó solo, cantando un himno guerrero a sus Huitzilopochtli. Concluido el himno mandó que callase el huehuetl, y dijo con voz firme:
—¡Tenochcas! ¡Compañeros!... morid heroicamente sin dar a estos perros el gozo de oíros un solo grito de dolor. . . Vamos por el ancho camino de la gloria. El Sol nos espera. . . Os precederé, como los príncipes deben preceder a sus soldados en la vida y en la muerte, Y mientras vamos al imperio del señor de la luz, aquí abajo se dirá: ¡Ezuauacatl el tenochca prefirió morir con sus hermanos a reinar en un pueblo enemigo de su patria!
Dijo y se arrojó desde lo alto del madero, cayendo pesadamente sobre el duro pavimento. Cuando los sacerdotes se acercaron a él, estaba muerto ya, Y los chalcas vieron morir sin un grito de dolor a los cien tenochcas sacrificados uno por uno en honor del dios Camaxtli”
Los chalcas -valga el epílogo- serían al final derrotados por los mexicas.