Nacional Por: Javier Boher16 de diciembre de 2024

Ficciones

El presidente Milei anticipó un plan para crear un polo de inteligencia artificial potenciado por energía nuclear que nos recuerda varias cosas

Por Javier Boher 
rjboher@gmail.com


El título no tiene nada que ver con la obra de Borges, pero sí con la necesidad argentina de creer en las historias. Hay algunos que tienen debilidad por las teorías conspirativas, pero por defecto estas se comparten entre pocas personas que se sienten iluminados de algún modo. Las que nos interesan ahora son otras ficciones, las que se arrojan frente a todo el mundo y son recibidas con la convicción de una verdad inevitable.
El impulso de creer se extiende a todos, aunque los temas varían de persona a persona. Muchas veces es la política la que pone las historias o las narrativas que son consumidas por las masas, necesitadas de proyectos colectivos que le den sentido a su vida en sociedad.
En este país siempre ha habido debilidad por los liderazgos que señalan proyectos monumentales, de grandeza. Son proyectos para que la gente levante la frente en alto ante un mundo que tiene que observar -perplejo- la altivez de nuestra nación.
Quizás el mayor encantador que tuvo esta tierra fue Juan Domingo Perón, que se encargó de construir relatos tan grandes que sobreviven hasta hoy. El avión Pulqui y el Proyecto Huemul son dos ejemplos peronistas de esa necesidad argentina de sentir que se puede competir en el grupo de los mejores del mundo. 
El kirchnerismo recuperó mucho de aquellos grandes relatos dedicados a insuflar orgullo en los pechos de la gente. Todo se hacía y se comunicaba con tono y simbología épica, como si fuese una pelea desigual entre nosotros y el mundo. Cualquier spot de la campaña presidencial kirchnerista de 2011 sirve para ilustrar el punto: masas con banderas celeste y blancas, música épica y apelación a la fuerza de un pueblo completan el pack. 
Ahora bien, de todas las cosas que el kirchnerismo quiso vender, hubo tres que emergieron como imposibles desde el mismísimo momento en el que se las comunicó a la gente. El primero fue el gasoducto entre Venezuela y Argentina, que se vendió con una foto de Kirchner y Chávez rayando un mapa de Sudamérica sin ninguna lógica ingenieril. El segundo fue el tren bala, con foto con maqueta incluida. Ver a Ricardo Jaime al lado de ese tubo de acrílico con un trencito adentro era un indicio claro de que no iba a prosperar. El tercero era imposible incluso para los que no conocemos el lugar: el Polo Audiovisual de la Isla Demarchi. Sin maqueta, pero con render, fue parte de la etapa más promiscua de la relación entre el poder y los artistas.
Como el gobierno libertario no puede ser menos que el kirchnerismo que le ha dado tantos funcionarios, en el aniversario de gestión el presidente Milei tiró dos de esos grandes proyectos para que la gente sienta que Argentina va a ser grande otra vez. El economista quiere que el país sea un hub global de inteligencia artificial impulsado por la energía nuclear, un plan tan ambicioso que resulta inverosímil para alguien criado viendo que en este país ni siquiera se tapan los baches ni se resuelven los problemas de cloacas. Eso sí, para los que naturalizaron vivir esquivando pozos y pisando charcos de aguas servidas no tiene nada de irrealizable, demostrando lo alterado que está el orden de prioridades.
La clave de todo está en el desarrollo que el país ya tiene en ambas áreas. La historia nuclear de siete décadas se complementa con los 20 años de establecimiento de un ecosistema relacionado con la informática, lo que ha dejado un recurso humano muy valioso para el proyecto. Ojalá tan ambicioso plan se pueda ejecutar, pero no alcanza con el RIGI y lindos discursos para que las empresas vengan a financiar la construcción de un reactor nuclear y a establecer grandes instalaciones de cómputos. 
Es impresionante cómo cada tanto aparece algún ilusionista para sacar espejitos de colores con los que encanta a su desprevenida audiencia con gran facilidad. Tal como ocurre con cualquier mago, la clave está en el relato ficcional con el que se va distrayendo a gente mientras se hacen los pases de manos que muestran algo distinto a lo que pasa por detrás.
Siempre, de manera inevitable, se impone la verdad. Las excusas son el correlato de las promesas, porque la realidad es implacable con los que creen que todo se reduce a actos espasmódicos de retórica y voluntarismo, aquello a lo que nos acostumbraron sucesivos gobiernos argentinos. La historia de este país marca que los que más hicieron son los que menos prometieron, pero es algo tan lejano que ninguno de nosotros lo ha vivido.
Tal vez el cambio de época sea también para esto y el presidente pueda probar equivocados a los que no creemos que de esto pueda salir más que negocios para los amigos del poder que van a ser proveedores de servicios de consultoría o financistas de proyectos destinados a quedar en la nada. Quizás esta nota no trate de Borges, pero los que no llegan a ser como “Funes, el memorioso” pero tienen algo más de memoria que el promedio son capaces de anticipar que todo esto probablemente sea otra de esas ficciones que venden nuestros políticos.
 



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