Nacional Por: Redacción Alfil17 de diciembre de 2024

El respeto perdido

El cierre de año escolar hace que se esfume todo tipo de esperanza en que este país se recupere alguna vez

Por Javier Boher 
rjboher@gmail.com
Hace nada escribí sobre el fin de año escolar y sobre cómo se van profundizando los mismos problemas de siempre. Tras 16 años frente al aula ya ye visto de todo, pero hay algo que no se tocó en aquella nota y que marca la pauta de cuáles son las cosas que hacen perder la esperanza de que esta sociedad pueda salir adelante.
Uno de los momentos que a esta altura del partido ya parece innecesario es el de los actos de cierre del ciclo lectivo. Las clases en el aula se terminaron a principios de diciembre, cuando se dejaron de poner notas e inasistencias. Desde entonces todo es una pérdida de tiempo que no le sirve absolutamente a nadie. El calor y el cansancio acumulado de meses de rutinas que se descomprimen en diez días conspiran contra la posibilidad de que esos cierres sean positivos.
Ayer tuve un acto de egreso de primaria en el que asomaron con fuerza día cosas. Primero, la falta de preparación del plantel docente, al que no le importa el acto y solamente quiere que la cosa pase rápido. Segundo, la sumatoria de faltas de respeto de parte de la gente que fue a ver el acto.
Con cuatro divisiones presentes había más de 120 chicos, cada uno con su familia. Padres, madres, amigos, abuelos, primos, todos estaban ahí, apiñados en el gimnasio de un club que hubo que pedir prestado por las dudas lloviera. Claro, el colegio no tiene un lugar techado para juntar a todos, a pesar de que no faltaron las palabras de rigor que mandó el ministro para que todos reconozcan su gestión. 
El problema del respeto fue creciendo poco a poco, con escenas impropias para un acto en el que pasa al frente la bandera, se canta el himno y se honra el resultado del esfuerzo de los chicos para llegar a cumplir la segunda parte de su recorrido escolar.
Lo que a esta altura ya no puede sorprender a nadie es el tema de la gente hablando todo el tiempo, sin importar si está hablando la directora, una maestra o un alumno que le quiere dar un emotivo mensaje de despedida a sus compañeros. El murmullo es permanente, sostenido y siempre en aumento: sobre el final del acto es casi imposible escuchar a quien esté haciendo uso de la palabra.
Ese ruido se va contagiando a otras cosas: la gente empieza a circular, a amontonarse al frente para sacar fotos, otros toman gaseosa del pico y el salvajismo se va apoderando del momento. Lo que debería ser un momento de alegría colectiva es en realidad una muestra de lo que pasa en el país, donde la falta de respeto hacia el otro y al espacio público se manifiesta con crudeza.
Así como a lo largo de los años se fue relativizando lo importante del esfuerzo y el compromiso para aprender y proyectarse a futuro, en los sucesivos actos escolares se puede ir viendo la flexibilización de pautas y normas básicas de convivencia. El uso del celular, la charla permanente, las bromas, la indiferencia ante las normas que manda el protocolo, todo se combina en una muestra condensada de los problemas con los que debe lidiar la escuela y no lo está haciendo. Quizás esto suene a que uno está creciendo y se va haciendo más conservador, pero aterra pensar en que estos niños y jóvenes criados de este modo por nuestras escuelas serán los responsables de que dejemos de caer en los pozos de inviabilidad en los que nos metemos cíclicamente desde hace décadas.
Hace unos días comentaba en redes sobre lo hermoso de andar por Nueva Córdoba en esta época, porque se puede ver la alegría de los que reciben su título universitario. La gente comparte genuinamente el sentimiento y aplaude o toca bocina para sumarse a la celebración espontánea y colectiva de un acto de mérito mayormente individual, que no tiene nada que ver con los que andan paseando por las veredas y celebran el logro. 
Es muy loco que ambas cosas pasen en la misma sociedad, aunque quizás se explique en parte porque los que llegan a celebrar el título universitario son los que lograron sobreponerse a esa batería de estímulos negativos, mediocres y pobristas a los que se somete a los chicos en los otros niveles escolares, como si certificar el paso por jardín, primario y secundario fuese el único objetivo de la escuela. En los colegios se construye ciudadanía, civilidad y compromiso, fundamentales para que la sociedad proyecte a futuro, valore el progreso y deje de vivir día a día. Hay que volver a respetar las normas y a los otros. Es imposible salir de acá si no cambiamos esto que nos está pasando al frente sin que lo veamos. Quizás nadie lo quiere ver.

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