En el nombre del biografiado
Ocho nominaciones al Oscar recibió “A Complete Unknown”, la película sobre Bob Dylan que dirigió James Mangold, quien pone a Thimotée Chalamet en la piel de un personaje tan huraño y despectivo en público como en la intimidad, concentrado en representar el eslabón entre el folk y el rock.
J.C. Maraddón
A la mayoría de las grandes figuras de la historia, ya sea que provengan de la política, del deporte o del arte, las conocemos a partir de su desempeño en público: nos revelan sus gestos, su tono de voz, sus posturas corporales, por ejemplo, cada vez que aparecen ante cámaras de filmación. Y nos comparten su imagen cada vez que los paparazzi los retratan y, ahora, cada vez que suben fotografías a sus redes sociales, algo que deben hacer con frecuencia si desean mantener encendida la llama de su popularidad en estos tiempos en que son esos los canales de comunicación preferidos.
Pero, más allá del interés y la curiosidad de la gente por saber algo más de la conducta de estas celebridades puertas adentro, son muchos menos los indicios de su comportamiento en la intimidad y, por ende, esa información es la más cotizada para los fanáticos de esas estrellas. Los chimentos de la farándula, que se ocupan de divulgar esos datos, existen desde hace largo rato, aunque ha sido en las últimas décadas que han experimentado un crecimiento exponencial, cuando la raza de los mediáticos extendió su presencia y se propagó al infinito a través de los soportes virtuales.
Hasta no hace mucho, era muy difícil acceder a los actos privados de los famosos y el público debía contentarse con lo que se veía y escuchaba en sus presentaciones de radio, cine o TV y en sus actuaciones en público. A lo sumo, se podía vislumbrar algo más en sus intervenciones en fiestas, ceremonias y otros eventos, donde aparentaban modales distendidos, por más que se cuidasen de no salirse de ese personaje que habían adoptado para desenvolverse ante el mundo. Sólo unos pocos tenían la posibilidad de saber cómo eran cuando se apagaban los flashes y se relajaban de tanto protocolo.
Como emblema de la contracultura de los años sesenta en los Estados Unidos, Bob Dylan es un ícono que trasciende las generaciones y que ha sostenido una coherencia en cuanto a la parquedad de sus apariciones. Su característico mohín de disgusto es una marca registrada cada vez que se lo inmortaliza en videos y fotografías, como por ejemplo en la legendaria sesión de grabación del tema “We Are The World” a mediados de los ochenta. Su ausencia en la ceremonia en la que debían entregarle el Premio Nobel de Literatura, habla a las claras de que no es precisamente un tipo simpático.
Ahora bien, ¿cómo es Dylan debajo del escenario? ¿Mantiene su mueca de fastidio en los camarines o en el refugio de su hogar? ¿Dialogó con sus eventuales parejas con el mismo tono de voz e idéntico desprecio con que se dirigía a las multitudes que acudían a sus conciertos? Son preguntas cuyas respuestas quedan libradas a la imaginación de quien las formula, pero que para James Mangold, el director de “A Complete Unknown”, tienen una contestación afirmativa, porque así lo interpreta Thimotée Chalamet, el protagonista, quien sostiene a lo largo de más de dos horas ese rictus despectivo.
Quizás Mangold tenga razón y el verdadero Dylan ande de ese modo por la vida, como un sujeto huraño incapaz de sonreír y mucho menos de llorar ni exponer su sensibilidad más que a través de las canciones. Pero hubiese sido mejor para su largometraje que el prócer musical al cual retrata, en su carácter de eslabón entre el folk y el rock, se permitiese cambiar de humor en algún momento y dejarnos descansar de su permanente indolencia. Pese a todo, la Academia destacó el filme con ocho nominaciones al Oscar, tal vez honrando en exceso el nombre del biografiado.
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