Un sueño tantas veces postergado
A treinta años de aquel histórico acontecimiento, puede decirse que el debut de los Rolling Stones en Argentina saldó una deuda con los fanáticos que a lo lejos seguían la trayectoria de esa formación, imposibilitados de comprobar en vivo las bondades de esos músicos que habían abierto un camino en el rock.
J.C. Maraddón
Vivir en el extremo del Cono Sur en una época en que las comunicaciones todavía eran bastante precarias, mantenía a la Argentina alejada de muchas de las novedades que sorprendieron al mundo a partir de la mitad del siglo veinte. En ese periodo de cambios vertiginosos, por estas regiones todavía continuaban rigiendo patrones anticuados y solo aquellos que por algún motivo en especial estaban en contacto con las vanguardias del hemisferio norte, se atrevían a poner en práctica ciertas formas de expresión que por allá estaban en boga pero que por acá podían llegar a ser consideradas como demasiado disruptivas.
Así, mientras el rock en Estados Unidos e Inglaterra complejizaba sus aportes creativos y cobijaba en su amplia paleta estilos psicodélicos o progresivos, a finales de los sesenta en el Río de la Plata recién empezaban a escribirse los primeros palotes de ese género y la mayoría de sus pioneros se debatía en una marginalidad no exenta de peligros. El país estaba sojuzgado por el gobierno dictatorial de Juan Carlos Onganía y los pelos largos eran rasurados en las comisarías, como castigo a esos melenudos que desafiaban el orden y estaban sospechados de traficar ideas subversivas entre la gente común.
Tras un breve interregno de incipiente y condicionada democracia, el golpe de estado de 1976 devolvió las cosas a esa cerrazón que, entre otras consecuencias, impedía el desembarco de las novedades que provenían desde el mercado anglosajón, donde se cocinaba el menú principal del panorama rockero. Tal vez haya sido el arribo de Queen, en 1981, el puntapié inicial de una tendencia a programar shows internacionales que, con el paso de los años y la aparición de empresarios especializados en ese rubro, situaría a la Argentina en el planisferio de las giras y pondría más cerca del público local a esos ídolos extranjeros.
Al inicio la cuestión parecía priorizar el ponerse al día con la visita de estrellas como Yes, Rod Stewart o Tina Turner, con un extenso rodaje en su foja de servicios, aunque jamás habían incluido hasta entonces a Buenos Aires en ninguno de sus tours. Y si bien también hubo en los ochenta interés por traer a nombres más novedosos como The Police, Nina Hagen, Van Halen o The Cure, todavía faltaba llenar el álbum con las figuritas más difíciles, una tarea que se iba a completar a comienzos de los noventa con los shows de David Bowie, Eric Clapton, Prince, Keith Richards y Paul McCartney.
Fue justamente Richards quien, sorprendido por la emotiva recepción que le brindaron durante su concierto en la cancha de River en 1992, sugirió que en su retorno a las pistas con el Voodoo Lounge Tour, los Rolling Stones no debían obviar una incursión por ese mismo estadio. A instancias del productor Daniel Grinbank, la legendaria banda debutó en el Monumental el 9 de febrero de 1995 y repitió allí cuatro funciones más, en el comienzo de un romance del grupo inglés con nuestro público que se manifestó luego cada vez que volvieron a presentarse en estas latitudes.
A treinta años de aquel histórico acontecimiento, puede decirse que la llegada de los Stones saldó una deuda con los fanáticos que a lo lejos seguían la trayectoria de esa formación, imposibilitados de comprobar en vivo las bondades de esos músicos que habían abierto un camino con su actitud desafiante y su larga lista de hits. Aunque fuese imposible volver atrás el reloj, aquellos conciertos de febrero de 1995 engordaron una pasión que iba mucho más allá de lo musical y que llevaba varias décadas incubándose, hasta que la aproximación directa a los ídolos cumplió un sueño tantas veces postergado.
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