Cultura Por: Redacción Alfil17 de febrero de 2025

Caras y caretas cordobesas

Un poeta cordobés de la primera mitad del siglo XX obtenía créditos ante los medios y la crítica porteña. Se encuentran referencias al autor del afamado poema “Bamba” en “Caras y Caretas”, entre 1906 y 1933.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com

 

Ataliva Herrera, el simbolismo de las raíces (Primera parte)

Nacido en la ciudad de Córdoba en 1888, el poeta Ataliva Herrera, quien sería también abogado, educador y funcionario, pasó sus primeros años en Cruz del Eje, vivencia provinciana que alimentó su imaginación y su inspiración poética volcada al paisaje y a la cultura nativa argentina. Su carrera poética comenzó bastante temprano, y en 1906 a los dieciocho años, obtuvo un reconocimiento nacional al haber ganado con su poema Mis noches, el certamen de los Juegos Florales celebrados en el teatro Odeón de Buenos Aires, en conmemoración del centenario de la Reconquista. Informaba sobre esta distinción la revista Caras y Caretas del 25 de agosto de ese año. Allí se publicaba una foto del joven Ataliva Herrera, y en breve texto al pie se indicaba su triunfo en dicho certamen.

Un año más tarde, Herrera rendía como libre el bachillerato en el Colegio Nacional de Monserrat. Se afirma que a los veinte años había leído a los clásicos en su idioma original. Luego estudiaría Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba, para egresar con título de abogado en 1913, especializándose en Derecho Penal.

Ha quedado a favor de su memoria no su destacada carrera como abogado, juez y ministro de la Corte de Justicia, sino su aporte a la poesía argentina de la primera mitad del siglo veinte. Ataliva falleció en 1953, a los sesenta y cinco años.

El nombre de Ataliva Herrera obtenía la atención de revistas como Caras y Caretas, Fray Mocho o El Hogar, entre 1906 y 1933, ya sea que publicasen poemas suyos ilustrados, o informasen sobre su carrera literaria, en particular sobre los libros que le dieron un espaldarazo; también reflexiones reivindicando su poesía provinciana. Le prepararon un lugar en la memoria poética obras como, en 1916 El poema nativo. Sonetos de la tierra, en 1920 Las Vírgenes del Sol. (Poema incaico), con que ganó el Premio Nacional de Literatura, y en 1933 la primera edición de Bamba, su obra consagratoria, un poema ambientado en Córdoba en el período colonial, que reflotaba una vieja leyenda. Vírgenes del sol fue inspiradora de dos composiciones orquestales y corales: Alfredo Luis Schiuma compuso una ópera homónima, estrenada en 1939 en el Teatro Colón, y Enrique Mario Casella musicalizó el poema en 1927.

El reflejo de Ataliva Herrera en los medios porteños era signo de una inclusión en tanto poeta contemporáneo de peso. En Caras y Caretas podía aparecer en una sección de caricaturas, no casualmente junto a otros poetas de su generación, como el catamarqueño Luis Franco y el tucumano Juan B. Terán (luego rector de la Universidad Nacional de Tucumán). Y el trasfondo de la recurrencia a su figura se emparentaba con la emergencia de una literatura y de una poesía nacional, proceso definido por la época. La escolarización de los hijos de inmigrantes proveyó de un nuevo público lector, y las propias revistas ya mencionadas orientaban también a sus lectores y lectoras hacia la literatura. Fue la época en que se expresó la dialéctica marcada por Florida y Boedo en Buenos Aires, donde se discutían posiciones acerca del camino a seguir por los autores, mientras surgían emprendimientos editoriales y se vieron lanzamientos de colecciones cuyos títulos nutrirían la sed literaria del siglo en marcha. Es en ese contexto en que se encuadra una nota considerable que le dedicaba a la figura de Ataliva Herrera Caras y Caretas, en agosto de 1922, firmada con el seudónimo “Jean Paul”. Bajo esa firma solía escribir el notable periodista y académico sanjuanino Juan Pablo Echagüe, señalado repetidamente como “el maestro de los críticos argentinos”.

Titulada “Un poeta nacionalista – Ataliva Herrera”, merece la pena compartir unas citas de esa reflexión que exhibía la disposición de una cierta parte de la intelectualidad argentina hacia una producción provinciana que viniese a traer páginas de “verdad”, próximas a la vida popular, sin la afectación de las modas europeas. En el primer párrafo se plantea una desconexión entre la “retórica” y el “exotismo libresco” de los escritores de la capital con la “conciencia de un pueblo” que debe buscarse más cerca de “nuestro medio físico y moral”, el interior argentino.

“Dentro de la actual lírica argentina, el poeta Ataliva Herrera, que acaba de publicar un excelente libro titulado «Paz Provinciana», representa una tendencia nacionalista que se debe aplaudir. «Urge que nuestra literatura se nacionalice de veras — he afirmado en otra ocasión — pues sólo por lo particular llegará a lo universal». En efecto: hasta hace muy poco, la inspiración de nuestros poetas, de nuestros dramaturgos, de nuestros novelistas, fue en gran parte exótica y libresca: vale decir, artificiosa y vana. Sus obras carecían de observación y de sinceridad. Por consiguiente, carecían de emoción, que es la esencia misma del arte, y quedaban reducidas, en último análisis, a laboriosas composiciones de retórica sin alma. Por esnobismo o por ignorancia del principio en cuya virtud se prueba que la planta literaria, como la vegetal, ha de nutrirse en jugos de la propia tierra para crecer con naturalidad y lozanía, se desdeñaba la materia artística que suministran nuestro medio físico y moral, y nuestras características étnicas y sociales, para buscar asuntos de dramas, romances y poemas en cualquier parte, menos en la realidad circunstante.”

Tal vez Echagüe, también un provinciano, expresaba su propia resistencia a las imposiciones literarias de la metrópolis. Llamaba a leer a Sarmiento, su comprovinciano, cuyo Recuerdos de provincia desmentía frontalmente a los dramaturgos “que se dieron a caricaturar la vida provinciana, no queriendo — o no pudiendo — ver en ella otra cosa que irrisión, sordidez y estulticia”.

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