Cultura Por: Redacción Alfil24 de febrero de 2025

Caras y caretas cordobesas

Con el título “Un drama de amor criollo en París”, el corresponsal europeo de “Caras y Caretas” narraba la historia de Leopoldo Lafosse, un ingeniero coscoíno que se suicidó en París el 4 de octubre de 1907. Las miradas recaían en una “malvada”: la bella condesa Marie D'Arzac.

Un triángulo amoroso: Leopoldo Laffose, París y la condesa Marie D'Orzac.

Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.com



De Cosquín a París, matarse por amor (Primera parte)

Él era un buen muchacho cordobés cuyos padres, familia de pequeños comerciantes de Cosquín, lo enviaron a París con el anhelo de verlo ingeniero. En Francia obtuvo su título de Ingeniero Electricista y en 1905 volvió de Europa por unos días, para darles una alegría y abrazar a sus padres ancianos. Y también para comunicarles que se establecería en París, donde esperaba prosperar en su profesión. Algo que decepcionó a sus viejos que abrigaban la esperanza de su regreso definitivo a vivir y ejercer aquí la profesión. No solo Cosquín, el país parecía quedarle chico a Leopoldo quien, pasadas unas semanas, volvió a partir. 

Él era un buen muchacho cordobés, más que nada por eso figura en esta colección de notas, pero hay que aclarar que Córdoba no debe ser hecha responsable por el curso siguiente de su historia. Fue ella, fue París la ciudad que lo atrapó, que de un modo u otro lo transformó. Y cuando decimos ella no solo hablamos de París: fue una mujer concretamente, quien lo mareó al muchacho bueno, estudioso y respetuoso. Porque no es que él buscase el glamour, sino que fue ella, fue ella quien lo sedujo, y eso -es un punto de vista- porque estaba obligada a hacerlo, ya que se trataba de su modo de ganarse la vida: se mostraba en escena con nada puesto más que sus anillos, en uno de los excitantes cabarets que empezó a frecuentar el joven ingeniero, sus ojos deslumbrados por un mundo que no se soñaba en Punilla, aunque también se podía encontrar algo parecido en la parisina Buenos Aires de la época. 

La historia, que concluye con un suicidio, tiene materia de tango. Hay una culpable y es la mujer. Cherchez la femme!! Al menos, no vacila en eso el autor de la única versión que se conoce del hecho. La escribió Juan José Soiza Reilly, colaborador estrella de Caras y Caretas y corresponsal europeo de la revista, un experto entrevistador que supo coleccionar grandes reportajes en algunos libros suyos. Entrevistó a personalidades como El Rey Alfonso XIII, Cesar Lombroso, Vicente Blasco Ibáñez, Anatole France, Georges Clemenceau, Edmondo De Amicis, Gabriele D'Annunzio, Maurice Maeterlinck, Miguel de Unamuno, Rodin y Tolstoi. 

Soiza Reilly, en relación al suicidio del joven ingeniero Leopoldo Lafosse, lo presenta como víctima de una verdadera mujer araña. Esto se recoge en la nota, al pie de una fotografía de Lafosse publicada en Caras y Caretas el 23 de noviembre de 1907, que se hacía eco de los comentarios de los diarios parisinos sobre el asunto: 

“Leopoldo Lafosse, ingeniero electricista argentino, que el 4 de octubre suicidóse en París, a causa de sus relaciones con la condesa Marie D'Arzac, actriz del Moulin Rouge y prima del general Roulet."

No había quien no condenase a la condesa. Fotos de un paseo parisino dado por Marie D’Arzac, eran presentadas por Soiza Reilly como pruebas de que a ella no le importaba un comino la muerte de Lafosse.
Compartimos partes de esa especie de crucifixión de la condesa por la mentalidad patriarcal de la época operada por Soiza Reilly. Este habla, en primer lugar, de una fiebre de suicidios.

“El nirvana que más domina en Francia es el suicidio. No es que el suicidio pueda estar de moda. Petronio ya murió... Es que se ha convertido en una necesidad de los pulmones, de los cerebros, de los espíritus. Tanta fiebre, tanto delirio y tanta rabiosa desesperación de amor y de negocio, han traído el cansancio mortal. Y la gente se mata. Se mata con el prosaico desprecio de los albañiles que construyen ventanas para que pueda penetrar el oxígeno... Los diarios ya no saben en donde anotar las muertes prematuras. En tres líneas sintetizan diariamente una tragedia. Sin embargo, comentan hoy bastante el suicidio de un joven argentino. Es una de aquellas tragedias que, sí son dignas de París, tienen en sus escenas tanta realidad y son tan vulgares, que se hallan todas ellas bien cubiertas de un romanticismo que emana furiosamente de nuestra sangre criolla.”

Y agregaba el corresponsal de Caras y Caretas que “algunos periódicos, entre ellos «El Petit Parisién», dicen que una enfermedad fue la verdadera causa del suicidio. No es cierto. Las cartas que Leopoldo Lafosse deja escritas, pintan la dolorosa vía sagrada que recorrió su juventud”, dice Soiza Reilly, donde el desgraciado contaba sus humildes orígenes serranos de Córdoba hasta su ingreso a la bohemia parisina y el comienzo de su descubrimiento de la noche. Perora y filosofa el cronista, sobre el hecho:

“Hubiérale sido mejor no regresar. París, -siempre París-, lo fue devorando poco a poco. No hay que culpar de su desgracia al verde ajenjo de los aperitivos. La culpa fue esta vez del verde ajenjo de un amor femenino...
- «Una vulgaridad!»
Tenéis razón. Una vulgaridad. Pero, ¿hay algo más vulgar que la vida y la muerte? Sin embargo, la vida nos encanta. Sin embargo, la muerte nos asusta... Todo es vulgar. Desde las estrellas hasta los ferrocarriles. Todo. La vulgaridad de lo monótono se parece al perfume de las flores...”. 

Más adelante, el autor traza un dibujo en el aire del ingeniero cordobés, imaginándolo en la espuma bohemia de la ciudad luz:

“Este buen muchacho, a quien he visto ayer por primera o por última vez en los escaparates de la «Morgue», donde se exponen los cadáveres que carecen de hogar y hasta de nombre, vivía sin dolores, con ilusión, sin penas. La risa en sus labios no moría jamás.  Lejos de su tierra, conservaba el alegre humorismo nacional.  El ruido de su presencia, llena de cascabeles era reconocido en los volcánicos cafés de la colina. Sus tangos eran triunfos.  Pero de pronto, como perro que asalta en medio de la noche, un amor hundióle con rabia sus colmillos en el corazón.  Mató sus alegrías…”

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