Caras y caretas Cordobesas
El servicio militar obligatorio, implantado en 1902, transcurrió casi un siglo dejando huellas a su paso de abusos, tormentos, malos tratos de superiores sobre los conscriptos. Se señalan algunas huellas periodísticas sobre el tema.
Por Víctor Ramés
cordobers@gmail.como
De conscriptos, malos tratos y dignidad (Primera parte)
Noticias de tipo frecuente en el caudal informativo de Caras y Caretas, y que alimentaban las emociones lectoras, referían casos de soldados o conscriptos que, por reaccionar a tratamientos injustos de un superior, se habían quebrado la vida, siendo condenados a muerte o a prisión perpetua, según la gravedad de la acción.
Existía de antemano, en la sociedad, una conciencia popular referida a los abusos de poder legitimados por la rígida organización jerárquica del ejército. También abundan y abundaron como tipos populares de la literatura y del cine los victimarios, los superiores crueles, los sargentos que gozan con los castigos, o que se ensañan con quienes están obligados a la obediencia. Por su parte los conscriptos, en este caso, o los soldados rasos solo entrenados para obedecer órdenes sin incluso pensar, fueron piezas de una situación de asimetría que bien se podía inscribir en la “dialéctica del amo y el esclavo”, de esas que formalizan contratos que, en definitiva, se vuelven psicopáticos, incluso en sentido de una psicopatía social (que la hay, la hay). El caso final, y muy aleccionador, fue el del conscripto Carrasco, cuya aparición sin vida fue objeto de una investigación que reveló una conspiración corporativa para ocultar un castigo corporal que no era sino tortura lisa y llana, hasta la muerte. Eso tocó el límite de la sociedad, y el Servicio Militar Obligatorio, que había estado vigente desde 1902, fue eliminado en 1994. Fue el repudio final a un régimen de naturalización de la violencia en jóvenes varones de 20, años (edad modificada a 18 años en 1977), que había funcionado por casi cien años, como una intervención directa del estado sobre hijos de la sociedad civil, tema que ha durante el siglo había dado mucha letra y mucha discusión.
En compensación, fue un tópico reiterado asociar al servicio militar en los sectores más pobres urbanos y de la población rural, efectos benéficos de orden higiénico y disciplinario, sumado a la alfabetización, o difusión de habilidades de lecto-escritura, entre los sectores más “atrasados” del país.
Hasta aquí la mirada general del tema, y estas breves líneas sobre el estilo de presentación del tema por la prensa en general, que se imponía un tono grave, a la altura de las circunstancias, y se presentaban las cosas con violines melodramáticos, eso que los autores siempre suponen que quieren los lectores o espectadores de cualquier tipo de narración. El melodrama proporciona una versión que explota la naturaleza emotiva de los hechos, y constituye un estilo en el que las notas patéticas o lacrimógenas son exageradas para conectar con las emociones del público. El melodrama, sumamente helénico de origen, mantiene de aquellas fuentes signos clave como lo insoslayable de un destino, tal vez la esperanza (como puede ser, en este caso, la ilusión de un indulto), o la lucha, y un héroe rehén de ese destino, desde el momento fatídico en que le pegó una cachetada a un oficial en defensa de un honor que allí no tenía lugar, o se desgració matando a un miembro del ejército, caso del que era más difícil -aunque no imposible- volver.
El conscripto Arancibia, condenado al fusilamiento porque le había dado muerte a un capitán en la guarnición de Río Cuarto, esperaba a comienzos de 1906 el recurso último para salvar su vida y en febrero le fue anunciada una conmutación de la pena de muerte. Esto era tema de la noticia del diario cordobés La Patria.
“El conscripto Arancibia
Conmutación de la pena de muerte
El noble sentimiento de conmiseración del pueblo argentino, exteriorizado elocuentemente con motivo del desastroso final que se preparaba a la tragedia de Rio Cuarto, ha sido ampliamente satisfecho por el presidente de la república doctor José Figueroa Alcorta. La noticia recibida hoy de que este digno magistrado había concedido gracia al conscripto Angelino Arancibia, a quién los altos tribunales del ejército nacional condenaron a la última pena, como matador del capitán Alejandro Méndez, ha causado la más grata impresión de júbilo en todas partes, manifestándose en espontáneas aclamaciones al primer magistrado de la nación. El conscripto Arancibia, por su estado de ostensible desequilibrio mental, se ha librado del castigo que las severas leyes militares y la vindicta pública le deparaban, como autor de un delito cuya propagación sería la ruina de las instituciones fundamentales de cualquier país civilizado.”
La revista Caras y Caretas del 24 de ese mes publicaba la foto de Figueroa Alcorta firmando el correspondiente decreto, y que traía el siguiente epígrafe:
“El vicepresidente de la república, doctor Figueroa Alcorta, con un elevado espíritu de clemencia, ha conmutado la pena capital al conscripto del 13° de infantería, Angelino Arancibia. Si bien las circunstancias y el respeto que merece la disciplina militar exigieron que dicho magistrado pusiera el terrible «cúmplase» al fallo de los jueces, razones de conciencia, de humanidad y de lógica, le impulsaron a adoptar la digna actitud que toda la república ha recibido con unánime aplauso.”
En el mismo número del 24 de febrero de 1906, el semanario informaba escuetamente la suerte del soldado Frías, que acababa de ser condenado a muerte por el tribunal militar debido a haber dado muerte al sargento Coronel. Allí, junto a las fotos de los miembros del tribunal, del condenado y de otros militares que declararon en el caso, se incluía una breve noticia:
“El consejo supremo de guerra condenó a la pena de muerte al soldado Dolores Frías. El capitán Oscar Amadeo ha sido absuelto de culpa y cargo, en el asunto de las excepciones falsas, sin que el proceso afecte en lo más mínimo la honorabilidad del joven militar.”
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