Provincial Por: Gabriel Silva30 de abril de 2025

Quieren abrazar al radicalismo, pero aún no pueden controlar al PJ

A lo mejor, en realidad no quieren. El gobernador se lanzó al rescate de intendentes en medio de la turbulencia que atraviesa Passerini y una intervención cada vez más notoria.

Por Gabriel Silva

La crisis en la Municipalidad no es económica, es política. Además de ser notoria y con serias falencias en la gestión prácticamente en todas las áreas. Pero, creer que todo se desencadenó únicamente por el recorte de fondos de Nación y Provincia -los primeros se denuncian, los segundos se omiten- es pecar de inocentes y tomar a la ciudadanía como tal.

El arranque de la semana corta en Córdoba se dividió entre la reestructuración que buscó el gobernador Martín Llaryora en seguridad y justicia, después del fiasco de la Guardia Urbana que derivó la reciente salida del ahora exfuncionario municipal, Claudio Vignetta; a la turbulenta tarde del lunes en el Palacio 6 de Julio. Con el golpe en la mesa que intentó dar el intendente Daniel Passerini y del cual se esperan efectos.

Por el medio, el hilo rojo que une a las dos gestiones y que genera las alertas suficientes como para entender el clima que se respira en ambas administraciones. Que se intensificó la semana pasada con la intervención -palabra que no gusta en el entorno de Passerini- que ejecutó Llaryora con la disolución de la cartera de Seguridad municipal y la reestructuración de Economía tras el arribo de Matías Vicente, un técnico del ministro provincial Guillermo Acosta que tiene la compleja misión de aceitar un engranaje con conflictos hacia afuera y también puertas adentro del Municipio.

Ahora la duda está puesta en la Fase 2 y sus consecuencias. ¿Hasta dónde llegará el recorte de Passerini? ¿Cómo es posible saber la efectividad si nunca se conoció el organigrama de esta gestión municipal? ¿A qué padrinazgos alcanzará la motosierra o el bisturí que pasarán entre Llaryora y Passerini? Y, fundamentalmente, si el corte quirúrgico será también generacional. Porque ahí puede haber riesgo de mala praxis.

La crisis de los 500 días de los herederos del cordobesismo es, paradójicamente, generacional. El parricidio con el que se tientan algunos presionando por candidaturas a cambio de sostener o blindar cargos puede desatar un complejo frente interno dentro del oficialismo al que muchos le temen. Incluso, los que están cerca de aquellos que lo impulsan y repiten el mantra maquiavélico: “prefiero que me teman, a que me amen”.

Todo enmarcado en un escenario muy distinto al de hace exactamente un año atrás por el Día del Trabajador en el Diseñando Ciudad y con la presencia del tridente Llaryora-Passerini-Vigo.

Es más, previo a aquel encuentro, en el mismo peronismo sabían que Llaryora dudaba de la capacidad de gestión de los alfiles del PJ capitalino y reconocían que hubo errores no forzados de la gestión provincial que se heredaron. Así como falencias en áreas de funcionarios que siguen hablando “en nombre de”. Lo concreto es que, frente a un arco opositor aún heterogéneo y bastante diluido, la oposición al peronismo es el mismo peronismo y la confrontación generacional.

Por esto el rescate a los intendentes radicales, del PRO y el vecinalismo es un acierto frente a la orfandad que para muchos de ellos representan sus líderes. Sin paraguas de contención ni abrepuertas en Buenos Aires, la foto no alcanza. A los intendentes, como ocurrió siempre, los mueve la caja. Después, para las urnas hay tiempo.

Sin embargo, sucede que ese rescate a los opositores, aprovechándose también de las fricciones que muchos de ellos tienen con sus antecesores que hoy están en la Legislatura, es una cuña interesante y atractiva cuando el armado propio es sólido, monolítico y de un liderazgo pleno. El doble comando no garpa, negociar con un Municipio prácticamente intervenido y en medio de una crisis política -no económica-, tampoco. 

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