Ser o no ser estrella de rock
A los 76 años y diagnosticado de un trastorno cerebral, Billy Joel ha vuelto a ser noticia por el estreno de la miniserie documental “And So It Goes” en HBO Max, donde a lo largo de ¡cinco horas! se narra su biografía. Además, se aprecia allí cuántas de sus canciones forman parte de la banda sonora de los últimos 50 años.
J.C. Maraddón
Más allá de la furia rocanrolera que eclosionó durante los años sesenta, nunca se apagó del todo la llama de la canción, es decir, esa categoría de obras que montaban letras emotivas sobre una melodía fácil de evocar y con un ritmo que no necesariamente despertaba en quien lo escucha la necesidad de bailar. Aun en medio del frenesí rockero que auspiciaba el hábito de poner el cuerpo en movimiento, la intención de los cancionistas pasaba más por lo sentimental y, en la mayoría de las ocasiones, tenía que ver con los asuntos amorosos, con el filón romántico al que el rock dejaba un poco de lado.
En el furor de la beatlemanía, tal vez haya sido Paul McCartney el que con más frecuencia se atrevió a abrir un paréntesis entre tanto yeah yeah yeah para aplicar una dosis de dulzura a las composiciones. Pero también John Lennon y George Harrison han sido autores de varios de los clásicos de este repertorio que precedió a la revolución rockera y que se mimetizó dentro de ese género cuando hasta el mismísimo Elvis Presley abrió su corazón y les entregó a sus fanáticas aquellas piezas inolvidables que vinieron después de que se hiciera famoso por agitar sus caderas.
Ya en los años setenta, nadie se podía asombrar de que hubiese grandes ídolos del rocanrol sentados al piano y entonando estrofas de dulzura explícita, sin que por eso se perdiera su poder para canalizar las energías juveniles y transformarlas en un envión considerable para sus propias carreras. Quizás el más atrevido haya sido en su momento Elton John, quien se incorporó al Olimpo rockero montado sobre sus gafas estrafalarias y su colorido vestuario, y sobre todo gracias a unos temas que capturaban como pocos esa veta cancionera que habían abierto los Beatles y que otros iban a profundizar.
Estos artistas navegaban en sonidos que en algunos casos acentuaban sus vínculos con el rock, como es el ejemplo de Harry Nilsson, tan famoso por su hit “Without You” (cover de un tema de Badfinger) como por su amistad con John Lennon, con quien compartió trapisondas que se volvieron legendarias. En otro rincón estaban los que se aferraban a un perfil más cerca del crooner, como Barry Manilow, que esa década del setenta se recibió de campeón en ventas con “Mandy” o “Copacabana”, grandes éxitos de ese periodo que no tenían ninguna conexión con lo que sucedía en la escena internacional del rock.
Para la misma época, el mercado musical estadounidense recibió con los brazos abiertos la aparición de Billy Joel, un joven pianista y cantante que iba a gestar un enorme suceso en 1973 con su segundo álbum, denominado igual que el single que lo depositaría en lo más alto de los charts: “Piano Man”. Desde ese punto, su ascenso a la fama sería inmediato y fue forjando una carrera en la que sus canciones se convertían de inmediato en las favoritas del público, aunque la consecuencia de ese apego suyo por el acierto comercial fuese el desdén de la crítica exquisita.
A los 76 años y diagnosticado de un trastorno cerebral, Billy Joel ha vuelto a ser noticia en los últimos días por el estreno de la miniserie documental “And So It Goes” en HBO Max, donde a lo largo de un total de ¡cinco horas! se narra su biografía. Además de apreciarse allí cuántas de sus canciones forman parte de la banda sonora de los últimos 50 años, se lo ve reclamar para sí el título de “estrella de rock” que muchos le han negado durante una trayectoria tan agitada como prolífica.
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