El sol del ocaso
En el contexto actual, no puede ser más oportuna la publicación de “Qué hago con la noche”, de Gustavo Álvarez Núñez, una novela editada por Tusquets que desgrana el final de una relación conyugal, en paralelo con el desencanto de uno de los protagonistas con esa epopeya rockera que marcó gran parte de su vida.
Por J.C. Maraddón
Unas cuantas generaciones se han criado al abrigo de la música de rock y mantuvieron con ese género musical una especie de romance que los acompañó a lo largo de su adolescencia y juventud, e inclusive a muchos los siguió embelesando en su madurez. Al igual que suele suceder con el sentimiento que despierta la pasión futbolística, esos fans podían cambiar de pareja, de religión, de sexo o de preferencias políticas, pero lo que seguramente jamás iban a abandonar era su fervor por el rocanrol, que los llevaba a continuar escuchando aquellas canciones que supieron ser sus favoritas y asistiendo a los shows de sus artistas preferidos.
Jamás en la historia había acontecido algo así, porque tampoco existen antecedentes de un estilo que haya nacido, crecido y evolucionado en las condiciones que lo hizo el rock, con una estructura industrial establecida para respaldarlo y un anclaje social que trascendía las fronteras del arte. Los medios de comunicación masivos, que a mediados del siglo veinte empezaron a cobrar un volumen desmesurado, potenciaron la identificación que sentía la juventud con ese fenómeno cuyo alcance terminó siendo universal, con una influencia irrefrenable sobre la cultura contemporánea, en cualquiera de sus ámbitos.
A pesar de que el ecosistema rockero sostuvo su imperio hasta comienzos de este siglo, la misma dinámica de la sociedad global empezó a socavar sus cimientos. Su política desde siempre había sido la de abducir cualquier otra vertiente sonora que pudiese plantearle competencia, una estrategia que le garantizaba subsistir pero que a la vez diluía sus límites y volvía demasiado lábil su antiguo poderío. Tanta flexibilidad lo dejó expuesto a que algunos de esos subgéneros se elevaran por encima de los viejos ídolos y no pocos expertos denunciaron los síntomas de una decadencia que ya es inocultable.
La pregunta gira entonces en torno a si se ha roto definitivamente aquel idilio entre esos jóvenes (por edad o por espíritu) y el rocanrol, en especial debido a la falta de consistencia que afecta a este último a la hora de ostentar una vigencia que alimente el fuego del frenesí surgido hace ya más de setenta años. Y también por el desinterés que puedan manifestar las recientes camadas, quizás más aferradas a las aplicaciones de su smartphone que a una tendencia sonora determinada, entre las muchas que se hacen escuchar por estos días y que mutan minuto a minuto.
En esa encrucijada, no puede ser más oportuna la publicación de “Qué hago con la noche”, de Gustavo Álvarez Núñez, una novela editada por Tusquets que desgrana el ocaso de una relación conyugal en paralelo con el desencanto de uno de los protagonistas con esa epopeya rockera que marcó gran parte de su existencia. Como periodista y crítico de rock, Álvarez Núñez pone en boca de ese personaje reflexiones que sin duda el propio autor viene mascullando y que, insertas en una narración, resultan por demás pertinentes y mucho más sentidas que si las hubiese arrojado en la frialdad de un ensayo sobre el tema.
En la ficción, Gervasio es un exagente de prensa de estrellas rockeras que asume con resignación el epílogo de su convivencia con Sabrina, en simultáneo con la aparición de una propuesta que le permite articular su vocación como docente universitario con su perspectiva apocalíptica de aquella utopía musical. El fin del mundo tal como lo conocíamos, eso de lo que tanto se habla, comprende entre otras cosas la desaparición de algunas certezas que han cimentado nuestras vidas. En “Qué hago con la noche”, quedan al desnudo los mecanismos que están corroyendo esa vieja cosmovisión, sólo que trasladados a una crisis matrimonial.
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