Cultura Por: J.C. Maraddón13 de agosto de 2025

Nada más que más de lo mismo

En este presente plagado de revivals que estamos transitando y con la compañía Disney acuciada por la necesidad de que, además de suscribirse a su plataforma, la gente siga yendo al cine, no resulta sorprendente que se haya ido al rescate de “Un viernes de locos” para volver a reclutar a las mismas actrices y actualizar aquel filón.

J.C. Maraddón

Las comedias familiares constituyen una cinematografía aparte en el universo hollywoodense, desde aquellos viejos tiempos en que el matrimonio y sus hijos eran el pilar de la sociedad occidental, no sólo por una cuestión moral sino especialmente por motivos que tienen que ver con el consumo. Aunque en general suelen ser livianas y risibles, no dejan de transmitir un mensaje que contribuye a afianzar los lazos de ese núcleo desde el cual emergen los futuros ciudadanos que deberán defender los valores del “mundo libre”, pero sobre todo deberán sostener su compulsión a comprar por encima de cualquier otro deseo.

Las familias, como todo, han ido cambiando durante todas estas décadas de cine y las películas han debido adecuar sus argumentos a esas variaciones que se han producido con mayor énfasis a partir de los años sesenta y de sus utopías contraculturales. Lo que no se ha modificado es la necesidad de ubicar a esas personas unidas por lazos de sangre (o de afecto) como el centro de la atención, en torno al cual girará la acción a desarrollar en los largometrajes. Cuando la taquilla manda, los inversores no le dan demasiadas vueltas al asunto y prefieren ir directo al grano.

Al comenzar este siglo, Disney empezó a sacudirse los preconceptos que arrastraba desde sus inicios y entró por la variante, con el objetivo de desbancar a los competidores que habían empezado a disputarle el mercado infantojuvenil. En ese plan, en 2003 lanzó “Un viernes de locos”, aquella comedia protagonizada por Jamie Lee Curtis y Lindsay Lohan, que encarnaban a una madre y su hija adolescente. Por un raro hechizo, ellas terminaban intercambiando sus roles y esa situación de ver las cosas desde la perspectiva de la otra ayudaba a que al final se comprendieran mejor y bajasen su nivel de conflicto.

Más de veinte años después, se puede calificar de osado ese planteo en que eran dos mujeres las que se cargaban al hombro los mandatos familiares y descubrían las bondades de la sororidad después de haberse enfrentado como perro y gato. Que los hombres ocupasen allí un papel menos importante, presagiaba los nuevos paradigmas que se harían realidad en la etapa subsiguiente, aunque  el tono de la película no superase la superficialidad promedio del género y el objetivo del guion fuese más bien situar las cosas en un contexto absurdo que facilite la creación de gags efectivos y desopilantes.

En este presente plagado de revivals que estamos transitando y con la compañía Disney acuciada por la necesidad de que, además de suscribirse a su plataforma, la gente siga yendo al cine, no resulta sorprendente que haya ido al rescate de este antiguo éxito para volver a reclutar a las mismas actrices y actualizar aquel filón. Con la mochila a cuestas de que “nunca segundas partes fueron buenas”, lo mismo apostaron a continuar aquella historia en “Otro viernes de locos”, imaginando en qué pueden andar por estos días esos dos estereotipos femeninos, a los que el destino mezcló en sus personalidades hace 22 años.

Con la hija ya adulta a su vez convertida en madre y la madre transformada en abuela, será la nieta ahora la que se vea involucrada en ese maleficio que recae sobre el linaje familiar, tras la consecuencia buscada por el marketing de que madres, hijas y nietas vayan juntas a sentarse en la platea. Por más que pasen las décadas y las personas no se sigan comportando de la manera que prescribía la tradición, la fórmula detrás de estas realizaciones permanece incorruptible y eso hace que no haya nada nuevo bajo el puente, porque más de lo mismo no significa mejor de lo mismo.

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